martes, 12 de junio de 2018

Reproductor

Hay cosas que no permiten que enloquezcamos, objetos que, sin darnos cuenta, nos mantienen equilibrados mentalmente, uno de ellos es el reproductor musical. 

¿Cuántas veces no habríamos cometido o planeado cometer un acto estúpido, de no ser porque nuestros pensamientos estaban ocupados, tarareando la canción que escuchamos en uno de ellos? 

Mi primer reproductor fue un Walkman Sony de color verde militar, que implicaba el uso de un par de pilas doble A y de casetes, en mi caso los TDK 90, con 45 minutos de grabación por cada lado. 

Ese Walkman sufrió muchos golpes, pero el que más recuerdo fue el de esa vez que crucé una calle corriendo y se salió del bolsillo de mi camisa, y lo único que pude hacer, luego de que se estampara contra el pavimento, fue patearlo fuerte hasta el otro andén, y esperar a que, por cosas del azar, ningún carro pasara por encima del casete que había salido disparado del walkman apenas se estrelló contra el piso. 

Tiempo después cuando el walkman dejó de funcionar, heredé de mi hermano mi primer mp3, un tubito plateado pequeño, que también necesitaba una pila triple A, pero que cargarlo no resultaba tan engorroso como llevar el walkman. 

Ese reproductor me duró bastante tiempo, hasta que mi hermana me regaló un Ipod nano. No sé por qué, pero nunca me han descrestado los productos de Apple y meterle canciones al aparatico siempre me pareció un proceso lento, así que le grabé unas cuantas, pero nunca ocupé toda su capacidad y lo utilizaba muy de vez en cuando, hasta que un día no volvió a prender; fue como si el aparatico hubiera muerto de tristeza. 

Después de ese reproductor compré el que tengo hoy en un día, un MP3 Sony que lleva conmigo más de 10 años y que al igual que el Walkman, también ha resistido muchos golpes, pero aunque algunos botones ya no le funcionan todavía suena bien.