jueves, 12 de julio de 2018

Masa amorfa

Eso era lo que pensaba Victoria Child acerca del tiempo, que no era continuo, sino más bien una especie de masa, una pasta moldeable sin principio ni fin identificables, que se mezcla de diferentes maneras; además de ser, parafraseando un poco a Einstein, relativa, es decir que tiene un significado diferente para cada ser humano, con relación a su vida y los sucesos en los que cada uno se ve envuelto. 

Child pensaba que el pasado bien podía ser presente, el futuro el pasado y así, todas las permutaciones posibles entre esos tres estados con los que pretendemos encasillar al tiempo. 

Había días en los que no dejaba de pensar en el tema: “Este momento, este ahora, no se le puede llamar así en su totalidad, pues no dejar de ser un futuro mío de, digamos, un pasado de hace unos 5 años, al tiempo que no deja de ser un pasado de un futuro que quizás ya viví. Para ella la vida era como una máquina del tiempo constante. 

Esa era una de las dudas constantes de Child, profesora de gramática, pues le intrigaban los tiempos verbales y la necesidad, malsana creía ella, que tenemos de marcar con ellos el tiempo. 

“Masa amorfa”, denominaba al tiempo y a los verbos, dos variables que, pensaba, no pueden existir la una sin la otra. 

Durante toda su vida trato de imaginarse un verbo supremo, uno que tuviera la facultad de expresar el pasado, presente y futuro al mismo tiempo, sin necesidad de derivaciones, una única palabra que permitiera señalar el antes y el después, el ayer y el mañana, hacia atrás y hacia adelante. 

A eso dedicó su vida Child y, a fin de cuentas, el tiempo, como a todo, la consumió, sin darle nunca la respuesta que buscaba.