martes, 1 de febrero de 2022

Correr

Correr era sinónimo de estar en el Colegio.

Si mi memoria no me falla, teníamos dos descansos por día. El primero duraba quince minutos. ¿Qué puede hacer uno en quince minutos? Yo que sé, comer algo e ir al baño si acaso.

Como era tan corto, y si uno no tenía nada para picar, tocaba salir corriendo a la cafetería para agarrar un buen puesto en la cola antes de que se hiciera interminable, pero siempre estaban los desgraciados deportistas que corrían más que uno, entonces el chance de quedar en un buen puesto, dependía de que alguno de ellos se destutanara a mitad de camino.

El segundo, el “largo”, duraba 30 minutos. Ese servía para echarse cotejos de micro, por ejemplo, o para tener tiempo de hacer fila en la cafetería y comprarse algo, si en el primero no se había tenido la oportunidad de hacerlo.

Pero también tocaba correr porque había que pelearse las canchas de fútbol, de microfútbol, las de basquet, voleibol o las mesas de ping-pong, pues los que las cogían eran los que mandaban, los que armaban los equipos para jugar lo que fuera.  Eran casi igual de importantes al dueño del balón, ese personaje al que tocaba preguntarle si uno podía jugar.

Yo, bien gordito en ese entonces, no tenía chance de competir o reclamar alguna cancha, así que debía esperar a que alguien de mi curso obtuviera alguna y que luego, armando los equipos, me escogieran. Siempre me ponían de defensa. Era bueno en esa posición.

Tampoco recuerdo qué hacía cuando no jugaba nada porque todas las canchas estaban ocupadas y ninguno de mis amigos había conseguido una.

Me imagino que me gastaba la plata que me quedaba en cualquier cosa barata, como los churros, esas bombas calóricas; de resto caminar por ahí sin rumbo alguno y ver si de pronto podía raspar participación en algún cotejo futbolero.