Compro uno de esos yogures que lleva un recipiente plástico con cereal en su cucurucho. Rara vez los consumo, pero de repente me dieron ganas de volver a probar uno. No sabe uno si lleva restos de campañas publicitarias en el subconsciente, y si es debido a ellas que se presentan tales impulsos inexplicables, o si en verdad fue un antojo o capricho del momento; en definitiva no sabemos nada. Somos pura prueba y error desde nuestra concepción.
Cuando lo voy a abrir, mi cerebro, mi subconsciente, mi otro yo, la Pachamama, el patas, dios, no sé, alguien, me advierte algo muy sutilmente a manera de susurro: "Pilas con la fecha de vencimiento". Freno en seco, pues ¿qué tal que esté a punto de consumir un producto vencido?
Me pongo a buscar la fecha de vencimiento, pero no la encuentro por ningún lado. A cambio me entero de que voy a consumir 120mg de sodio y 200 mg de calcio. Bien por lo del calcio, “Calcio para huesos fuertes”, maldita publicidad, y malo por lo del sodio. No sé, a ciencia cierta, por qué lo tengo en tan mala estima, debe ser porque es un componente principal de la sal y en algunas consultas médicas me han repetido hasta el cansancio que no es bueno consumirla en exceso.
Parece que encuentro la fecha, esta impresa en letras negras que apenas se pueden leer sobre un fondo azul oscuro. Me pego el recipiente a la cara y me convenzo de que dice Feb. 20. Lo abro, mezclo el cereal con el yogur y comienzo a cucharear. Al rato, siento un ligero sabor metalizado en mi boca, pero asumo que es pura sugestión.
Más tarde me da dolor de cabeza y nauseas, ¿Qué diablos consumí? Si no vuelvo a aparecer por acá en los próximos días, por favor comuníquense con las autoridades competentes.