viernes, 30 de junio de 2017

Curiosidad

Voy camino a casa, apenas voy a cruzar una calle, un grupo de gente se arremolina en la acera opuesta. Dos policías resaltan en la noche con sus chalecos verdes fluorescentes y los acompaña la sirena de una ambulancia que, muda, salta de una luz roja a otra azul frenéticamente.

¿Qué ocurre? es imposible no sentir curiosidad. Una vez al otro lado, veo lo que el resto de chismosos, como yo, observan. Un hombre, que me hace pensar en una momia por lo rígido que se encuentra, está recostado sobre una camilla en la ciclorruta. Supongo que iba en la suya y un carro lo atropelló, aunque también podría haberse caído y dado un golpe en la cabeza, o algo por el estilo.  Hay miles de maneras de que en cualquier momento se nos dañe el caminao'.

No entiendo por qué el circulo de personas no se dispersa; tal vez esperan que el hombre se levante y diga algo como : “Ehhh los tramé” o que se ponga de pie y haga una venia, pues ahí siguen todos, como los espectadores mudos de una obra de teatro. 

Sigo de largo, a veces es mejor alejarse de ciertas descargas de realidad.

jueves, 29 de junio de 2017

Rápido y lento

En ocasiones parece que todo se detiene o anda demasiado lento; en otras, los eventos de nuestra vida ocurren tan de prisa que desearíamos reproducirlos en cámara lenta, para disfrutarlos mejor o por más tiempo. 

Es difícil determinar qué es mejor entre la velocidad o la lentitud. Cada uno le mete los cambios a su existencia como mejor le parezca.

Ahora, por ejemplo, siento que este instante es lento: La noche envuelve a la ciudad, las cortinas de mi cuarto están cerradas y tengo prendida la lámpara del escritorio, lo que genera un ambiente de penumbra, lento, en el que me gustaría permanecer por mucho rato.

Esto me recuerda una historia sobre Ōe Kenzaburō que un escritor nos contó a un grupo de personas en un taller de escritura. Decía él, el escritor, que Kenzaburo más que escribir sus novelas se las dictaba. Se sentaba justo en toda la mitad de un cuarto completamente a oscuras con una grabadora a la que le narraba las historias para luego transcribirlas. 

Por alguna razón, y con ínfulas de sinestésico, me atrevo a decir que la lentitud es oscura.

Otro día, hace mucho tiempo, iba con mi hermano en carro por la séptima. En un punto de la vía donde no había cruce peatonal, un indigente decidió cruzar la calle. Mi hermano freno para darle paso y el hombre comenzó a hacerlo con una parsimonia increíble, más despacio que un andar de pica-pala. Mi hermano le pito levemente para que se apurara un poco, y el señor volteo a mirarnos, extendió los brazos y nos gritó ¡Qué!. Tenía la mirada perdida; seguramente estaba drogado, pero lo que quedó completamente claro es que la velocidad de su vida en ese momento, para él, era la adecuada 

¿Quién es uno para criticar lo rápido o lento que anda, o nos parece que anda, otra persona?

miércoles, 28 de junio de 2017

Madrugada

Abro los ojos como si fuera un robot programado para iniciar labores a una hora determinada. Aunque alguna vez leí que una de las peores cosas por hacer cuando uno se despierta así, de repente, es mirar el reloj despertador, es lo primero que hago. Son las 3:30 a.m. 

No logro determinar cómo me siento, suena extraño, incluso paranormal, pero me parece que algo, no bueno, está a punto de ocurrir ¿Qué otra razón para que mi organismo, a manera de defensa, me hubiera sacado del sueño? Doy media vuelta y cierro los ojos. Pasan varios minutos acompañados de prolongados bostezos, en los que me enrosco en las cobijas, adopto diferentes posiciones, pero no logro conciliar el sueño de nuevo, hasta que concluyo que no hay forma alguna de quedarme dormido de nuevo.

Evalúo la opción de escribir o Leer, pero no tengo ganas; la pereza no me ha abandonado del todo. Decido ver un capítulo de una serie en la que los guionistas, me parece, utilizaron todo punto de trama para darle vueltas a la historia y alargarla hasta el infinito. 

5:30 a.m. Sigo con esa sensación extraña. “No queda más que ducharse” pienso, para ver si el agua arrastra mi incomodo estado de conciencia. 

La ducha me quita cualquier resquicio de modorra. Me visto y voy a la cocina a prepararme un tinto; si la ducha no fue 100% efectiva, el tinto es la solución. El café guarda la respuesta de todo.

6:00 a.m. Mientras me lo tomo, hojeo las caricaturas en el periódico, y sin querer llego a la sección del horóscopo. Pienso, ridículamente, que ese oráculo intemporal tal vez tiene la respuesta a la sensación imprecisa de esta mañana.

Lo leo y es Lo mismo de siempre, un pequeño párrafo con flojos tintes motivacionales, en el que me cuentan que algo que voy a hacer me va a brindar “mayor seguridad en lo que hago y grandes satisfacciones”. Pienso que la persona que lo escribe es un escritor que en cualquier momento publicará una novela, una obra maestra, que sacudirá los cimientos del mundo literario. 

7:00 a.m. Ninguno de los rituales de inicio del día, sirvieron para identificar mi peculiar estado psicoemocional que, de un momento a otro, desapareció. Luego trato de encarrilarme en mis labores diarias lo mejor posible.

martes, 27 de junio de 2017

Treinta y ocho palabras

Treinta y ocho palabras. Es un párrafo pequeño de apenas tres líneas, la última cortada a la mitad. Es la transición de una escena a otra, una que comenzó reflejando el sentimiento del amor y termina llena de odio. Sabe lo mucho que le gusta a los lectores montarse en esas montañas rusas emocionales.

Su meta eran 1000 palabras, pero simplemente no las pudo sacar de su cabeza, sistema, tripas, corazón, o de donde sea que le salen. Esto es un decir, pues si lo había hecho; después de ese corto párrafo había escrito otro par de más de 100 palabras cada uno, con los que sobrepasaba su cuota diaria, pero estos, en forma, estilo, palabras y ritmo no tenían la calidad de ese pequeño párrafo. Por eso los borró y justo después de escribirlos dedicó todos sus esfuerzos al pequeño párrafo. 

Pasó toda la tarde editándolo, escogiendo las palabras adecuadas, mirando mil maneras de puntuarlo, podándolo para expresar lo que quería en la menor cantidad de palabras posibles.

Por el momento le parece que está perfecto. Quizá mañana, justo después de leerlo, lo borre, pues a veces las palabras tienen sus días, nosotros los tenemos para ellas o viceversa.

Treinta y ocho palabras. Ese fue el avance de su novela hoy y que prefiere no comentar con nadie. Está seguro de la pregunta que le harían “¿Sólo treinta y ocho?”

“Ojalá el esfuerzo siempre fuera proporcional al resultado” piensa.

lunes, 26 de junio de 2017

Dulces por balas

Son casi las 5 y ellos son 6. Llegan haciendo mucho ruido. pegan 3 mesas y se sientan. Ordenan, la mayoría postres y algunos comida de sal. La media de la edad del grupo debe ser de unos 20 años. 

Tres hombres: uno alto de barba, que parece ser el mayor  y, los otros dos, uno con aspecto preppy que mira por encima del hombro a las personas que pasan por su lado, y el otro gordo con acento venezolano. 

Dos de las mujeres, rubias, se ríen de a poquitos de los comentarios de los hombres y una pelinegra, que resalta con su pelo largo, llena la conversación con comentarios certeros a los que el resto de grupo presta toda la atención posible.

Hablan, pero sobre todo ríen. Es una conversación que está plagada de doble sentido o, más que eso, de puros códigos de amistad. Caen en el tema de un paseo al que van a ir, están invitados o las dos cosas. Una de las rubias le dice a la otra, que fijo la van a emborrachar, y su interlocutora le responde, frunciendo los labios: "no hay chance de que eso pase". La pelinegra, que aparenta más edad, ríe del intercambio de palabras de sus amigas, y salda el tema con una frase en la forma: “Marica + opinión personal”.

Tocan un tema sexual y una de las monitas se apena ante un comentario del venezolano. No pasa nada, ninguno se relame en el tema y con facilidad alguno plantea otro, ríen intercambian más palabras y ya está.

De repente, el gordo, a manera de anécdota les cuenta: “Las 2 semanas que estuve en Caracas, me la pasé viendo las protestas desde la ventana de mi cuarto.” Luego pide la cuenta y el datáfono, mientras rechaza unos billetes, con expresión de: " ¿Pero cómo se les ocurre?, que los otros han puesto encima de la mesa.

viernes, 23 de junio de 2017

Empanada fría

Pedro Neuman muerde la empanada fría imaginando que está muy caliente. Mediante ese pequeño acto de autosugestión, o bien fe hacia el dios del calor, el dios de las empanadas o, mejor aún, el dios de las empanadas calientes, le resta importancia a la temperatura del alimento.

Si le mencionara a algún católico radical que engulló la comida masticando esas ideas, quizá lo tildaría de blasfemo. Como no conoce a ninguno de esos catadores de empanadas frías que tiene a su lado, prefiere tragarse sus ideas al igual que ellos la empanada.

Le gustaría que todas las religiones fueran politeístas, pues cree que los dioses, por más dioses que sean, a veces se enredan siguiendo el rastro de las acciones de miles de personas a lo largo del día; por eso es más fácil dictaminar que muchas cosas son pecado y ya. De igual manera, la imagen que se crea la sociedad acerca de ese único dios es uno que castiga y al que se le debe temer. “De ahí la frase temor de Dios”, se le ocurre. 

Ahora los meseros pasan repartiendo bebidas calientes: té o café son las opciones. Después de otro mordisco a la empanada, Neuman decide que si la que escoge llega a estar fría, dejará la religión de lado para siempre.

jueves, 22 de junio de 2017

Mérito literario

Catalina lee las condiciones para un concurso de cuento: “los participantes deben tener en cuenta que la evaluación de los textos se hará con relación al mérito literario de la obra”.


El término  la asalta desde el momento en que lo leyó. Le gusta escribir, pero no tiene ni idea que significa “mérito literario”.  y mucho menos quién decide si un texto lo tiene o no,  imagina que un escritor famoso está en la capacidad de dar tal veredicto.

Se pregunta si debe cargar el escrito con una mezcla exacta de descripciones, diálogos, figuras literarias, todo envuelto en un ritmo perfecto, o si debe crear una historia completamente redonda y que se desarrolle sin incongruencias, hasta alcanzar un desenlace que deja deseando más al lector, pero a la vez completamente satisfecho.

Siempre le ha gustado escribir cosas que ve y le pasan. Su cuento trata sobre doña Magola, una viejita con la cabeza completamente blanca que vende dulces cerca a su casa. Es  un personaje fascinante que, sin importar cuál sea el clima, siempre está parada en la misma esquina desde las 6 de la mañana.

El otro día se la paso observándola varias horas y llenó varias hojas de su libreta con apuntes.  Cuando la mujer estaba a punto de irse se acercó para conversar con ella: “Doña Magola voy a escribir un cuento y usted va a ser el personaje principal. Le puedo hacer unas preguntas?” “Claro mija, pero sólo si me pone como una princesa en su cuento”  le respondió  y luego soltó una carcajada.

Una semana después Catalina termina de escribir su cuento. no tiene ni idea si logró imprimirle el mérito literario necesario pero, sin importar si lo seleccionan o no, está contenta con el resultado

miércoles, 21 de junio de 2017

Sala de espera

Entonces yo le dije: “¿Realmente cree que yo cumplo con sus expectativas? Yo sólo siento que soy un objeto más de su vida, y déjeme decirle que yo y Martina somos más que objetos, somos un núcleo familiar…” 

Eso le cuenta Marcela a un amigo en la sala de espera de un consultorio médico. Su interlocutor, a quien afectuosamente llama Carlitos, lleva saco y corbata, tiene los brazos cruzados y la mirada perdida en la pared. Eventualmente asiente con la cabeza, pero sólo él sabe en qué está pensando: ¿fútbol, dinero, trabajo, la misma Marcela? Carlitos se limita a darle la razón a todo lo que ella le dice. Con la información suministrada, podemos suponer que la mujer es la madre de Martina, su compañera de ese núcleo familiar, combo de palabras que evoca imágenes poderosas. 

La mujer continúa despotricando acerca de Andrés, su pareja, quién parece estar caminando sobre una cuerda floja que ella sostiene y puede soltar en cualquier momento. 

“…Dígame qué quiere.” lo encaré y le dije, continúa hablando la mujer. “Uno cuando tiene pareja, quiere que esté al lado de uno. Yo me estoy aburriendo Andrés, y de pronto llega un día en que no más.” 

Es un drama interesante en el que me gustaría meter la cucharada para dar alguna opinión o echarle más leña al fuego, pero todos mis esfuerzos están dirigidos a captar la mayor cantidad de palabras de la conversación, que a ratos se difumina con el ruido de la sala y el de los demás pacientes. 

“Si yo salgo de rumba con usted, hágame sentir parte del grupo, porque es que eso si me emputa. Por ejemplo, el otro fin de semana que salimos, yo allá sentada, sola como una hueva, mientras usted celebraba con sus amigos y amigas”. La mujer pronuncia y resalta de manera especial la palabra “amigas”, y concluye con una pregunta retórica “¿Cierto Carlitos?” 

El lenguaje corporal de Carlitos no demuestra nada en concreto: ni un profundo desinterés, ni lo contrario. Descruza los brazos y adopta una posición contemplativa llevando una mano al mentón. Parece evaluar la última información recibida” Me lo imagino con una larga túnica blanca, como si fuera un maestro de la antigua Grecia. Finalmente responde algo: “Pero, ¿tú cree que te está poniendo los cachos?” 

“De pronto, si es así aun no lo he cogido, pero apenas me entere de algo, lo mando volar. El día de esa rumba, él me pregunto: “¿Te vas a quedar?” y yo le respondí: “Depende lo que usted diga. La verdad yo estoy muy mamada y me quiero ir a dormir, pero quiero que me diga de una vez que es lo que quiere conmigo” 

Andrés, del que no sabemos nada, y con el que quizás es difícil relacionarnos por su carácter de villano en la historia, según ella, le respondió: “Esas son las cosas que me gustan de ti, que me dices las cosas de frente”. Un escudo verbal que no deja clara su postura. 

La mujer finalmente decidió quedarse en la rumba, no sin antes dejar una amenaza en el aire: “Vea Andrés, usted no me conoce y ojalá no me conozca. Yo sé que usted le está llamando la atención otra persona, pero lo que quiero es que me lo diga”. 

¿Cuál será el destino final de Andrés?, ¿Tiene razón la misteriosa mujer para dudar tanto?, ¿Qué pasará con la pequeña Martina?, ¿Es Carlitos otra esquina no de un triángulo, sino un cuadrado amoroso? Que complicada es la vida.

martes, 20 de junio de 2017

Matrimonios y funerales

El abogado Mauricio Malvarés, después de cumplir con su ritual de inicio del día: levantarse exactamente a las 5:52 a.m. tirar las cobijas al piso para combatir las ganas de quedarse enroscado en ellas, hacer 50 flexiones de pecho y 100 abdominales, para contrarrestar ese sentido de culpa que a veces le produce su protuberante panza y deficiente estado físico; ducharse con agua fría y preparar café, se sienta en su escritorio (en este punto, el lector debe suponer que Malvarés también se vistió y cepilló los dientes) para terminar de revisar y luego enviar un informe al que le ha dedicado más de una semana.

Pasa una hora en la que añade otro par de ideas, repasa conceptos y leyes en sus manuales, unos viejos libros con tapas de colores imprecisos, y le da una nueva pulida a la redacción del texto. Malvarés piensa que una coma bien o mal puesta, puede cambiar el destino del mundo. 

El mundo. Siempre ha intentado estar en paz con él y todo lo que contiene, en especial con los de su especie, las personas, supuestos seres inteligentes capaces de discernir entre el bien y el mal.

El tema es que, como en muchas ocasiones, entra a jugar el jodido punto de vista, y lo que es bueno para uno es malo para el otro y viceversa; una de las miles de razones por las que todo se tuerce y el momento en que las amistades o lazos de afecto entre dos personas comienzan a desteñirse.

“¿Qué nos queda?” se pregunta. “Recordar los buenos tiempos, y esperar a que un matrimonio o un funeral nos vuelva a poner en contacto con aquellos a  los que les hemos perdido la señal. Guardar la compostura que demandan esos ritos sociales; fingir, si es el caso, y dejar que la vida siga adelante, teniendo cuidado de que no nos atropelle” concluye. 

Dentro de poco va a asistir a un matrimonio. A ratos practica ese gesto de sonrisa que esconde un “jódanse todos”, que utiliza en diferentes reuniones sociales. ¿Con quién se encontrará esta ocasión? De seguro con viejos conocidos con los que ha perdido contacto, algunos a los que quizá ya no desea ver por ningún motivo en particular, solo porque sí, porque las rutinas se encargan de consumirnos y, además, no todas las acciones deben ocultar un motivo ni provocar una reacción. Las cosas pasan y ya, las personas van y vienen.

Malvarés preferiría asistir a un funeral, pues el semblante taciturno que los asistentes llevan en este, alejado de sonrisas y falsas muestras de afecto, les da cierto aire de autenticidad.

Le pone el punto final al documento que redacta y lo envía. Al rato olvida su disertación sobre matrimonios y funerales y se embarca del todo en su rutina diaria.

lunes, 19 de junio de 2017

Fue sin culpa

Llevaba cierto tiempo leyendo y desde hacía rato quería parar, pero la historia no me dejaba hacerlo, ocurrían y ocurrían eventos que me mantenían pegado al relato.

Decido parar en el próximo capítulo, que no existe porque el autor, al inicio de la novela, marcó el capítulo 1 y de ahí en adelante separó cada capítulo (¿qué indica la separación de un capítulo del otro?, ¿un cambio de escena, punto de vista, uno de esos aspectos narrativos, el feeling del escritor o alguna otra cosa?) con un asterisco pequeño y centrado. 

Leía una escena de una fiesta de matrimonio en la que una pareja está harta del protocolo social y la fantochería del caso. La mujer se emborracha y todo parece que está a punto de irse al carajo. El capítulo anda y anda y no hay atisbo del asterisco que indican su fin y el de mi lectura. 

Hago una breve pausa y me entran las ganas de escribir, pero ¿sobre qué? Continuo hasta que la escena acaba, sin todo ese bombo y platillo que me había armado en la cabeza.

Camino a la cocina y mi hermana está viendo una serie. Mientras me preparo algo de comer, escucho como uno de los personajes, una mujer, le dice a un hombre: “Fue sin culpa. Yo no quería darte un beso”. Me cuelgo de ella, la frase, pues me llama la atención.

Fue sin culpa yo no quería seguir leyendo”, “fue sin culpa, yo no me quería casar contigo”, “fue sin culpa , yo no quería aceptar ese trabajo”, “fue sin culpa, yo no quería tener ese hijo”. 

Es una frase aterradora. ¿Cuántas cosas hemos hecho o hacemos sin culpa y continuamos haciéndolas? Lo graveno es hacerlas, sino toda la avalancha de consecuencias que traen y a cuantas personas arrastra.

La novela que leo tal vez no tenga nada que ver. Fue sin culpa, yo no quería escribir esto.

viernes, 16 de junio de 2017

Convertirnos en personaje

Quizá nos iría mejor como personajes de una novela.  Como a veces tenemos ínfulas de importantes, lo mejor sería ser protagonistas, pero yo me contentaría con un papel secundario, uno de esos que cumple un papel específico en la trama de la historia, aparece estratégicamente en ciertos capítulos, le asignan un par de diálogos y de resto se queda en la sombra.

A la pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre la ficción y la realidad?, Tom Clancy respondió: "La ficción tiene que tener sentido", es decir, que  todas las piezas de la historia deben acoplarse perfectamente, porque si no llega ese ser, el lector,  que juzga y  le molesta que la historia tenga asuntos no resueltos de los que se encariño  por X o  Y motivo.

Como personaje uno viviría tranquilo. Sí, nos repetiríamos eternamente, pues la historia siempre sería la misma, lo cuál no tiene mucha diferencia con nuestras rutinas, pero nuestras acciones y sucesos de vida diarios estarían acompañados de motivos identificables y todo, con el favor de nuestro escritor, funcionaria casi tan perfecto como un reloj que siempre da la hora exacta.

Si eso llegara a pasar, si de repente alguien nos escribe y nos convertimos en un personaje, el que sea: protagonista, antagonista, secundario, etc. y tenemos suerte de no caer en manos de un Woody Allen, es muy poco probable que nuestra causa de muerte se deba a una persona que intentaba suicidarse y que, sin lograr su cometido, nos cae encima. 

jueves, 15 de junio de 2017

Ser un turno

Hay días en los que nuestra existencia se reduce en ser turnos. Hoy, por ejemplo, fui dos: El 041 en un consultorio y más tarde el L99 en un banco. La “complejidad” del turno, imagino, viene dada según la transacción o vuelta que hagamos. 

El primero, asignado temprano en la mañana, sólo tenía números porque era algo sencillo, las personas todavía andábamos somnolientas y quizás agregarle letras o más números complicaría nuestro nuevo estatus de turnos. 

Mientras lo reclamaba, la mujer detrás del mostrador o cajera médica, suponiendo que el término aplica, le preguntaba a una mujer joven que también esperaba su bautizo de turno, si estaba embarazada.

“¡No!” respondió la mujer con asombro y un ligero tono de indignación. Al rato tomo su turno, el 040, y se sentó. La observe por un rato, pero era en extremo flaca; parecía haber contestado con la verdad. 

Mi tiempo como 041, duró más o menos 1 hora. Luego volví a ser yo, hasta que el mediodía fui al banco, donde me convertí en L99. Fíjese usted, estimado lectror, que ahora al turno se le suma una letra, pues la vuelta implica manejo de dinero y debe ser más exacta, por eso la combinación de consonante y número. Bajo ese nombre me sentí como una casilla de batalla naval o como la celda de una hoja electrónica. Debe ser porque en esos recintos adquirimos identidad de importe monetario y sin darnos cuenta se hacen cálculos con y entre nosotros.

Imagino que cada vez que nos asignan un turno, nos despojan de a poquitos de nuestra humanidad, o lo que queda de ella. Llegará el día en que no podremos actuar bajo nuestra propia iniciativa, sino que todo lo que hagamos se decidirá a punta de turnos.

miércoles, 14 de junio de 2017

El curo obrero es un carbón

Hace un tiempo, junto con otras personas, ayudé con la edición de unos cuentos en inglés que leímos y releímos varias veces con ojo crítico, para detectar errores de tipografía.

En ocasiones los errores que uno dejaba escapar eran detectados por otro. A veces no es que las personas tengan mala ortografía o redacción, sino que simplemente los errores se esconden en las sombras del texto y se rehúsan a ser detectados.

Al leer nunca me pongo el sombrero de edición, pero es imposible que mi cerebro no se fije con detenimiento en la palabra “curo” de la novela que estoy leyendo, pues es un error y debería ser “cura”: cura obrero, un personaje de izquierda que lucha por su partido político en plena época de elecciones.

Como es un escritor español, pienso que la palabra podría haber sido “curro”, que significa: majo o guapo, pero la frase carecería de sentido, e igual seguiría siendo un error al faltarle una r.

Unas líneas después, el narrador quiere tildar al cura de cabrón, pero la palabra que aparece es carbón.

Me sorprende que los errores estén tan cerca el uno del otro, y más porque es un libro de la editorial Seix Barral, a la que le profeso un profundo respeto. Pienso que la novela va a estar repleta de errores, pero, afortunadamente no es así; al parecer sólo esas dos palabras lograron escaparse del riguroso proceso de edición.

No fue difícil caer en cuenta de que las palabras debían haber sido cura y cabrón; además la actividad de leer perdería mucho sentido, si uno se convierte en un militante del lenguaje incapaz de perdonarle al escritor un esporádico error en su obra, ¿no?

martes, 13 de junio de 2017

Escritos sabrosos

A veces ciertos escritos "entran" de manera más agradable, y por ciertas razones, difíciles de precisar, nos gustan más.  Es como si fuéramos un surfeador experimentado que se monta en una ola, y la maneja a su gusto y al final esta lo deposita en la superficie del mar intacto, mientras que otros textos son un camino lleno de baches que sólo nos generan repulsión, si antes no nos hemos estrellado en alguno de sus imposibles recovecos.

Esos textos que digerimos más fácil que otros, son aquellos que se han escrito de forma sabrosa, que poco tiene que ver con estructuras gramaticales o narrativas, ni con ortografía  sino más bien con el ritmo del texto.

Puede que el autor trate la idea más simple o tonta del mundo, pero eso poco o nada nos importará, si el texto es sabroso.

Escribir de esa manera podría, tal vez, considerarse similar a eso que algunos llaman tocar con feeling un instrumento, que está lejos del virtuosismo o dominio del mismo.

Algunas veces en los escritos sabrosos prevalece el flujo de las palabras que la idea que se pretende exponer  y cuando se logran ambos objetivos, el texto es como una bala que se nos incrusta en la cabeza y que se quedará ahí hasta que dejemos de existir.

lunes, 12 de junio de 2017

Última palabra

Marcia deja escapar una lágrima cuando lee la palabra que lleva escrita el papel que envuelve un chocolate, que alguien le dejó sobre el escritorio de su oficina.

¿Hace cuánto tenía Jairo esa idea en su cabeza? Imposible saberlo, sólo debemos aferrarnos a los hechos, los malditos hechos, siempre tan precisos, tan fríos, tan crueles y, por lo general, desprovistos de cualquier emoción. Esos hechos que pocas veces dan lugar a la imaginación y no permiten cambiar el curso de una historia, con su habitual carácter determinante.

Jairo había entrado a trabajar en la compañía desde hace más de 5 años. Después de un tiempo de sacrificios y mucho estudio, logró ocupar un cargo de analista. No ganaba mucho, pero si lo suficiente para vivir tranquilo con su esposa y dos hijas de 5 y 3 años.

Hasta que un día se presentaron los hechos en forma de enfermedad: el cáncer. Jairo libró una larga batalla contra ese demonio, pero al final la perdió. En sus últimas dos semanas de vida, recostado en su cama le dijo a su esposa que quería hacer un triciclo con cartones, cartulinas, colores, pinturas, que debía arrastrar un pequeño vagón. En él Jairo iba a darle un último detalle, un chocolate envuelto en un papel en el que iba a ir escrita una palabra que encapsularía sus sentimientos hacia aquellas personas que consideraba importantes en su vida.

Marcia había sido la jefe de Jairo durante dos años y fue testigo de esa larga batalla que comenzó con mucho optimismo y terminó en la peor resignación de todas: esperar la muerte.

“Respeto” fue La palabra que eligió Jairo para ella.

viernes, 9 de junio de 2017

Mamá-da

Camila llega afanada al café con la cartera al hombro y varias bolsas en ambas manos.  De su falda cuelga Violeta, su hija, una pequeña 5 años. La madre se desploma en la primera mesa que encuentra desocupada y al rato suelta un gran suspiro.

Violeta sólo le presta atención a un juguete de varias piezas que tiene en sus manos, mientras Camila tiene la mirada, triste, fija en un punto.  Mira de reojo a su hija y se muerde el labio. " ¿Y que hiciste hoy en el colegio?" Le pregunta. "Ya no me acuerdo" responde de forma automática y odiosa la pequeña.

"¿Quieres un pastel de carne?" le pregunta Camila en un arranque de cariño. "No quiero nada" responde tajante la pequeña, sin la menor muestra de ternura. "Cuando lo pruebes te vas a antojar de uno para ti sola". La frase no surte el menor efecto en su hija.   A Camila esas actitudes la desconciertan y  a veces cree que esa "enanita", como le dice cariñosamente, con la que comparte la mayor parte del día no es su hija.

¿En qué  momento cambió tanto su vida? Había acabo una Maestría y tenía en la mira un doctorado cuando conoció a Federico.  Después de un año y poco más de relación se casaron y al segundo quedó embarazada,  era el curso natural de las cosas, ¿no?

Es ilógico pensar que no la quiere, pero en días como hoy, que se siente tan cansada y sola se aventura a pensar en esa otra vida paralela sin esposo ni hijos y viajando por el mundo, que llego a desear tanto en algún momento de su vida.

Intenta distraerse con el celular pero al rato lo deja.  Y si se para y la deja ahí y echa a correr,  ¿hasta dónde llegaría?.  Se imagina el titular de la noticia "Madre abandona a su hija en restaurante y sale a correr como loca". 

 "Mami quiero un jugo".  Esas palabras evaporan sus pensamientos; voltea a mirar a su hija y le acaricia la cabeza y le Sonríe, no tiene posibilidad alguna de odiarla.

jueves, 8 de junio de 2017

Batiburillo

“La novela es un batiburrillo de palabras con personajes poco desarrollados. Una trama sin pies ni cabeza y repleta de “parches” que buscan darle algún sentido a una historia floja en la que, con un sinfín de figuras narrativas que solo evocan simplezas y parecen incluidas al azar, el autor pretende darse ciertos bríos de intelectual. Puedo afirmar que toda la obra, con el perdón de esa palabra, es una equivocación narrativa …” 

Ese era uno de los párrafos de la reseña que le había pedido la revista a la reconocida literata y lingüista Alissa Beresford sobre “Todo es tiniebla”, la novela debut del escritor Manjiro Kunawa, que en su primera semana en el mercado había barrido en ventas. 

Hasta el momento nadie tenía idea de quién era Kunawa. “El escritor estudió arquitectura y tiene un poco más de 30 años” había dicho su editor en una rueda de prensa” sobre la nueva sensación literaria que había decidido publicar bajo ese misterioso seudónimo , al parecer, asiático.

En los círculos de escritores e intelectuales se criticaba fuertemente su obra. ¿Quién era ese Kunawa para venir a publicar algo? ¿Acaso ahora cualquiera puede darse el título de escritor?

¿Había leído el libro la célebre Beresford, que con sus críticas tenía el poder para hundir o exaltar a diferentes artistas? Sí y no. Lo había ojeado, picado pasajes aleatorios de diferentes capítulos. Tenía otras tareas más apremiantes y consideraba fácil la reseña que le habían pedido.

No entendía bien cuál era la rabia que ciertas personas le tenían al escritor, arquitecto o lo que fuera. De lo poco que había leído y siendo sincera, debía confesar que su narrativa la había enganchado. 

Pero como se trata de no desentonar, sino de cumplir con su papel de intelectual a cabalidad, Beresford sabía que lo único que debía hacer era seleccionar cuidadosamente un par de comentarios destructivos de los miles de lectores alrededor del mundo, y edificar su texto desde allí.

"¿Qué importa si Kunawa o quién sea tenga algo de talento? Si el público quiere verlo apabullado, derrumbado moralmente mejor ponerse manos a la obra y dejar la sinceridad para otra ocasión” piensa Beresford, que sabe exactamente cuál es texto que se espera de ella.

"¿Por qué esos personajes que se servían de la literatura como adorno
 o pretexto iban a ser más escritores que Pedro Camacho, quien sólo vivía para 
escribir? ¿Por qué ellos habían leído (o, al menos sabían que deberían haber leído) 
a Proust, a Faulkner, a Joyce, y Pedro Camacho era poco más que un analfabeto?"
- La Tía Julia y el escribidor -

miércoles, 7 de junio de 2017

Sánchez y "El Maestro"

El lugar huele a incienso y está iluminado levemente por las llamas de varias velas ubicadas estratégicamente al lado de los asistentes a la sesión de meditación. “¿Te gusta meditar?” le había preguntado Fernanda y cegado por un gusto, sobre todo, instintivo hacía ella, le había dicho que sí, que claro, que hacía rato no lo hacía, pero que le sería fácil entrar en el flujo de la práctica nuevamente. Flujo, así le había dicho. Se desconocía por completo hablando de esa manera tan mística, tan poco él. “Todo sea por Fernanda, después de la sesión y con un par de traguitos encima, fijo se le quita esta maricada de locos” pensó. 

Es una sesión introductoria por la que los que están a punto de iniciarse en los misterios de la meditación cancelaron $10.000 en la entrada. Fernanda lo había invitado, pues no había chance alguno de que Jose Sánchez invirtiera un peso de su bolsillo en esas pendejadas de la nueva era. 

Sentado en posición de loto, hace rato que sus piernas se le durmieron. Intenta distraerse haciendo cálculos de cuanto billete se empacó “El Maestro”, un hombre calvo, con chivera y un arete incrustado en la ceja derecha que habla poco, como envidioso de su sabiduría, y que lleva puestos unos pantalones que parecen de payaso.

Fernanda le había advertido sobre su actitud parca. Muy sería le dijo ese día en el almuerzo, mientras cuadraban el plan de la tarde: "El Maestro habita otros planos de conciencia y por eso es que casi no habla", pero Sánchez le atribuye esa conducta a que más bien es un hombre distraído que no tiene idea alguna de lo que hace. 

Sánchez se fija en las orejas del hombre para ver si descubre un pequeño audífono por el que otro estafador le indica qué debe decir y cómo actuar, pero no ve nada. 

“Por favor cierren sus ojos suavemente y concéntrense en la respiración” sientan como el aire entra frío y piensen que se están recargando con la energía del universo. Cuando lo expulsen imaginen que están sacando toda la energía negativa de su cuerpo. Traten de no pensar en nada, si los pensamientos llegan déjenlos ir”, les indica “El Maestro” con una voz grave y arrulladora.

Sánchez sigue las instrucciones más o menos por 30 segundos hasta que piensa en Fernanda, momento en que su meditación se va al carajo. Abre los ojos de forma violenta y la busca con la mirada hasta que la ubica. “No puede estar más buena” piensa.

El silencio en el salón es casi absoluto. Sánchez se distrae por completo y selecciona letras de canciones de forma aleatoria y canta un par de estrofas mentalmente.

Luego comienza a analizar a los asistentes a la reunión, personas, cree, que sin pestañear serían capaces de tirarse por una ventana si “El Maestro” se los ordena. Un hombre gordo que ocupa una esquina, le recuerda al buda de la abundancia. Respira de forma pesada y Sánchez no entiende cómo sus bufidos no molestan a nadie.

Solo han pasado 20 minutos, pero Sánchez siente que lleva horas en ese lugar tan contrario al caos en el que se ha acostumbrado a vivir. Desde hace unos minutos “El Maestro” comenzó a repasar las partes del cuerpo una a una desde arriba hacia abajo. Comenzó por la cabeza a la que le dio toda la vuelta luego pasó al cuello, los hombros y ahora va en los dedos de los pies. Cuando menciona cada uno pide que por favor los sientan, “¿Qué van a sentir con el cuerpo encalambrado?” se pregunta Sánchez. 

En un momento “El Maestro” les pide que imaginen unos rayos de color purpura saliendo del pecho. Sánchez mira de nuevo a Fernanda pero de sus hermosas Turgencias femeninas no sale nada, y cree que son perfectas tal y cuál como están sin colores ni ninguna pendejada de esas.

Maestros, con su permiso yo me retiro” piensa Sánchez ya completamente aburrido. Se levanta muy despacio para no hacer ningún ruido y abandona el lugar. 

Saca su celular para llamar a Manuela, su plan B.


"Las cabezas de esas congregaciones saben del
hambre de salvación que tienen todas las personas"
- Que venga la gorda muerte -

martes, 6 de junio de 2017

Un mejor lugar

El Sol, que se refleja sobre las mesas de metal, lo enceguece por unos segundos. Sentado en la terraza de un café, justo después de la caricia del astro supremo y sin proponérselo, Jacinto Robledo escucha una conversación entre un par de extraños. Un hombre de bigote y que lleva puestas unas gafas oscuras, levanta un vaso de agua de una mesa y le da un sorbo, mientras le dice a otro: “Lo bueno es que ahora él está en un mejor lugar”.

La frase le llama la atención por la intención y tono que lleva. El interlocutor de la persona que acaba de hablar, un hombre flaco, pálido, con ojeras y los ojos llenos de lágrimas asiente despacio con la cabeza y lleva la mirada hacia una taza de café que ya debe estar igual de frio que la muerte, pero sus ojos se posan más bien en quién sabe qué recuerdo. Es claro que su amigo, conocido, familiar, quién sea (¿fantasma?), intenta darle consuelo, luego de la pérdida de un ser querido. 

“¿Por qué suponemos que al morir vamos a un mejor lugar?”, ¿Qué tal si terminamos en uno peor?” reflexiona Jacinto. Recuerda la Divina Comedia, ese libro que alguna vez intento leer cuando se sintió perdido, sin saber cuál era su lugar en el mundo (¿deprimido tal vez?). Le asustan los abismos de la mente humana. Desde ese entonces pocas cosas han cambiado en su vida. Interpreta con facilidad su papel de humano y todavía siente, no con la misma intensidad de antes, que anda perdido. Ya poco le importa el lugar que ocupa. 

“¿Quién es ese “él” al que hace referencia el hombre de las gafas oscuras?, ¿cómo sabe que está en un mejor lugar? ¿Será posible que haya descifrado ese gran misterio que nos taladra la cabeza hasta la muerte, valga la redundancia, y sabe con plena certeza que nos espera en el más allá? 

¿Acaso alguien conoció a “él” en su totalidad? “Él”, quizás, era un hombre completamente repugnante, alguien quien sobresalía en eso de mostrar que se lleva una vida normal, mientras tenía otra paralela repleta de porquerías, y que no merecía otro final diferente al infierno.

"Infierno, purgatorio y paraíso” piensa. ¿En cuál de los tres estarán aquellos conocidos que han tomado el último viaje?, ¿en cuál terminará él?, ¿existen esos territorios? 

Carolina, una mujer que en algún momento le interesó, muchas veces le hablaba sobre el amor de su vida que murió en un accidente del que ella se salvó; una historia trágica que Jacinto siempre estuvo dispuesto a escuchar, por la intensidad con que ella la narraba. No importaba cual fuera el tema que tocaran siempre terminaban hablando sobre lo mismo. Ella afirmaba que estaba en permanente contacto con esa persona (¿con su alma tal vez?). El hombre, el muerto, el espíritu, su amor imposible, le decía que en el lugar donde estaba, tenía que trabajar mucho y a toda hora.

Jacinto siempre creyó que el amor de la vida de Carolina estaba en el purgatorio, aunque, para no herir susceptibilidades, nunca se lo dijo y, además, allá los vivos y los muertos con esos asuntos que todavía los atan.

Le molesta pensar que en la eternidad, ese sitio, lugar, espacio de tiempo (¿qué cosa es?) independiente de sus tres presentaciones, también exista la obligación de tener que trabajar.   

Jacinto se mete un último trozo de sándwich a la boca y le pone la tapa a la gaseosa. Le quedan 6 horas para terminar su jornada laboral. "Toda una eternidad" piensa.

lunes, 5 de junio de 2017

Amarillo

Camina. Mientras lo hace piensa que los semáforos deberían funcionar cómo un sistema binario: luz verde y roja; 1 y 0. Apenas se introduce otro elemento, el amarillo en este caso, este da paso para interpretaciones subjetivas, y esos pequeños espacios de certezas absolutas, tan difíciles de encontrar en el mundo, se van a la mierda.

Es lindo pensar que podemos tomar nuestras propias decisiones, que somos libres, pero nada, siempre estamos determinados por las de otras personas o por el funcionamiento de los sistemas que cuando no son binarios nos joden el caminao al, supuestamente, dejarnos decidir. 

Pero el amor es imposible llevarlo a ese terreno de absolutos de ceros y unos, de me quiere o no me quiere,  ¿cierto?, pues quién sabe en medio de esos dos territorios qué cantidad de emociones y actitudes pueden llegar a existir. “¿Acaso no era yo el verde de Juan, su uno?” se pregunta, pero ya no importa, Juan decidió  irse con la perra de Camila y que más da saber si ella, la otra, era su cero o rojo, amarillo o quién sabe que otro color.

Absorta en sus pensamientos, el ruido de la frenada del carro la trae de vuelta a la realidad demasiado tarde. Amarillo significaba "pasar" tanto para ella como para el conductor del auto.

sábado, 3 de junio de 2017

Kamikaze

Pedro Contreras estaba harto de su vida, su rutina,que su vida se hubiera convertido en una rutina o su vida rutinaria, ustedes entienden, esa existencia exacta, conocida, sin contratiempos: Levantarse, desayunar, correr al trabajo, trabajar o hacer creer a los demás que se trabaja, devolverse a la casa, sacar a hacer las necesidades al perro, comer, beber una copa de vino, evaluar la posibilidad de hacerle el amor a su mujer, y resetear el día con el acto de dormir.

Lo tenía todo, "¿qué es todo?" se pregunta, pues el todo que había conseguido en combo con la rutina: Casa, carro, trabajo con un puesto "importante", esposa, hijos, viajes, lujos, etc. Sentía que su vida era como una imagen que se reproduce infinitamente, como cuando se  pone un espejo en frente de otro.

Pero repetirse todos los días era lo que menos le importaba pues todos lo hacen; lo que realmente le preocupaba era no ver un fin en ese reflejo; no alcanzar a vislumbrar una barrera, algo que le indicara una posible frontera en ese territorio de repetición.

Un día pensó en los kamikazes. esos pílotos suicidas de la segunda guerra mundial, que estrellaban deliberadamente sus aeronaves contra la cubierta de los buques aliados.  De seguro la vida de esos hombres también estaba repleta de rutinas, pero quizás el saber que un día tenían la posibilidad de ponerse punto final, de cierta forma los liberaba de esa cárcel de repetición.

Pedro Contreras ahora vive su vida en modo Kamikaze, echándose, o más bien estrellándose, sin pensar mucho, encima de eventos, relaciones y proyectos, para darle muerte a esa rutina diaria o, por lo menos, herirla. 

jueves, 1 de junio de 2017

Decisiones

Jueves 6:30 de la tarde. Estoy, junto con una pareja a mí lado, en una esquina, a punto de cruzar una calle, por la que fluye una rabiosa corriente de carros. La mujer Lleva pelo negro y un vestido de maternidad verde y largo que acaricia el suelo cada vez que se mueve. Sus manos hacen lo mismo sobre su barriga, mientras conversa con su interlocutor que por la manera en que la cuestiona, tiene más pinta de confidente que de pareja.

Antes de frenar en la esquina, algo, imposible descifrar qué pero podemos aventurarnos a imaginarlo, le había dicho ella a él. El hombre la mira seriamente y con tono de verdad absoluta, le anuncia: “Muchas de las decisiones que tomes ahorita van a cambiar cuando veas a la bebe”

La frase tiene tanto de consejo como de regaño. Hago contacto visual con la mujer y fracaso en mi intento de preguntarle telepáticamente sobre cuáles son algunas de esas muchas decisiones que está a punto de tomar.

Es Una frase extraña porque una decisión se toma y ya, o ¿no es así? Alguien decide viajar a Timor del Este, por ejemplo, toma la decisión y viaja.  Cuando llega a ese remoto lugar, puede renegar sobre la decisión tomada, pero ni modo de cambiarla. Podría ocurrir que uno decida no viajar y entonces nunca llegó a ese lugar, pero la decisión de no viajar es imposible cambiarla por la de viajar una vez el avión despegó. 

Ahora, ¿cambian nuestras decisiones o lo que sea que pensemos con respecto a algún tema de acuerdo al momento del día? Puede que sea posible. Quizás en la mañana nuestre mente esté más fresca y analizamos cada tema con cabeza fría, a diferencia de la tarde, cerca a la hora de salida, momento en el que sólo pensamos en volver a casa, pero también esos análisis deben variar si se hacen al inicio del Lunes, o un Viernes, con un par de horas nos separa del tan anhelado fin de semana.

De pronto a lo que el hombre hacía referencia con su frase, consejo regaño, píldora de sabiduría, era al punto de vista. 

El semáforo se pone en rojo y cruzo la calle. Al rato volteo a mirar a la mujer y su acompañante, pero han desaparecido junto con sus decisiones.