Tengo una cita con mi optómetra a la 1 y me parte el día.
Cuando salgo del lugar busco un restaurante para almorzar. Estoy en un sector con muchos edificios de oficinas y en la mesa de enfrente se encuentra una pareja. Mientras me traen el almuerzo me pongo a leer. No había caído en cuenta de ellos hasta que el hombre dice en voz alta: “¡No!, las cosas no pueden ser así”.Subo la cabeza, pues la frase, el tono y la rabia que carga –Al hombre solo le faltó manotear la mesa– me sacan de mi lectura; además quiero saber que cosas no pueden ser de cierta manera. No está mal tomar precauciones que por uno u otro motivo han pasado desapercibidas en nuestras vidas.
Tiene los ojos encendidos, y parece que dicen en silencio “no sea bruta”, mientras la mujer le intenta dar explicación de por qué esas cosas a las que se refiere el señor si pueden ser de determinada manera.
La mujer, consciente de que está en un lugar público, habla en voz baja y la única respuesta que obtiene de su interlocutor es un movimiento de negación con su cabeza. “¿Qué relación tienen? ¿acaso son pareja, compañeros de trabajo, socios o jefe y subalterna?.
Todo son preguntas.
Pienso en cambiarme de puesto para quedar de espaldas a la mujer y mirar si mis oídos pueden captar lo que está diciendo, pero la maniobra sería muy obvia. Por más de que trato no alcanzo a descifrar ni una palabra de las que le dice al hombre.
Se quedan en silencio por un rato, entonces vuelvo a mi lectura. Maldigo un poco porque se me perdió la página en la que iba, pero no tardo en encontrarla y termino el capítulo que había dejado a medias.
Al rato vuelvo a levantar la cabeza y veo que la mujer acaba de ponerse de pie y abandona el restaurante sin despedirse del hombre. La sigo con la mirada hasta que cruza una calle y luego me fijo en el hombre. Tiene el ceño fruncido y las canas que lleva en las cejas refuerzan su expresión.
El hombre toma su celular, lo conecta a unos audífonos y luego se los pone. Imagino que sintonizó un podcast que habla sobre cómo encontrar paz mental.