miércoles, 14 de febrero de 2024

En cualquier momento

¿Qué?

En cualquier momento llega mi hermana a recogerme. Entonces escribo esto con la angustia de dejarlo a medias, de que no diga nada, de que solo sea un arrume de palabras sin ningún sentido, pues vuelve y juega: tengo ganas de escribir algo y no sé qué tema tocar.

¿Y qué importa? La escritura no puede ser tan ordenada. Recuerdo que una vez conocí a una escritora que planeaba meticulosamente las historias que escribía. Es una técnica que puede funcionar, pero creo que al final los escritos quedan planos, o más bien faltos de sinceridad, de entraña, de esas vísceras que tiene todos los textos que remueven algo por dentro.

Tal vez eso tiene que ver con los libros que no son libres de los que habla Marguerite Duras en Escribir. La escritora dice que es fácil ver que son fabricados, organizados y reglamentados, en últimas que son libros conformes. Libros que deben ser como se supone es un libro. Un despropósito total, porque la escritura no puede tener ningún tipo de regla o límite.

Duras, que tenía millones de toneladas de precisión, creía que la escritura es sinónimo de desconocido, y que antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir.

Otros escritores como Rosa Montero, Anaïs Nin, Isabel Allende o Cornac MacCarthy parecen pensar de forma similar, ya que creen que el subconsciente es el que manda la parada al momento de escribir, y que ello no son más que médiums que reciben a dictado las historias.

Montero dice que las novelas vienen del mismo lugar de donde provienen los sueños y Allende cuenta en su libro Paula que, fiel a su ritual de escribir la primera línea de su novela cada 8 de enero, intenta estar sola y en silencio por largas horas, pues necesita mucho tiempo para sacarse el ruido de la calle y limpiar su memoria del desorden de la vida.

Ray Bradbury salda todo diciendo lo siguiente: “la autoconciencia es el enemigo de todo arte, ya sea actuar, escribir, pintar o vivir, que es el arte más grande de todos.”