Sábado medio día.
Estoy con mi hermana en un local de crepes y como un cono de helado que acompañó con un tinto. En la mesa que está a mi derecha se encuentran tres personas: 2 mujeres y un hombre. Dan la impresión de ser compañeros de trabajo, que acaban de terminar su turno ese día.
Hablan de cualquier tema, y en un momento comienzan a hablar de sus sabores de helado; bueno solo el hombre y una mujer, porque la otra pidió una bebida que se llama Frozen Capuchino. Pasado unos cuántos minutos la mujer que pidió helado abandona el lugar, los otros dos la despiden y se quedan para terminar de comer lo que pidieron.
La mujer, de pelo negro crespo y ojos oscuros, ríe de forma exagerada a cada comentario del hombre.”Entonces tu chico te viene a recoger ahorita?”, le pregunta. “No, hoy no viene porque tuvo que salir de viaje”. “Ahhh, veo”, concluye el hombre.
“ ¿Quieres probar mi Frozen Capuchino?”, le pregunta la mujer, “ “¿Y cómo lo pruebo?”, pregunta el hombre, así que la mujer le pasa el vaso para que le de una cucharada.
“Me gusta mucho el sabor a café intenso y la mezcla con la crema chantilly”, dice ella, a lo que él responde: “Si, creo que de los frozen capuccino, este es el mejor, el de Starbucks es puro hielo”.
Ella vuelve a reír con el comentario y se echa el pelo para atrás. Su conversación alcanza un silencio incómodo y él hombre aprovecha para posar su mano sobre la de ella y la comienza a acariciar. En ese momento la mujer y yo fijamos nuestras miradas, y parece que me pregunta mentalmente: ¿Qué tanto mira? Lo más probable es que tenga razón, debería estar concentrado en darle lengüetazos a mi cono y alternarlo con sorbos del tinto que, seguro, ya se enfrió.