miércoles, 28 de septiembre de 2022

Almuerzo con A.

Imagino que hay Personas que funcionan como redes, que están ahí listos para atraparnos si por alguna razón empezamos a caer. A es una de ellas.

La conocí en la universidad, y en un principio, cuando no la trataba, llegué a interesarme por ella en un plano sentimental, pero antes de realizar cualquier avance, que seguro hubiera sido fallido porque tiene uno de esos novios eternos, nos hicimos amigos.

Lo mejor de nuestra amistad es que nos vemos cada mil años, pero cada vez que lo hacemos es como si no lleváramos más de una semana sin hablarnos. Nuestra conversación fluye como si nada

Ayer me escribió y me preguntó: “¿Firme mañana?”

Al principio no caí en cuenta de qué me hablaba y luego recordé que la semana pasada habíamos chateado y ella se había comprometido a enviarme un mensaje para confirmar si nos veíamos o no para almorzar.

Ya me había comprometido con algo más, pero verme con A. mata cualquier plan así que cancelé lo que tenía y le respondí: “No me le corro ni a un tren”.

A me dijo que nos viéramos antesitos de la 1 porque a las 2 tenía reunión.

Nuestro almuerzo se alargó y cuando miré el reloj eran las 2:10. “¿No tenías reunión?, le pregunte. “Sí, pero no voy a ir”. No piensen ustedes que A. es una rebelde sin causa. Lo que pasa es que es la jefe, la mera mera, entonces puede tomar esas decisiones así como de la nada. De inmediato llamó a alguien de su equipo y le pidió que la cubriera y que aplazara otra reunión que tenía más tarde.

Apenas colgó, me miro sonriendo y me pregunto: “¿Vamos y echamos cafecito?” y no solo hicimos eso, sino que me lo gasto, ¿cómo no quererla?

Borges tenía razón: La amistad no necesita frecuencia, puede prescindir de ella o de la frecuentación, a diferencia del amor que está lleno de ansiedades y dudas y que si la necesita.

En su Tentación del Fracaso Ribeyro también le da el lugar que se merece a la amistad: “¡Sin embargo, que superioridad la de la amistad sobre el amor! Es más desinteresada, más generosa e igualmente capaz de acercarnos a la felicidad.”

lunes, 26 de septiembre de 2022

Resulta que

Resulta que viajo la otra semana. ¿A dónde? Esta claro que no importa, digamos que a Shanghái, solo por si hay alguien a quien el dato le es de suma importancia y lo necesita para seguir leyendo.

Bueno pero mejor no me desvío más, si les cuento que viajo es por lo siguiente: este año otra vez decidí participar en Inktober, ya saben el reto de hacer un dibujo todos los días de octubre. Pues bien como viajo y a veces soy de un psico rígido que da miedo, decidí adelantar los dibujos de los días que voy a estar por fuera.

El primero era un scallop “ ¿Qué es esa mierda?”, pensé, y entonces le pedí ayuda a google y me dijo que era una Vieira , “Eso es algo como de mar”, volví a pensar”, igual busqué imágenes a ver que dibujaba y las primeras que salieron fueron las de Patrick Vieira, el exfutbolista, hágame el berraco favor.

Entonces le di vueltas y vueltas al tema, y al final me dije: “mi mismo, pues pintemos a un chef, un chef que esta cocinando cualquier joda con vieras”, y me puse a buscar la foto.
Ahí me puedo tirar un buen rato, porque la foto me tiene que decir algo. Sé que suena medio romántico y estúpido, pero es verdad, mejor dicho me tiene que gustar, tiene que tener como movimiento, no digo que tiene que contar una historia porque eso ya es cliché nivel dios, pero bueno, en fin, pasado un tiempo encontré una.

Entonces comencé a dibujarla, pero estaba más complicada de lo que creí y pensé abandonar la tarea, pero me dije “ni mierda, aquí morimos con las botas puestas”, y seguí.

Y bueno todo esto para decirles que me he dado cuenta que cuando uno crece gana psico rigidez y pierde paciencia.

Cuando era pequeño me sentaba a dibujar y me concentraba en el dibujo como si de ello dependiera mi vida, como un monje zen en su jornada de meditación, pero hoy tuve muchas distracciones tomaba el celular a cada rato, levantaba la mirada y me ponía a observar un punto fijo en la pared a pensar quien sabe en qué, y así.

Imagino que a medida que el reto avance iré afinando mi habito de nuevo.

jueves, 22 de septiembre de 2022

Pies fríos

Son las 9:30 y estoy a punto de apagar el computador cuando me acuerdo que no he escrito nada. Bueno, solo un decir, porque si he escrito otras cosas hoy, pero no para Almojábana, entonces mi psicorigidez se activa y me obliga a escribir algo para mi blog.

Pero ocurre lo mismo de siempre, estoy cansado, no tengo ni puñetera idea sobre qué escribir y además de eso tengo los pies helados. Entonces, mientras trato de escarbar alguna idea en mi cabeza a la cual le pueda arrancar unas cuantas palabras, no logro concentrarme porque solo pienso en el frío de los pies, así que muevo los dedos de forma frenética a ver si se calientan.

A medida que hago eso, ya me doy cuenta el rumbo que toma este escrito: lo que los gringos llaman free writing o escritura automática, lo que el cerebro vomite porque sí, sin pensarlo, en una fracción de segundo: gotas, esfero, hoja blanca, celular, por ejemplo. Eso no lo pensé, sino que son los objetos que tengo delante de mis narices, que no sé porque se utiliza el plural si solo se tiene una, igual que cuando uno dice: “hicieron algo a mis espaldas”. Imagino que debe ser por sentirse traicionado, entonces uno piensa en dos o más espaldas, para buscar más protección, qué sé yo.

La verdad es que había intentado escribir algo unas horas antes, pero estaba seco de palabras y después de mirar la pantalla con el cursor titilando como un pendejo por un par de minutos, me fui a la cocina a comer algo a ver si me despejaba la mente y después pensé: “pues que se jodan los dioses de la escritura”, pero ya ven, al final termine rindiéndoles tributo.

Siendo las 9:40 les informo que mi táctica de mover los dedos surtió efecto y los pies ya se me calentaron. Siendo así, doy por terminadas estas palabras que quizá no tienen ni pies ni cabeza, pero bueno, las escribí.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

De madrugada

Se despierta a eso de las 3 de la mañana por primera vez. Luego intenta dormirse, pero cuando lo logra, al rato vuelve a despertarse. Es como si algo no la dejara dormir. Se la pasa en ese estado de duermevela hasta las 5 de la mañana, hora en la que decide prender el televisor y de entre los muchos canales de cable que tiene, le da por sintonizar uno de noticias. Mala decisión, pues al rato se llena de angustia porque todas las que transmiten son malas, dan indicios de que el mundo va en picada y resulta extraño que aún funcione envuelto en tanto caos.

“A dormir donde la trasnocharon mija”, le dice Julieta apenas ve su cara de sueño cuando llega a la oficina.

“No me jodas Juli”, le contesta Margarita y le cuenta lo sucedido en la madrugada.

Ten cuidado, ¿No has oído que esa es la hora del diablo?

“ ¿La qué?”, pregunta Margarita.

“También le dicen la hora del muerto”, le responde Julieta. “Una franja de tiempo de mucha actividad paranormal, donde los espíritus malignos aprovechan para poseer a las personas.

“ ¿Dónde aprendes tantas pendejadas Juli?”

“Bueno, ojalá no tenga que ir a sacarte de tu cama con un cura, un crucifijo y agua bendita. ¿A qué hora te despertaste?”

“¿Y eso qué importa?"

“Claro que importa, si fue a las 3:33 tienes que preocuparte”

“La verdad no miré el reloj”

Margarita es escéptica ante esos temas, pero a su firme postura siempre le queda abierta una rendija por donde se le cuela la duda ¿Y si es cierto?, piensa.

“Pues nada a mis 35 años de edad ningún espíritu va a venir a joderme”, le dice a su amiga. "Que me tengan miedo ellos a mí."

Más tarde cuando salen de la oficina, su amiga, con cara de preocupación, le dice que la llame si necesita algo”.

Margarita solo ríe para disimular su nerviosismo. Luego pasa por una droguería compra un frasquito de vidrio y luego entra a una capilla, va a una pila que se supone tiene agua bendita. Introduce el frasquito en ella y lo llena hasta el tope.

Luego se sienta, reza un poco y abandona el lugar.

Por la noche deja el frasquito al lado de la almohada y luego de ver televisión cae fundida. No sabemos si el episodio se vuelve a repetir esa noche o no. 

Pero ya sabe, querido lector, si se llega a despertar en la madrugada,  tiene la valentía de mirar el reloj y este marca las 3:33, tal vez debería preocuparse.

martes, 20 de septiembre de 2022

Uno de esos lunes

Apenas entró a su apartamento dejó caer al suelo el morral que siempre lleva a la oficina. Olafo, su labrador viejo y ciego sintió su presencia y salió a saludarlo. Horacio Carvajal se arrodillo para acariciarle el lomo y le preguntó:

“Y ahora qué vamos a hacer amigo mío?”

Olafo agacho las orejas y se marchó de nuevo a la cocina para echarse en su cama.

Carvajal se refería a lo sucedido en la oficina tan solo hace un par de horas atrás. Había sido, como desde los últimos cincos años, un lunes de mierda. No porque odie su trabajo––o en parte sí, como casi todo el mundo–, sino porque a medida que envejece, cada vez le es más difícil iniciar una semana laboral.

A las 4:30 de la tarde, cuando faltaba solo media hora para terminar ese primer maldito día de la semana, y mientras intentaba insertar una imagen en un documento de Word que le descuadraba todo, Marielita, la secretaría de la gerente de recursos humanos le dijo que la señora Echavarría lo necesitaba en su oficina.

´Carvajal respondió con una sonrisa mientras pensaba: “¿Y ahora qué quiere esa bruja?”

Cuando se puso de pie y comenzó a caminar, sintió las miradas de todos sus compañeros de trabajo clavadas sobre su espalda y un leve murmullo que crecía y decrecía como una ola. Fue ahí cuando cayó en cuenta ¡Mierda, me van a echar!

Y así fue. La conversación con la señora Echavarría no duró más de cinco minutos, en los que le explicó brevemente el por qué la compañía prescindía de sus servicios y le indicaba que pasos debía seguir para largarse de ese lugar.

Ahí sentado con las manos sobre las rodillas y las piernas juntas, Carvajal además de escuchar la voz chillona de la gerente de recursos humanos, se concentró en su respiración. La noche anterior había visto un documental sobre eso, de cómo respirar de forma consciente le baja las revoluciones a la vida y hace ver cualquier problema chiquitico.

Los del documental era pura mierda o algo, porque pasado un minuto Carvajal solo pensaba en meterle un puño a la vieja esa. Solo deseaba que terminara su perorata pronto para poder salir y no cometer ninguna locura.

Luego de servirle un plato de concentrado a Olafo, se fue a su cuarto, se paro al lado de la cama, abrió los brazos y se dejó caer hacia atrás.

“¿Qué voy a hacer?", se pregunto una, dos y tres veces, luego recordó lo de la respiración, pero pensó que eso solo les sirve a los monjes budistas que no tienen que aguantarse jefes, ni gerentes e recursos humanos, y volvió a repetirse la pregunta: Qué voy a hacer.

“Nada”, se respondió.

“¿Qué?”, se pregunto

“Si, nada”, se dijo a sí mismo de nuevo.

“Me estaré volviendo loco”, pensó

De alguna extraña manera llegó a esa conclusión. Decidió que no iba a actuar, que iba a dejar que el destino, el universo, dios, la Pachamama, los alienígenas, el chupacabras, sea quien sea, acomodara los acontecimientos a su antojo y mirara qué papel le tocaba interpretar a él.

“Que cantidad de huevonadas las que pienso”, se dijo.

Acto seguido se puso la piyama y se durmió pronto, con un amplia sonrisa en su cara. Al otro día no tenía que madrugar.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Ideas sueltas

Hay días en los que estoy trabajando y de repente una idea se apodera de mi cabeza. Son ideas tercas que exigen ser narradas, contadas de alguna manera. Entonces dejo lo que esté haciendo y cedo ante su capricho.

No suelen ser nada del otro mundo y la verdad prefiero que no lo sean. No me gustan esas ideas listas o demasiados elaboradas, esas que las personas pueden tildar de brillantes. Así que entre más ramplonas y simples, creo que son mejores, pues están más cerca de la verdad, signifique lo que signifique la verdad, que cambia de forma a cada rato y que, pienso, escasamente rasguñamos por breves instantes.

Cuando eso ocurre, cuando esas ideas sueltan se adhieren como sanguijuelas sedientas de sangre a los pliegues de mi cerebro, no me queda más remedio que abrir un documento y descargarlas en él. Lo bueno es que como están desesperadas por salir, escribirlas no se me dificulta y a veces el resultado son textos de más de 500 palabras de un solo tajo como si nada, como de un suspiro, como si escribir fuera tan natural como respirar.

Otras veces, muchas la verdad, esas ideas sueltas no aparecen en todo el día. Cuando eso pasa, Me pregunto en qué lugar del cerebro se almacenarán y me quedó en silencio por un rato, concentrado, como pensando en ellas, a ver si de esa manera las invoco, pero nada. ¿Será falta o exceso de café, o de algún ritual de esos extraños que tienes algunas personas de poner música y prender velas para entrar en sintonía con la escritura y no sé qué más cosas? El caso es que ellas andan por ahí libres y como les da la gana, y no atienden a esos llamados estúpidos de la escritura.

Y cuando no aparecen entonces escribo cosas como esta.

sábado, 17 de septiembre de 2022

Nubes y sol

Hoy iba en el carro y hacia un sol picante, amenazador, que tenía ganas de derretirlo todo, derretirnos, reducirnos a nada. El cielo tenía unos parches despejados y otros en donde había reuniones de nubes. Estaban apretujadas como huyéndole a algo o hablando entre ellas.

Quizá huían del sol, que en medio de la buena onda que aparenta ser, en realidad es un tirano. Las nubes, blancas y bonachonas, discutían sobre La ganas que tiene el gran astro, de convertirse en una Enana Blanca, para engullirse a la tierra y acabar con los humanos que, a su vez, también tenemos ganas infinitas de destrucción, en fin. El hecho es que ahí estaban suspendidas, con sus formas no formas y moviéndose despacio.

Una de ellas había adoptado la forma del hongo de la bomba atómica de Hiroshima. Todo en ese momento tenía relación con desgaste, destrucción, fin, o por alguna razón mi subconsciente me estaba enviando esas señales o me estaba dejando esas migajas en el camino para que las recogiera si me daba la gana o no.

Le dije que no se pusiera tan pesado, que era sábado y seguro todo tenía que ver con que todavía no había almorzado. Bajé la mirada y me puse a observar los puestos de comida al lado de la carretera. Eran asaderos uno detrás de otro con carpas viejas, sillas y mesas plásticas y parrillas con brasas ardiendo con carne y mazorcas y una persona con un cartón o la tapa de una olla echándole brisa.

Volví a mirar las nubes y la de la bomba atómica ya había desaparecido. Intenté buscarle una forma a otra, pero no encontré ninguna, así que distraje mi mente con cualquier idea antes de que se pusiera a pensar en más cosas extrañas.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Audífonos en el suelo

Sales a trotar temprano. Hay algo de neblina y tu aliento se condensa al entrar en contacto con el aire frío de la mañana. Después de un kilómetro de recorrido, ves unos audífonos blancos y relucientes tirados sobre un camino de grava con árboles a los costados. Te parece que el objeto ocupa su lugar, como si alguien lo fuera a fotografiar para una campaña publicitaria.

Parecen nuevos. No entiendes por qué están ahí, tirados en el piso.  Te preguntas si fueron dejado a propósito o si se le le cayeron a una persona de la cabeza, una mochila o un bolso, pero ¿cómo alguien no se va a dar cuenta de eso?. Ese es un objeto que las personas suelen cuidar en extremo, piensas.

A unos metros adelante ves a un hombre de chaqueta y gorro de lana negros, que camina con las manos en los bolsillos. Piensas que él podría ser el dueño de esos audífonos. Lo que pasa, crees, es que los temas que ocupan su cabeza son tan importantes que está ahí, metido en ella, sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor, ni siquiera a la música que iba escuchando.

Pero estás lejos y siempre has creído que es mejor no meterte donde no te han llamado. Además, ¿cómo saber si el hombre, por el motivo que sea, quiso deshacerse ellos?

De pronto, solo de pronto, ese hombre tiene una de esas crisis existenciales que atacan en el momento menos pensado y quiere andar más ligero en esta vida, y para él eso significa transitar con menos ruido; de ahí que haya botado sus audífonos nuevos al suelo.

Podrías ir a recogerlos, claro, Alcanzarlo y entregárselos, pero mejor no. No sabes qué pasa por su mente.

De pronto lo mejor es dejarlo andar sin su música y ya está, no cruzarte en su camino. No alterar el cauce de tu vida ni mucho menos el de otras personas. 



martes, 13 de septiembre de 2022

Reclamar documentos y actos de fe

Espero a que me entreguen un documento en una entidad pública. Llevo sentado más de media hora y veo como llaman y llaman a personas y nada que mencionan mi nombre. Me pregunto si ya lo habrán hecho y no me di cuenta por estar leyendo, así que decido dejar de hacerlo, pero a los pocos minutos me muero del aburrimiento y vuelvo a la lectura.

Podría decirse que leo mal o a medias, porque también intento poner atención a lo que ocurre a mi alrededor por si pronuncian mi nombre y piensan “no está, a bueno, pues se jodió”. Como estoy en ese trance de estar aquí y allá, me pateo un par de conversaciones de las personas que están sentadas a mi alrededor, además del llanto incansable de un bebé que, parece, lo están torturando.

Una señora de una de las filas de atrás le dice por celular a alguien: “Lo siento mucho, pero no le puedo colaborar más. Pero esté tranquilo que no le va a pasar nada. Además, es ambulatoria y yo voy a estar en oración”.

Por un momento mi mente comienza a preguntarse qué tanto le sirve a esa otra persona saber que la mujer va a estar en oración, es decir, si va a escribir en el grupo de chat de su familia: “no se preocupen que fulanita acaba de entrar en modo oración”, y mi cabeza comienza a encadenar otras preguntas relacionadas con la religión y la fe que, creo, no tienen repuesta, o me da pereza argumentarlas conmigo mismo, así que mejor decido volver a los diarios de Josep Pla, y cuando decido meterme de lleno en la lectura, escuhó a una mujer decir fuerte y claro mi nombre.

lunes, 12 de septiembre de 2022

Alexander, el hombre más rico de toda Colombia

Cuando terminé la universidad no tenía muy claro que quería hacer a partir de ese momento– Ahora no es que diga uyy que bruto como la tengo de clara en esta vida, pero bueno, eso es un tema que dejaré para “De la vida y otros ensayos” un libro que lo más probable es que nunca escriba–. Me atraía la idea de un trabajo dinámico en el que no tuviera que repetir una misma tarea todos los días. La cámara de comercio de Bogotá ofrecía un diplomado en consultoría empresarial y pensé que esa podría ser una opción a lo que estaba buscando, así que lo tomé.

En la primera clase llegó el momento de la típica presentación de: nombre, diga qué hace y qué le gusta, todos nos presentamos más o menos de forma normal hasta que llegó el turno para Alexander. Ya no recuerdo cuál era su apellido, pero si su objetivo en la vida.

Cuando llegó su turno se puso de pie, se abotonó la chaqueta y comenzó a hablar mirando hacia el frente, como a un punto en la distancia, probablemente el futuro, que ninguno de los que estaba en la sala podía ver: “Hola a todos, mi nombre es Alexander y voy a ser el hombre más rico de toda Colombia”.

Pienso en esto, es decir, en trazarse objetivos de vida, por la muerte del escritor español Javier Marías. Leí un artículo que contaba su vida resumida desde que era un bebe y posiblemente importunaba a Nabokov con su llanto, pues el escritor ruso había vivido en el piso de arriba en la casa que su familia ocupó en el Wellesley College de Massachusetts, hasta cuando vivió en Paris y se alimentaba a punta de Pan con mostaza.

El objetivo de Marías era claro: escribir como si de ello dependiera su vida y al final lo logró. Parece que, si uno desea algo con mucha fuerza, es un deber convertirlo en obsesión para alcanzarlo.

En cuanto a Alexander, no me importa saber si cumplió con su objetivo o no. Allá cada persona con sus obsesiones o lo que sea que se les cruce por sus cabezas; creo que están en su derecho de perseguir sus "disparates" mientras no le hagan daño a nadie.

jueves, 8 de septiembre de 2022

En un bar

Un hombre está sentado solo en la barra. Evitemos, por favor, conjeturas estúpidas sobre su soledad, si es feliz o no, y que a nadie se le ocurra sacarle una foto sin su permiso, para luego postearla en alguna red social con alguna frase barata. Solo es un hombre que, sea cual sea el motivo, parece disfrutar un momento sin la compañía de alguien.

Desde hace un momento toda su concentración está dedicada a una sola tarea: quitarle la etiqueta a la botella de cerveza, pero sin dañarla. Hace un rato trató de hacer lo mismo con la anterior, pero la ansiedad y las uñas la destrozaron. Apenas ocurrió eso, y sin haberla terminado, pidió la que tiene ahora en sus manos y apartó la de la etiqueta estropeada hacia un rincón de la barra donde reposan otras tres botellas.

, Parece que cada vez que logra despegar un trozo del papel se premia con un sorbo de cerveza, pero es una tarea lenta y testaruda, como una penitencia más bien.

Al otro costado una mujer de piernas largas y falda roja corta se pone de pie y camina hasta la rockola. Todos los hombres la siguen con la mirada, menos el de la barra que sigue peleando con la etiqueta de la botella. La mujer se inclina de forma seductora introduce una moneda en la máquina y selecciona la canción Mala suerte de Henry Fiol. Empieza a sonar y la mujer comienza a bailar sola.

Que he hecho yo, pa’ tener tan mala suerte
Que he hecho yo, pa’ sufrir tanto dolor
Triste dolor, de vivir siempre angustiado
De vivir siempre frustrado, buscando algún remedio
A mi pobre situación

El hombre de la barra comienza a cantarla. Arranca la etiqueta de un tirón, se bebe lo que le queda de cerveza de un sorbo y abandona el lugar.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

El delirio de los puntos de vista

Resulta que el libro de ficción que hace parte de mis lecturas del momento es Delirio de Laura Restrepo. Cuando lo empecé no había comenzado a picar tantos libros al tiempo y me llamó mucho la atención el narrador, porque a veces sentía que había cambios bruscos en el punto de vista, pero leía y releía esos apartes y aunque notaba esos cambios no había forma de señalar el error, además pensaba: “¡Gran pendejo es Laura Restrepo y con esa novela se ganó el premio Alfaguara de novela! Imposible que sea el primero en darme cuenta de un error de ese estilo”.

Luego discutí el asunto con un grupo de amigos y una amiga lo sentencio diciendo lo siguiente: “lo que ella hace es que va cambiando del narrador omnisciente a los diálogos, sin la puntuación convencional, es decir, quedan mezclados o eso creo. Y otro amigo, un escritor, concluyó: “Es lo que hacía Saramago, O sea lo que dice Andrea. Van saliendo las voces."

Ayer, después de varios días en los que estuve metido en otras lecturas,  volví a retomar esa novela, y pensé que ese detalle de los puntos de vista me iba complicar meterme en la historia de nuevo.

Ese puede ser un punto en contra de leer varios libros al mismo tiempo, es decir, se corre el peligro de perder el ritmo de lectura con alguno. O puede que a uno se le olvide un libro que estaba leyendo,  como caí en cuenta ayer con  Zen en el arte de escribir de Bradbury.

El punto es que con Delirio me armé de calma y vi de forma clara a Agustina, la protagonista. Creo que también algo que le suma puntos a la experiencia de lectura es que ese nombre me encanta, puede parecer una estupidez, pero así es.

Esa forma de narrar de Restrepo me parece artificiosa. No sé si yo sería capaz de lograrla. Me pregunto si le saldrá de forma natural o es algo que planea minuciosamente.

martes, 6 de septiembre de 2022

Faltan horas

Me trasnoché vilmente. Lo hice mirando un documental y cuando terminé el capítulo, apagué el televisor, pero en vez de acomodar las almohadas para dormir (tirar dos al suelo y quedarme solo con una) me puse a mirar el celular. Lo admito, perdí tiempo de lo lindo.

Me absorbió ese aparato del demonio y no vi nada importante. Lo mismo de siempre. Pero uno se queda ahí, haciendo scroll down, como a la espera de alguna noticia que le va a cambiar la vida.

Imagino que mirar el celular con compulsión le drena un poco la vida a uno, que el tiempo que desperdiciamos en él equivale a X cantidad menos de vida, pero ni modo, no todos podemos ser monjes budistas ni seres iluminados, ni ninguna de esas jodas. Así que ya está, no hay que darse tanto palo e intentar vivir lo mejor que cada uno pueda con o sin celular, con o sin templo budista, con o sin inserte aquí algo de su preferencia bien sea objeto u emoción.

Cuando por fin decidí dormir, programé 1000 alarmas en mi celular. Al final o al otro día, mejor dicho, pasó lo que muchas veces pasa, me desperté temprano antes de que sonara cualquier maldita alarma.

No sé por qué ocurre eso.

¡Claro!, debí haberme puesto de pie e irme directo a duchar  para aprovechar el día, signifique lo que eso signifique, pero tenía sueño y mi yo no tuvo problema en caer en la trampa de “solo 5 minutos más”, pero la volqueta se fue al río y fueron 2 horas.

Menos mal que algo, un ruido, una corriente de aire, un espíritu, qué sé yo, me despertó, porque ya no tenía configurada ninguna alarma para esa hora.

El punto es que hacen faltan horas. Horas para leer, escribir, para mirar pal techo, a las montañas, para tomarse un café y ver pasar la gente, faltan horas para bajarle las revoluciones de esta vida que va tan rápido, ¿no creen?

Si no me quieren dar horas para eso, me conformo con más horas para dormir.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Arte y letra

Hace muchos años visitaba con frecuencia el barrio Quinta Camacho. Los miércoles, cada 15 días, me reunía con mi grupo de escritura en la librería Authors.  siempre llegaba antes y aprovechaba para leer en algún café o a veces visitaba la librería Arte y Letra.

Hace poco volví a pasar por ese sector y quién sabe hace cuánto no lo visitaba o si lo había hecho de forma distraída, pues no me había fijado que había desaparecido esa librería. Siempre me pareció un lugar muy acogedor. Me agradaba su “desorden”, por decirlo de alguna manera. Sentirme rodeado de libros, como amenazado por ellos.

Entonces el “vértigo” que sentía al entrar a al local era más pronunciado que en otras librerías, porque ahí sí que no sabía por dónde ni qué empezar a mirar; me atragantaba de libros con cada paso que daba.

Siempre caminaba con cuidado por para no estrellarme con las torres de libros, pues pensaba que tumbar una podía desencadenar una reacción en cadena que los llevaría todos al piso. Seguro tenían su orden, solo que uno no lo tenía claro, pero pero imagino que solo bastaba con pedirle un libro a su librera para que ella lo ubicara sin ningún inconveniente. El desorden también tiene su gracia.

Al final era algo que mejoraba la experiencia porque no quedaba más remedio que tomarse las cosas con calma, ir tomando los libros que le llamaran a uno la atención y comenzar a hojearlos con calma, leer un párrafo aquí otro allá, pasar unas cuantas hojas, volver a hacer lo mismo, moverse–
con cuidado– a otro sector de la librería y repetir la operación, hasta creer haber dado con el o los libros adecuados. Como siempre, ejerciendo ese papel de pescador de libros lo mejor que se puede.

sábado, 3 de septiembre de 2022

Leer solo un libro

 

Un hombre, llamémoslo el consejero, pues tiene publicados puros videos en los que les da consejos a su audiencia de más de 100.000 seguidores, habla sobre leer libros.

“Te voy a decir porque no es bueno leer más de un libro a la vez”, es una de las frases con las que comienza una de sus cápsulas de sabiduría, pero a mí me pierde de inmediato con ella. Hace unos años, cuando leía de esa manera, tal vez les habría prestado atención a sus palabras, pero hoy, pienso, lo único que importa es leer, y la forma en que decidan hacerlo las personas es lo de menos. Por eso su predica me parece barata, por más cordial y buena onda que quiera mostrarse.

Ahora, por ejemplo, estoy leyendo tres libros base, digamos, y tengo mordisqueados otros cuantos, pero ahí voy, lento pero seguro, leyendo hojas, capítulos, o incluso solo unos cuantos párrafos cada día. Quién sabe cuanto tiempo me va a tomar leerlos, quizá mucho más que si los leyera por separado, pero me da pereza ser tan psicorigido con la lectura. Además, como escribí alguna vez hay veces que uno quiere leer distintos tipos tipos de libros o géneros, y tener que ir al mismo libro solo porque es bueno leer uno a la vez, pues que pereza tan infinita, ¿acaso no?

Le escritora Margarita García Robayo, por ejemplo, cuenta que en su mesa de noche tiene una torre de los libros que está leyendo, qué sé yo, digamos 5 o 6, de todo: poesía, ensayo, ficción, no-ficción. Muchas veces durante la semana escucha cómo sus hijos pequeños entran a su cuarto y de repente comienzan a reír. Ella les pregunta qué pasa y escucha cómo le responden que nada. Al poco tiempo salen de su habitación y siguen con sus juegos.

Luego por la noche, cuando se va a acostar, Robayo se da cuenta que su torre de libros fue uno de los motivos de la risa de sus hijos, pues la habían tumbado, y para que su madre no los regañara , la habían acomodado a su manera, sin tener en cuenta el orden en el que estaba. A Robayo no le importaba eso en lo más mínimo y simplemente tomaba el libro que había quedado encima y lo empezaba a leer.

Así, tal vez, deberíamos leer, lo que nos caiga en las manos y ya está. Sin tantas reglas, sin tanta parafernalia.