El título de esta entrada apareció de repente en mí cabeza. Apareció cuando desperté hoy temprano, con la luz del sol golpeándome la cara. No debió haber sido así, me refiero al haberme despertado de esa manera
Ayer halé el cable de una persiana para bajarla, y la estructura se vino abajo. Ahí está ahora, arrumada debajo de un mueble, a ver si este fin de semana me animo a intentar arreglar ese pequeño desastre que ocasioné.
Volvamos a lo de la realidad que, creo, no tenemos muy claro qué es. ¿Es acaso lo que vemos, palpamos, olemos, es decir, todo aquello que percibimos a través de los sentidos, o está compuesta únicamente por nuestros pensamientos? De cualquier forma, queda claro que no solo existe una, sino que cada quien vive la suya, cada uno está inmerso en un mundo completamente diferente, y por eso es que a veces sentimos que la humanidad va cuesta abajo, porque nadie se entiende con nadie, porque todas nuestras realidades son distintas y están desconectadas.
Como en muchas otras ocasiones la RAE se lava las manos, acude a lo práctico, y nos dice que realidad es la existencia real y efectiva de algo; la verdad, lo que ocurre verdaderamente, o lo que tiene un valor práctico en contraposición a lo fantástico e ilusorio. La definición parece un horóscopo, en fin.
Ayer en la noche, mientras caía un aguacero violento, un hombre en la calle se acercó a hablarme. Era viejo y su cara reflejaba un cansancio milenario, de todos sus antepasados juntos, que llevaba a cuestas.
No le pongo atención ni confío en los desconocidos cuando estoy en la calle, producto de un miedo implícito que a veces se asoma. El hombre pedía plata. Dijo que tenía que dormir en la calle, y que todo era culpa del gobierno. Que Colombia era un país de mierda, junto con sus políticos, esos que piden que uno vote por ellos, pero que cuando quedan elegidos se olvidan de sus votantes. También dijo que prefería mil veces ser venezolano. E ahí un ejemplo de una realidad fuerte y despojada de esperanza.
Creo que lo que originó el título de este post, fue ese momento que pende de un hilo y que separa al sueño de la vigilia, uno de los momentos más extraños, creo yo, de la vida, y que es muerte y nacimiento al mismo tiempo. Un momento que representa el tener que zambullirnos en la realidad, abandonar ese mundo fantástico e ilusorio, o bien, terrorífico, de los sueños, y a encarar la realidad del día a día, bien sea de mierda o magnífica, si es que esta última existe.