viernes, 23 de diciembre de 2016

Maniquí sin rostro

Estoy en un almacén. Las personas se mueven freneticamente, parecen hormigas a punto de ser exterminadas, que buscan la salvación.  Todos cargan muchas bolsas y van de un lado otro de afán, como si se les estuviera haciendo tarde para algo,  ¿vivir tal vez? no lo sé.  menos mal que no tengo la respuesta para todo, pues eso debe ser una forma de locura.

 Hace un rato pasé por una caja, y un señor le respondía a la cajera: "12 cuotas";   ¿Qué difirió a tantos meses? ni idea.  En ese momento quede sin habla, al pensar como ese mundillo de intereses, cuotas y deudas nos envuelve de manera silenciosa.

Olvido el incidente del hombre luego de unos pasos y me concentro en mi tarea, buscar una camiseta para mi hermano.  Intento caminar rápido mientras esquivo personas y estantes repletos de ropa.  En mis cortos trayectos de un lado a otro, me fijo en los maniquíes, esos seres que apaciblemente vigilan nuestras compras , Digo seres porque, en cierta medida, son similares a nosotros, los humanos. 

 ¿Qué podrían decir los maniquíes acerca de nosotros, si alguien, qué se yo un dios, mago o algo así, les diera la oportunidad de hablar?.  Tal ves todos poseen cualidades increíbles que les permiten mirar por debajo de las personas, es decir, que solo con presenciar nuestros métodos y actitudes de compra, logran entender como somos y cuáles son nuestros más profundos y oscuros deseos.

Estoy seguro que en algún momento, alguien que tuvo un encontronazo mágico con un maniquí que podía hablar,  y este  confrontó a  esa persona a sus miedos, angustias y aberraciones, guardadas en los abismos de su mente.  

Esa persona decidió poner una queja a las empresas que producen maniquíes, exigiéndoles que los crearan básicos, sencillos, que preferimos morir engañados a que alguien nos diga un par de verdades en la cara.  El resultado es algo trágico, una monstruosidad: el maniquí sin rostro.   

Pero pues eso no es nada; el otro día, mientras caminaba por la 53, vi a otro maniquí masacrado.  Lo habían cortado por la mitad, únicamente con el fin de exhibir un pantalón de mujer. Queda la duda  también hacía parte del grupo de maniquíes sin habla.