lunes, 27 de septiembre de 2021

De levantarse temprano y otras cosas

Me levanto tarde producto de mi torpeza, pues ayer, justo antes de acostarme, configuré una alarma en el celular, pero no la activé.

Me ducho, me preparo un café y evito caer en la tónica de la auto-recriminación, ustedes saben: pensar que si no se madruga se pierde el día, que soy un vago, etc. “No es el fin del mundo”, pienso, y me escudo con esa frase.

Imagino por un rato eso, es decir, el fin del mundo, de todo, y me tranquiliza pensar que si uno supiera que está ocurriendo, no desperdiciaría el tiempo que queda trabajando, en fin.

Me siento a trabajar y, parece, entro en ese estado que los psicólogos llaman flujo o Flow, para que suene más internacional.

Hay momentos en los que intento distraerme, pero las ideas que salen de mi cabeza con facilidad, no me permiten abandonar el flujo, o el estado que sea en el que me encuentro inmerso. Vuelvo a él como si nada.

Trabajo toda la mañana sin parar, como si fuera una máquina, o bien, como si supiera que el fin del mundo va a llegar en las próximas horas.

En la tarde, después de almuerzo, salgo a comprar el pan y de regreso me siento en la banca de un parque.

Me distraigo mirando unas palomas que caminan cerca, picoteando el piso de forma terca.

Ahí, pienso, en esa determinación de la paloma que picotea el piso en busca de migajas o sobras de comida, se encuentra el significado de la vida.

“¿En que pensarán?, me pregunto. Siempre las he creído algo esquizofrénicas por la forma en que caminan y mueven la cabeza de un lado para el otro. Quizás ellas piensan lo mismo de nosotros, esos seres extraños que también caminan raro y que nunca dejan de fastidiarlas.

Ahí, sentado, espero un rato a ver si el fin del mundo va a llegar, pero no ocurre nada.

El resto del día, gracias al flujo de la mañana, lo trabajo a media marcha.

Levantarse temprano está sobrevalorado.