jueves, 25 de mayo de 2017

Pan de $100

Dejó su casa antes de cumplir 10  años, cansado de las golpizas de su padre, un borrachín consumado; sus opciones eran matarlo o largarse.

Cinco años después de abandonar su hogar luce irreconocible. Su pelo parece una maraña de alambres enredados y casi siempre lleva una mirada triste, acompañada por las típicas manchas de suciedad de las personas que habitan en la calle.

Hace rato lo dejaron de llamar Camilo; ahora todos lo conocen como “Pan de $100”, desde la vez que asaltó una panadería y mientras el resto del grupo intentaba abrir la caja registradora, el llenaba de pan una bolsa tras otra.  ¿Para qué carajos querían el dinero con esa hambre infinita que todos llevaban? pensó en esa ocasión.

Hoy despertó con un  hambre similar y mucha rabia. ¿Por qué le tocó vivir semejante vida tan perra? Se pregunta. Quiere comprar algo de comida pero revisa sus bolsillos y están completamente vacíos. Un amigo con el que comparte un cambuche de cartones, periódicos y cobijas llenas de pulgas,  le ofrece un porro, pero Pan de $100 lo rechaza; sabe que fumar  marihuana sólo aumentaría su apetito.

Un bus frena para recoger unos pasajeros y Pan de $100 corre a encaramarse por la puerta de atrás. El bus lleva muy pocas personas, pero de igual forma pide disculpas por las molestias que pueda estar causando y luego anuncia que va a cantar una canción, una ranchera, y se llena de aire los pulmones, mientras saca pecho.

Comienza a gritar sin ningún tipo de afinación, y como sólo se sabe el coro y una estrofa. que repite dos veces, su acto acabo pronto. termina la canción en la parte de atrás del bus y se devuelve hasta el puesto del conductor para comenzar a recolectar el dinero.  Estira su mano derecha a lado y lado, mientras pasa filas, pero ninguno de los pasajeros, igual de fríos que la mañana, le da algo.

“Cabrones” piensa. Llega a la parte de atrás del bus, timbra de mala gana y cuando se abre la puerta, con el pie que se abalanzó hacia adelante que está  a punto de tocar el andén y el otro, que abandona el escalón del bus, grita fuerte y claro:

“Por eso es que hay que robarlos hijueputas”.