martes, 30 de agosto de 2022

Cansancio, cables y otras cosas

Son las 9:33 p.m. No debería escribir nada a esta hora. Estoy cansado y lo más probable es que no salga nada bueno, además ya escribí otras cosas hoy; entonces si se trata de escribir algo todos los días, podría decirse que ya cumplí.

Pero es diferente, porque la consigna, sabrán ustedes, es escribir, como mínimo, 5 veces a la semana en Almojábana, entonces por eso me obligo a sentarme y empiezo a teclear lo que se me ocurra.

También lo hago a medias porque me acabo de quitar los lentes. No había caído en cuenta de que me los había puesto hace más de 8 horas y debo dejar descansar los ojos, porque si no me comienzan a rascar y es eso es un martirio. No debo hacerlo porque me vuelvo trizas la córnea.

El hecho es que rascarse, y no solo los ojos sino cualquier parte del cuerpo es placentero, pero con los ojos hay que tener cuidado, así que nada, toca tener la voluntad de un monje budista, o qué sé yo, y echarse gotas que evitan la rasquiña o agua fría a borbotones (me gusta esa palabra) y pensar en otras cosas, distraer a la mente con otros temas.

Esto, estas palabras me refiero, si ustedes se dan cuenta, es como una asociación libre de ideas , pero es mejor que buscar un tema para escribir, porque puede que la figura narrativa esté al acecho cuando uno anda en esas , y eso puede dar pie a  textos blandengues o con tintes moralistas y pues que pereza, ¿acaso no? Mejor contar lo que uno tiene enfrente de los ojos o lo que se le cruza por la mente y ya está, sin tanta arandela y sin tanta conclusión maravillosa.

Si no les cuento que tengo enfrente de mis ojos en estos momentos es de pura vergüenza porque mi escritorio es un completo desorden y entonces no quiero que se aparezca un seguidor de Marie Kondo a rezarme misa sobre qué debo hacer para limpiar mis energías o lo que sea.

Algo que me gustaría entender es de donde carajos aparecen tantos cables, parece que se reprodujeran entre ellos, pues cada día me encuentro con uno suelto que no está conectado a nada. A veces los tomo, los enrollo y los pongo en una esquina del escritorio, pero a los pocos días vuelven a aparecer desenrollados en la esquina que les da la gana.