A Pérez le piden un artículo sobre salsa para la edición 73 de una revista cuando cae la tarde. "Lo necesito para mañana" le dice el editor en un tono alegre. "Claro, como usted sólo se dedica a leerlos y mandar a escribir es tan fácil" piensa. Suspira y luego pregunta "¿Cuantas palabras?". “Es cortico hermano, no se estrese, de 500 a 800".
Al rato de colgar, con la pereza colgándole en la espalda, decide sentarse en su escritorio. No tiene ni idea sobre que va a escribir, pero si no hace el intento de poner una palabra detrás de otra, su trabajo, su vida, ¿qué sentido tiene todo?
Escudriña su cabeza. Le gusta cómo suena esa palabra y es la primera que escribe, espera que pronto venga otra, producto de un fogonazo en su cabeza debido a la excitación de una neurona o una orgía entre varias de ellas; eso que unos llaman inspiración, otros más románticos musa, y aquellos (que no son ni los unos ni los otros), emparentan ambas bajo el nombre "Musa de la inspiración”. Espera que ese ente, lo que sea, si es que existe, le transmita algo a sus dedos para comenzar a teclear.
Pasan 5 minutos, y en el último cae en cuenta de que mira la pantalla mientras piensa que tiene hambre. Va a la cocina por un paquete de papas y una gaseosa. Toma su merienda mientras navega por internet, pero esa supuesta recarga de baterías no le sirve para nada o tal vez a su musa no le agrada esa combinación.
Decide revisar la definición de la RAE para ver si de pronto, por alguna razón absurda, viene con una historia incluida que le de luces de algo, pero se encuentra con ese muro frío, desprovisto de emociones, que son las definiciones de diccionario: “Examinar, inquirir y averiguar cuidadosamente algo y sus circustancias". "Malditos, puros sinónimos. Que gente tan perezosa esa de la Real Academia” concluye.
La 73 podría tener algo que ver con la banda bogotana La 33, si se le suma 40 unidades de algo, ¿de qué?, ¿Instrumentos, músicos, fans?
Escudriñando a la 33, escribe. Ese va a ser el título, que espera se convierta en una cascada de palabras con cierto sentido y ritmo. Alguna vez leyó que Woolf decía que eso último era lo más importante para escribir y piensa que si se trata de un artículo sobre salsa, debe pesar aún más.
Le tiene miedo al uso del gerundio pero siempre lo siente tan a la mano, tan preciso, que decide subrayarlo, no en el amarillo chillón tan preferido por todo el mundo, sino en un parco gris.
Ha pasado una hora y todavía le faltan, calcula a la ligera, unas 650 palabras.