Todo el día me la pase esperando un email que no llega. Tal vez nunca llegue, en fin.
Después de una seguidilla de ingresos al correo electrónico, me dije: “oiga mí mismo, bájele a la ansiedad”.
Como no podía dejar de pensar en el asunto, decidí dibujar.
Dibujar me calma porque toda mi atención se la dedico a la tarea; me baja las revoluciones. Escribir también me produce el mismo efecto, pero siento que cuando dibujo mi mente divaga lo menos posible.
En un instante, cuando le sacaba punta a uno de los lápices, el 5B, el que utilizo para colorear los espacios de color negro, imaginé que debe existir un universo paralelo en el que soy dibujante.
Intento imaginar cuál fue esa decisión de vida que creo ese otro plano, pues se supone que es en esos momentos se crean los universos paralelos: cuando debemos elegir una opción de lo que sea, cuando deseamos vivir una vida y desechar otra.
Lo bueno, por si sirve de consuelo, es que la física cuántica dice que cada una de esas vidas que dejamos de vivir y la que finalmente escogimos, ocurren al mismo tiempo. En otras palabras, lo que esto quiere decir es que todo lo que podría suceder de hecho sucede, pero uno solo vive una serie de experiencias y eventos que se desarrollan para poder existir.
Todo es extraño, tanto este mundo, como esos otros que no vemos, pero en los que también existimos, porque solo imagínense la cantidad de copias que debemos tener, cuando nuestros yoes de otros mundos también comiencen a decidir.
Supongo que esa vida, resultado de la copia de la copia de la copia está echada a perder, pues es como una cinta que se ha grabado muchas veces y pierde calidad.
Relaciono esto con La República del Vino, una novela de Mo Yan que me regalaron y que se me dificulto leer, pues al parecer era una doble traducción: de chino a inglés y luego a español, entonces la obra a veces tenía inconsistencias en el punto de vista.
A lo mejor nuestra vida solo es una vida que desecho nuestro yo superior, si se le puede llamar así.