Camino hacia mi casa, como siempre, mirando hacia el piso. Apenas cruzo la 11 subo la mirada y alcanzo a frenar para no estrellarme con un policía que lleva puesto un chaleco verde fosforescente. Ejerciendo su autoridad, extiende la mano derecha y mostrándome su palma hace que me detenga. "Buenos días Caballero, ¿me permite su cédula por favor?" Más que un favor está claro que es una orden. Por un instante pienso en responderle "¿Para qué la quiere?" pero inmediatamente desecho mi actitud alevosa, meto la mano en mi bolsillo, saco la billetera, busco y le entrego la cédula.
El policía la toma, la sostiene con sus dedos pulgar e índice, mientras ingresa mí número de identificación en un aparato que parece un datáfono, con el fin de averiguar si tengo alguna deuda con la justicia.
"Señor, usted no cuenta con ningún delito físico, en cambio si veo que tiene un sinnúmero de delitos mentales"
"Sonrió y le pregunto que qué quiere decir" Serio, me mira a los ojos y con odio, creo, me responde:
"Aquí aparece que alguna vez ha recreado el asesinato de una persona en su mente"
" ¿Cómo?" le pregunto
me puede decir quien es el señor "Fabio Duarte" y la señorita o señora Pamela Cáceres?
Apenas escucho los dos nombres, los recuerdos me comienzan a envenenar el alma. "Fabio fue un gran amigo mío y Pamela es una exnovia" le respondo.
" ¿Y por qué ha pensado, más de una vez, en matarlos?
"Siempre ha sido cuestión de los tragos oficial. Casi le digo "mí oficial" para fingir gran respeto y así ganar su confianza, usted sabe que uno no piensa bien con el cerebro nadando en licor. Otra vez sonrío mariconamente, siempre lo hago cuando estoy nervioso. Imposible decirle la verdad. Hace dos años el cabrón de Fabio, mi mejor amigo en ese entonces, me quitó a mi novia, la boba perra esa de Pamela.
Por un par de segundos ninguno dice nada. Decido hablar y le pregunto, pero dígame mi agente, ¿mi agente? se me están acabando los sinónimos de policía, pienso, ¿Quién no ha cometido nunca un delito mental?.
Parece que responde mentalmente mi pregunta, me devuelve la cédula y me dice: "Muchas gracias, siga su camino". También le doy las gracias y agradezco que no me haya requisado, al dar vuelta a la esquina acaricio la hoja del cuchillo que llevo en el bolsillo de mi chaqueta.
Hoy si mato a uno de esos hijueputas.