Otra vez lo mismo. Es tarde y heme aquí intentando escribir algo. En la mañana, fuera de Bogotá, me senté en mi escritorio con la taza de café del desayuno a la mitad. Aún estaba caliente, pero me distraje con cualquier pendejada y cuando le di un sorbo la bebida ya se había enfriado.
En ese momento pensé en escribir algo sobre eso. Pensaba decir que la vida es muy corta para dejar enfriar el café y que deberíamos preocuparnos por tomarlo bien caliente, pues uno nunca sabe si es la última vez que le va a dar un sorbo a esa bebida.
La verdad es que uno no sabe nada, y la mayoría de veces se anda a tientas, a tumbos, a trompicones (que buena palabra esa) a pura prueba y error, a ver si en medio del caos tan berraco que es la vida, resulta alguno de los planes que trazamos.
Ya no sé que más escribir pero llevo míseras 165 palabras. Una vez escribí el guión de un video para una empresa y tenía que ser menor de 200 palabras. En esa ocasión, al contrario, sufrí mucho editando ese texto, que parecía desbordarse de mis manos.
Pero bueno, que me distraigo,mejor sigamos hablando del café. Hay que tomarlo caliente y a la hora que sea. A mí esa bebida no me quita el sueño. El otro día me entró un antojo como de mujer embarazada, imagino que así son, y a las 11 de la noche sentí un deseo irrefrenable de tomarme una taza bien oscura. Hacer eso de pronto es un atentado contra los ciclos circadianos. No lo sé. De pronto tengo acumulada cafeína en alguna parte de mi cuerpo, y por eso hay noches que doy vueltas y vueltas y no logro dormirme, pero esa vez, la del tinto a las 11 de la noche, dormí sin ningún problema.
Ya llevo más de 300 palabras, que no vienen a ser mucho, pero cumplen con mi cuota mínima. Mejor me voy a dormir, porque soy tan inteligente que programé, desde hace meses, una reunión de trabajo para mañana.
El café caliente, siempre caliente.