De vuelta a casa ráfagas de frío helado me golpean la cara. Intento cubrirme la boca y nariz con la mano, pues tengo indicios de gripa y un viaje dentro de poco, así que no quiero resfriarme. Cuando salí estaba haciendo sol y por eso decidí no llevar bufanda. Maldito clima bipolar, pienso.
Para completar comienza a llover, así que decido hacer una parada en un café que queda cerca a la casa. El lugar es muy pequeño, solo tiene un par de sillas y una barra con un revistero empotrado en la pared. Después de hacer el pedido, un capuchino, por supuesto, los planetas se alinean y logro conseguir una silla en la barra de las revistas. Una de las que siempre está de primeras, y la más trajinada según el estado de sus hojas, es la que siempre muestra modelos ligeras de ropa; el resto son de farándula, de esas que nos cuentan que fulanito pasó unas increíbles vacaciones con Menganita en la costa Azul francesa, como si eso nos importara, pero si nos importa o, más bien, sufrimos de una envidia difícil de entender.
Al lado mío hay una pareja. Parece que discuten, pero lo hacen en voz baja, con jadeos al final de sus frases que evidencian mal humor, allá ellos. Para quemar tiempo tomo una de las revistas y comienzo a hojearla. Que bueno ser famoso y tener mucho billete, pienso, no para salir en esas revistas, sino para viajar a esos lugares de playas paradisíacas y casas de campo de ensueño. La pareja, sube el tono de la voz. Miro a la mujer, una rubia que lleva el pelo crespo hasta los hombros, y tiene los ojos aguados. La situación está cargada de drama, así que me pongo a escuchar la conversación, simulando que sigo en mi tarea de hojear la revista.
“Jose, la verdad no entiendo por qué eres así”, dice la mujer mientras se pasa el dorso de su mano derecha por los ojos”
“¿Así cómo, Mariana?
Mariana abre los ojos, parece ser que para ella está claro a que se refiere.
“¿Qué te cuesta estar bien conmigo?, ¿Por qué sigues buscando a Ximena?
“Yo no estoy buscando a nadie, no sé quién le metió semejante idea en la cabeza.
Ahora Sostienen un pulso cargado, no se sabe bien si de odio, nostalgia, amor o una mezcla de los tres, con la mirada”
“Voy a pagar, voy al baño y nos vamos”, le dice el hombre.
Caigo en cuenta que ya no disimulo y que soy un espectador, en primera fila, de su discusión. Mariana me sostiene la mirada por un par de segundos y, apenado, devuelvo la mía hacia la revista.
“¿Usted que piensa?”, pregunta ahora ella. Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos negros, profundos.
“Qué pienso de qué?, le respondo
“pues de lo que acaba de escuchar”, o me va a decir que no estaba chismoseando la conversación.
Guardo silencio, y cuando le voy a contestar, su pareja entra en el local
“Vamos Mariana”, le dice su pareja.
Aprovecho ese instante para dejar la revista y abandonar el lugar.