martes, 12 de diciembre de 2017

Consignación

Tengo que consignar un dinero en el banco y hacer unos pagos. Antes de salir de la casa, me vuelvo un ocho haciendo los cálculos de la cantidad de dinero que debo retirar del cajero. 

Al llegar al banco una máquina me asigna el turno O343, con el que pienso,  me van a atender mañana, por el número, exagerado creo, que acompaña a la vocal. Mientras subo las escaleras imagino que en el lugar debe haber 342 Oes o personas, que madrugaron más, estaban más cerca del banco o lo que sea. 

Trato de adquirir una actitud positiva para uno de los peores planes del mundo: Hacer vueltas de banco. Me acompaña mi MP3, compañero de mil batallas; también lo hace el celular pero no pienso sacarlo, no quiero darle al celador el placer de pronunciar: “Por favor me colabora con el celular”.

Suena Nightrain de Guns and Roses, una canción que me sube el ánimo. Le subo al volumen porque tengo justo enfrente mío una pantalla que indica cuál turno van a atender, así que no hay forma de no darme cuenta cuándo me toca a mí.

Le doy a un bombo imaginario con mi pie derecho. Volteo a mirar hacia la izquierda y una mujer que lleva una falda blanca y blusa negra, se ve nerviosa. Se lleva las manos a la cabeza y se pone de pie, se vuelve a sentar y revisa los papeles que lleva en la mano. Por último, me dirige la palabra como si yo fuera su salvador, a mí, una persona que tiene la música a un volumen que tiende a ser ensordecedor. 

“¿Perdón?” le digo, mientras me quito el audífono del oído derecho. La mujer exagera su cara de angustia.

“Se me descargo el celular, ¿será que me puede regalar un minuto para llamar a que me dicten el número de la cuenta?”

Su petición tiene toda la pinta de chanchullo, paseo millonario, tráfico de órganos, enredos con mafia italiana, etc. “No tengo minutos”, respondo. La mujer se sienta, sigue con su actuación dramática y al rato abandona el lugar. 

Los turnos de diferentes letras y números, avanzan muy despacio, los de mi grupo, los hermanos O, apenas van en el 320. Antes de que me entre la angustia y me ponga a hacer cálculos de cuánto se demora un cajero atendiendo una persona, para luego descifrar el tiempo que todavía tengo que estar metido en este sitio del infierno, me distraigo con una pantalla ubicada al lado izquierdo del tablero de los turnos.

Si las entidades bancarias fueran consideradas en lo más mínimo, pasarían un video, cualquier capítulo de una serie, incluso uno de padres e hijos, por ser bien extremistas, pero no, lo único que transmiten y repiten hasta el cansancio son comerciales de la entidad con un eslogan flojo: “Es el tiempo de todos”. En estos predominan imágenes de bebes en los brazos de sus madres, personas con sonrisas perfectas y pintas de modelo que no se parecen en nada a ninguna de las personas que se encuentran conmigo. Son imágenes bellas que le apuntan a despertar emociones y en momentos me dejo llevar por ellas; maldita publicidad.

Luego de una tanda prolongada de comerciales, aparece una imagen de Einstein bajo el título, si no estoy mal, de cápsula de conocimiento con una de sus tantas citas célebres. 

La mujer-máquina, con una voz muy sexy, por fin pronuncia mi turno. En medio de la transacción, la cajera me cuenta que si no sabia lo afortunado que soy pues tengo preaprobado un crédito de no sé cuantos millones y que si  quiero, lo puedo solicitar con un simple chasquido de los dedos. No dijo eso, pero eso fue lo que quiso darme a entender, le digo que no, pero igual le doy las gracias. 

Lugares extraños los bancos.