María Bruni siempre trata de llevar con cuidado cualquier asunto de su vida, el que sea. Por ejemplo, si va por la calle, se asegura de pisar firme para no resbalar, pues ¿cómo saber si ese tropiezo no va a terminar en un golpe en la nuca que le va a producir la muerte?
Bruni piensa que todos, independiente de las condiciones de vida que se tengan, caminamos al filo del abismo todos los días, y que si no nos damos cuenta de ello, es porque andamos preocupados por minucias de la vida: El trabajo, los estudios, las redes sociales, si fulano dijo y mengano le respondió, la política, que los carnívoros están acabando con el planeta, pues que se jodan los veganos, en fin, mil y un asuntos en los que vamos consumiendo los segundos de nuestra existencia.
“Existir. Claro. Es que nos creemos los amos y dueños del universo así seamos unos pobres diablos que no tienen en donde caer muertos; siempre cargando esa falsa sensación de inmortalidad. Obvio, ¿cómo va a ser posible que algo malo me pase a mí que soy tan buena gente?, bien lo tienen merecido esos condenados a los que la mala suerte siempre acompaña”.
En eso piensa Bruni mientras viaja a su oficina en un bus en el que es difícil respirar. Ella lo toma en los primeros tramos de la línea y siempre alcanza a conseguir un puesto al lado de una ventana del lado derecho, pues el otro lo considera de mala suerte, y los 30 minutos que dura el viaje los dedica a perderse en sus monólogos mentales.
Hace poco un hombre se sentó al lado de ella, lo miro de reojo, pero al instante continuó mirando el paisaje y masticando un pensamiento detrás de otro.
Ahora que acaba de llegar a esa conclusión sobre la existencia. Voltea de nuevo a mirar hacia el interior del bus y no puede evitar que sus ojos lean el titular de una noticia del periódico que está leyendo el hombre que está sentado a su lado: “Un asteroide de un kilómetro de diámetro pasará cerca de la tierra el martes que viene”.
“La existencia, que cosa tan frágil”, piensa Bruni.