Hace un par de horas me sentía muy cansado y me dije: “mí mismo, hoy no vamos a escribir nada y ya está, el mundo no va a dejar de girar si no lo hago.”
Luego me tomé un té con dos roscas y parece que la bebida, el golpe de calor o ambas cosas, me imprimieron algo de energía y por eso me siento a hacerlo ahora.
De pronto me sentía cansado porque no dormí las horas suficientes. Y es que hago todo lo contrario a las recomendaciones que dan para dormir bien: veo televisión, miro el celular antes de acostarme, leo, en fin. Es una fortuna que no tenga pesadillas con la cantidad y variedad de archivos temporales que almacena mi subconsciente.
Suelo dormir de 6 a 7 horas, a veces menos, muy pocas veces más. Las ocho horas reglamentarias de las que tanto hablan ya me parecen extrañas, no porque no desee dormir esa cantidad de tiempo, sino porque siempre me despierto antes.
También creo que lo que pasa es que soy malo para dormir, es decir, a veces me demoro bastante para que me coja el sueño, doy media vuelta hacia un lado, luego hacia el otro, acomodo mejor la almohada, y ahí sigo sin dormirme. Una putada pues el cerebro se da cuenta y comienza a plantear temas o situaciones, me pongo a darle vueltas a algunos, y ahí me quedo.
Me gustaría ser como una de mis hermanas que a los pocos segundos de poner la cabeza sobre la almohada, ya está dormida, sin importar si la noche anterior durmió 8 horas o más o si durmió una siesta en la tarde.
Algo que si detesto son esas personas que se vanaglorian de dormir pocas horas, o que trasnochan y les parece gracioso que se les cierren los ojos.
Una vez tuve una jefe así. Un día, ya de madrugada, ya no valía un peso y le dije que lo sentía mucho, pero que ya me estaba quedando dormido encima del computador y que me iba a la casa.
Entre risas me dijo que bueno. No sé si se habrá molestado o no, pero a otro con ese cuentico chimbo de “ponerse la camiseta".