lunes, 13 de agosto de 2018

Cuando a uno le toca

Apenas me subo al taxi, el conductor, de un poco más de 40 años, me saluda efusivamente,como si fuera un amigo cercano al que hace rato no ve. Intercambiamos un par de frases y, casi siempre, ríe al final de estas. "Un hombre alegre", pienso.

Noto que tiene ganas de conversar y para mi resulta ser uno de esos días en los que no me quiero perder en mis pensamientos, así que me entregó a la conversación, suponiendo que, en efecto, es un gran amigo al que hace rato no veo. 

Al principio hablamos de cosas simples; los temas que siempre se tocan: la ciudad, su clima, el tráfico. Quizás, es este último tema el que descarrila la conversación, y alguno de los dos menciona la noticia del hombre que asesinaron en un barrio de los cerros orientales de la ciudad. 

“Menos mal que yo no soy presidente”, dice el hombre a modo de conclusión, cuando nuestras miradas se encuentran en el espejo retrovisor, le pregunto:“¿Y eso por qué?. “Yo si pasaría al papayo a todos esos delincuentes, es gente que ya no tiene arreglo”, responde. 

Me cuenta que el hombre que mataron tuvo la mala suerte de que la aplicación Waze lo llevará por esa ruta. “Definitivamente es que cuando a uno le toca, le toca”, y antes de que me anime a responderle, y afortunadamente, pues no tenía ninguna frase a la mano o, mejor, a la mente, continúa hablando: “Si, por ejemplo, mi hermano mayor. Él estuvo a punto de morir en dos vuelos en Indonesia. En uno, el más tenaz, alcanzó a enviarle un mensaje de texto a mi cuñada y todo. Al avión se le apagaron los motores y el piloto logró aterrizarlo planeándolo.” Le pregunto que en qué trabajaba su hermano y me cuenta que era desarrollador de software, y que siempre andaba 20 días por fuera y 10 en el país. Suspira y continúa su historia: “Y mire que hace siete años cuando estaba de visita acá, lo mataron en un fleteo.” 

Luego tocamos el tema de la seguridad en la ciudad. "Bueno, pero la verdad yo ya no me preocupo por eso”, me dice, “Yo en menos de tres meses me voy del país con la zángana”. Asumo que se refiere a su pareja. El silencio envuelve nuestra conversación por un instante. La verdad quiero saber para dónde se va y noto que él también quiere que se lo pregunte. No dilato más nuestra mudez. “¿Y para dónde se va?” Para xvgdgdd (no entiendo lo que dice). “Un pueblito cerca a Valencia”, mi primo ya está viviendo allá” 

“La zángana es mi mamá. Yo hace un tiempo ya estuve viviendo por fuera, en Montreal manejando tractomula. pero a ella no le gusta el frío por eso nos vamos a vivir a ese lugar. 

La carrera termina. Le pago le doy las gracias, me despido y le deseo un buen viaje. Luego de cerrar la puerta, apenas dos doy pasos, me pregunto si se podrá descifrar cuando le va a tocar a uno, si habrá forma alguna de esquivar a la muerte.