El hombre está condenado a muerte y sabe que ya no hay nada que lo salve. Trata de hacerse a la idea de que en media hora su vida se va a acabar o, mejor, alguien la va acabar; que no fue el destino, y uno de sus tantos vericuetos el que se encargo de ponerle un punto final a la narración, sino alguien. “Que desgracia morir de esta manera”, piensa.
Antes de llevarlo al patíbulo le preguntan que si no tiene un último deseo. El hombre alguna vez había pensado acerco de eso, y todo el asunto le parece una farsa, "¿Qué sentido tiene toda esa estupidez del último deseo?”, se pregunta. Piensa en decirles que lo que desea es que lo maten lo más rápido posible, pero sabe que es una mentira.
El hombre, como la gran mayoría, no quiere morir. Se Imagina entonces viejo, con el pelo totalmente blanco, en una reunión con una gran familia que nunca va a tener: Hijos, nietos, bisnietos; todos sentados a su alrededor en una gran mesa. Celebran su cumpleaños, el numero 103. Al yo de su fantasía se le escurren las lágrimas al ver a toda la familia reunida, celebrando su larga vida.
“¿Tiene alguno?”, la pregunta del guardia lo saca de su ensoñación. El hombre, en ese momento, siente urgencia por contar algo, lo que sea, así que pide una máquina de escribir y unas hojas.
Los guardias ríen, pero al hombre no le importa lo que piensen acerca de su petición, si es ridícula o no, es su último deseo y ojalá no se lo nieguen. Luego de la mofa, le traen una silla y mesa de madera descoloridas y cansadas, y ponen la máquina encima.
El hombre les pide el favor de que le quiten las esposas para poder escribir con libertad. Los guardias consultan por la radio con algún superior si pueden hacer eso.
Luego de un rato liberan sus manos y el hombre, con pasitos cortos, se acerca a la mesa y finalmente se sienta. “¿Qué debo contar?”, es la primera pregunta en la que piensa. El problema, como siempre, es el maldito tiempo, que no para de correr, y del que solo puede disfrutar media hora.
El hombre se queda mirando fijamente la hoja, pero nada se le ocurre, o de lo que se le ocurre nada le interesa. “Bonita hora para sufrir del síndrome de la hoja en blanco”, piensa.
Más que teclear, espicha algunas letras aleatoriamente y con rabia “xgxjkjdjfofnfoifndkdjdhdofnjcn”. Luego escribe: “El guardia que lea esto es un maricón”, pero no quiere irse de este mundo con una broma floja.
Con un movimiento decidido arranca la hoja del rodillo la arruga y la bota lo más lejos posible. Inserta otra y se queda mirándola por un largo rato. Un guardia le dice: “Ya solo le queda cinco minutos”.
“Me pareció que el desayuno de hoy fue uno de los mejores en mi estadía en la cárcel”, cuenta el hombre. La imagen de un café aguado, un huevo duro y un trozo de pan, fue la que le llegó a su cabeza, y en sus ´últimos minutos de vida, trata de narrar esa breve experiencia de la mejor manera posible.