lunes, 6 de junio de 2022

Tiempo nocturno

Son las 10:15 de la noche y ocurre lo mismo de muchas veces: no se me ocurre sobre qué carajos escribir. Todo por no dedicar un espacio del día a pensar sobre un tema al cual arrancarle unas cuantas palabras.

Por eso acudo a esta fórmula fácil y vuelvo a escribir, como ya lo he hecho otras tantas veces, sobre mi incapacidad para hacerlo.

Imagino que es algo que tiene que ver mucho con desear, me explico:

Ahora, a las 10:17, escribo estas palabras, pero estoy desfasado en el futuro, es decir, estoy pensando en lo que deseo hacer aparte de escribir (ver una serie y leer), y ahora, a las 10:19, pienso que queda solo un poco más de una hora para que se acabe el día, y que al final no voy a poder hacer ni lo uno ni lo otro, o voy a tener que escoger entre algunas de las actividades que mencioné.

En resumidas cuentas estoy y no estoy en el escrito. Pero eso en medio de todo no está mal, porque como dice Julio Ramón Ribeyro en sus diarios, “Escribir no es un acto continuo, sino que generalmente va acompañado de largos intervalos de distracción”.

Y es que está claro que el tiempo corre más rápido cuando uno necesita que pase lento y viceversa. Para probar mi teoría me quedo mirando el reloj de la pantalla de computador, pero él sabe qué estoy haciendo eso, entonces los segundos y minutos duran lo que se supone deben durar, pero si le quito la mirada de encima por una fracción de segundo, fijo el tiempo arrancaría a correr como loco.

Como miro el reloj, escribo con la imagen que tengo del teclado en mi cabeza y ubico los dedos lo mejor que puedo para no descacharme a medida que tecleo. El tiempo avanza de forma normal, pero mis dedos torpes se equivocan de posición y comienzo a redactar frases con palabras no palabras como esta: ewi bo de que foce. Intento descifrar que quería decir, pero no lo logro, así que vuelvo a mirar hacia el teclado para acomodarlos bien.

Ahora son las 10:37 y me dispongo a echar una moneda al aire. Cara: Leo, Sello: Veo serie. A veces lo mejor es confiarle las cosas al azar.