martes, 9 de enero de 2018

Lluvia y guaro

La ciudad luce gris y hace frío. Dos hombres, ambos cargan una guitarra en sus espaldas y llevan puestos ponchos antioqueños, se resguardan del aguacero en un paradero. Uno de ellos ríe mientras el otro se carcajea. Apenas el segundo toma algo de aire, el primero, con la mano derecha, levanta una copita de plástico a la altura de la cara, y con la otra una media de aguardiente de la que, hábilmente, deja caer un hilillo del trago en la copita, hasta que la llena y se la ofrece a su amigo. 

Es raro ver personas con un ambiente tan festivo por la calle a inicio de semana, y mucho más cuando llueve con furia sobre la ciudad; si uno se fija bien la mayoría de personas caminan con expresión seria en sus caras, como inmersas en una capsula de la que, supongo, esperan que salga un letrero que diga: “no se metan conmigo ni por el putas”. 

¿Qué ocurre en la ciudad aparte de nuestras ajetreadas vidas, y de esas desgracias o aciertos que tenemos a diario? ¿Quiénes son esas personas que no conocemos, esos completos desconocidos, que nos topamos en la fila de un supermercado, panadería o banco, o esos que vemos a lo lejos cuando echamos un vistazo por la ventana?

Seguro que tenemos mucho en común con cualquier habitante de nuestra ciudad. ¿No les causa un poco de intriga cualquier persona?, es decir, conocer algún detalle de sus vidas, el que sea, independiente de lo irrelevante que puedan o no ser, qué sé yo, por ejemplo, ¿cuál será su comida favorita, sus agüeros, costumbres, a quién extrañan o qué los pone tristes?

¿Qué festejaban esos hombres? Hoy, en lo que duro el avistamiento, mientras los veía reír y tomar aguardiente, me hice esa y otras preguntas . Seguro que si continuamos hurgando esa breve escena, nos da para escribir una novela.

“Lluvia y Guaro” podría ser el título.