Una vez en un taller de escritura con Antonio García Ángel, dije que un día en el que yo no leyera ni escribiera, lo consideraba un día desperdiciado. Después de mi comentario él le dijo a todo el grupo: "¡Uyy! entonces yo he desperdiciado muchos días de mi vida".
Ayer tenía pensado escribir algo por la tarde, pero un encuentro inesperado con un amigo al que no veía hace mucho tiempo, cambió todos mis planes. Supuse entonces que los aplazaría para hoy, pero antes de ayer me dormí muy tarde y cómo ayer madrugué, estuve todo el día fuera de la casa y por la noche salí, está mañana decidí única y exclusivamente hacer pereza.
Cuando me encontraba inmerso en ese agradable ritual de no hacer nada, pensé: "Más tarde escribiré algo", pero en la tarde tuve que salir y tampoco lo hice.
Tal vez se preguntará usted, estimado lector, ¿Y cual es el afán de escribir? resulta que mañana me voy de viaje, y como voy a pasar varios días sin escribir, pensaba hacerlo sobre diferentes temas, y lo que más pudiera antes del viaje. Siempre que me voy de viaje me pasa eso, me entra un afán de escribir que nunca concreto. Al ocurrir esto, suelo pensar que en el viaje me voy a dedicar a pensar ideas para escritos futuros, pero a la larga eso nunca ocurre, y me dedico a descansar.
El hecho fue que esta tarde tampoco escribí, porque llegué con mucho sueño, me recosté en la cama, prendí el televisor y me dormí una película. Solo hasta hace una hora logré sentarme a escribir y evacué uno de los temas que me estaban taladrando la cabeza. Ya veremos si en el viaje se me ocurre una idea para escribir una novela brillante.