Estuve fuera por dos semanas. Siempre que viajo, pienso en lo mucho o poco que voy a dejar de escribir. Imagino que, si no voy a escribir, por lo menos voy a tomar muchas notas durante el día, notas de imágenes o situaciones que por alguna razón me cautivaron, pero esta vez no lo hice; por lo menos no tanto como hubiera querido. Por las noches cuando llegaba a la habitación, pensaba en escribir, pero el cansancio me ganaba y me echaba en la cama, prendía el televisor y me quedaba dormido antes de engancharme con algún programa.
No todo fueron pérdidas, alcancé a pensar en un tema que quiero desarrollar en un artículo y que va a tener como título: “De escritores y celulares”, que alcancé a desarrollar, más o menos, en la aplicación de notas del celular y lo he estado machacando en mi cabeza en estos días.
Del tiempo que anduve de viaje calculo que dejé de escribir alrededor de unas 4500 palabras en este espacio, más unas 2500 de otros escritos.
7000 palabras parecen poco para dos semanas, pero ¿cuánto cuestan las palabras?, es decir, ¿qué tan fácil es sacarlas de donde sea que residen en nuestro cuerpo? Pensaría uno que siempre están en la mente, pero siempre he pensado que las mejores, las que realmente valen la pena, esas que alcanzan a conmover a las personas, las llevamos en las viseras, y que son como quistes de los cuales duele desprenderse.
Paul Auster dice que nunca ha escrito rápido y que un buen día de trabajo, 8 horas, para él, consiste en lograr una página escrita, digamos unas 450 palabras. También dice que cuando logra escribir dos páginas es genial y que cuando logra escribir tres, es un milagro que ocurre si acaso 3 veces al año, pero que con lograr una página se siente satisfecho.
“Escribir un pasaje 10 0 15 veces, revisarlo una y otra vez,
Arreglando las frases, tratando de escuchar el ritmo, hasta que
parezca una pieza de música, sin esfuerzo, suave, con la energía
Que quiero, ese es el trabajo. El trabajo duro consiste en tratar
que parezca fácil”
- Paul Auster –