viernes, 5 de octubre de 2018

Margarita

Margarita es la prima de una amiga. Siempre que escucho, como hoy, una canción de Juanes, me acuerdo de ella. Hace muchos años me gustaba mucho. Yo la apodé la popstar, porque tenía cierto parecido con una de las participantes de ese programa. 

Con Margarita y un grupo de amigos, fuimos a un concierto de Juanes en el Campín. Yo ya había salido un par de veces con ella, y andaba en plan de conquista. 

Ese día estaba lloviendo y, si no estoy mal, le pasé el brazo por la cintura o el hombro, gesto que, al parecer, no la incomodó. Rato después, en pleno concierto y envalentonado por unos tragos de ron, que no recuerdo como logramos ingresar al estadio, y adicional a lo mucho que me gustaba, me lancé a darle un beso. Apenas me incliné hacia ella todo iba bien, pero a medio camino perdí el impulso, pues Margarita me hizo el quite. 

Es una escena borrosa que, supongo, debido al desenlace que tuvo, no me preocupé en atesorar en mi memoria. No recuerdo que pasó después, si me sentí incomodo, o si ella se molestó, o si sumergí mi cerebro en más ron para pasar el trago amargo; aunque no creo porque solo encaletamos un par de cajitas de cartón pequeñas que no dieron medio brinco. 

Lo que rescato de esa situación son las ganas que tuve de darle un beso y el haberlo intentado, sin darle muchas vueltas al asunto. Si, muy triste y todo no haber sido correspondido, pero le aplaudo esa actitud a mi yo de ese entonces, un yo que calculaba menos sus actos; un yo impulsivo y más fresco con la vida en general.