sábado, 19 de abril de 2014

Mariana

En la universidad hubo un semestre que en mi facultad abrieron una especie de convocatoría (especie porque no recuerdo que le negaran el ingreso a nadie) para conformar un grupo musical, en otras palabras una banda, porque lo único que haciamos era tocar covers, la mayoría en español.

Como nombre nos pusimos "El Ensamble" y creo que solo alcanzamos a tener dos presentaciones en vivo, en esos espacios, con ínfulas de Bohemia, llamados Lunadas.  Mi interés principal era ser el baterista, pero otro tipo tenía más práctica y formación no meramente empírica como la mia, y  además contaba con el instrumento, esto  en últimas aniquiló mis esperanzas de ser el encargado principal de llevar el "tempo" de la agrupación.

Para no quedarme por fuera y dejar triste a ese músico frustrado que siempre he llevado por dentro, decidí meterme de cantante y así fue que asistí a las clases de técnica vocal impartidas gratis durante ese semestre.  La canción que canté, y de la cual se borró una estrofa  por completo de mi mente en plena tarima fue "Sin rencores" de Ekhymosis. Después de mi chasco como cantante toqué la batería de "My immortal" de Evanescence, con unos arreglos propuestos por un metalero que también hacía parte de la banda, para el último segmento de la canción.

Me baje de la tarima con las baquetas en la mano,  y esparadrapo en un par de falanges de los dedos de la mano derecha; Esa que en el  caso de los diestros, le da insístentemente al "Snare Drum", encargada también de cerrar  los redobles en los platillos. y que se raspa después de tocar duramte muchas horas (Lo del esparadrapo era solo para tener indumentaría de baterista, pues nadie se lástima la mano con tan solo tocar una canción). Unos amigos me felicitaron por mi breve interpretación.

Ya estando solo y viendo el resto de la presentación, volteé a mirar a mi derecha y vi a dos mujeres sentadas en el piso tomando canelazo, bebida digna de dichos eventos universitarios que se realizaban al caer la tarde.  Me quedé mirando, mientras me sonreía de vuelta, a la crespita de pelo negro que le llegaba un poco más abajo de los hombros, nariz respingada y sonrisa perfecta.

Esa vez comprobé que uno si puede hablar con los ojos.  Después de unos segundos de haber antablado contacto visual y que ella me dijera que quería hablar conmigo, me acerqué al lugar  donde estaban sentadas  y salude, abusivamente de mi parte a Mariana, nombre que le aplicaba perfectamente, con un beso en la mejilla.  Esa noche, por un par de horas, me enamoré de ella.

Espero, donde quiera que esté, que se encuentre muy bien. El siguiente fragmento fue el que ayer me disparó su recuerdo:

"Tal vez recuerde su nombre
porque fue lo único que me concedió,
todo lo que me dió"
- La Habana para un Infante Difunto -