miércoles, 11 de mayo de 2022

Clavarse o coquetear con la escritura

Tengo una teoría: Los escritores que triunfan, me refiero a esos que publican novelas seguido y que uno creería que viven solo de escribir, son aquellos que se agarran de la escritura como si fuera su única tabla de salvación.

Entiéndase escritor como esa persona que escribe con frecuencia y que se siente incompleto si no arrejunta unas cuantas palabras cada día.

También existen los escritores que coquetean con la escritura, es decir, personas que tampoco pueden vivir sin escribir, pero que sienten un poco de temor de clavarse en la escritura de cabeza.

Pertenecer a cualquiera de las dos clases no es bueno ni malo, solo significa una forma de ver, o bien, transitar por la vida.

Hablando de más Se me viene a la cabeza Murakami, así algunos digan que es muy comercial.

Apenas se graduó de la universidad, le aterraba la idea de trabajar para una compañía, así que decidió abrir un bar de jazz con su esposa, pero como eran recién casados a ambos les tocó trabajar como mulas por 3 años, muchas veces teniendo que tomar trabajos adicionales para que las cuentas les cuadraran.

Después de un tiempo decidió cerrar el bar y abrió un café en los suburbios del oeste de Tokio. A ese lugar llevó el piano de la casa de sus padres, para ofrecer música en vivo los fines de semana.

Un día soleado, en 1978, fue a un partido de beisbol. Sentado y con una cerveza en la mano, escuchó el impacto de la pelota contra el bate, un doble, y tuvo la epifanía de convertirse en escritor.

¿Qué hizo? De vuelta a casa compró un bloc de hojas, un esfero y cuando llegó,  se sentó en la mesa de la cocina y empezó a escribir. Los días siguientes cada vez que llegaba del trabajo repetía la operación. Desde ese día clavo sus narices en la escritura y se perdió en ella.

También me viene a la cabeza Cornac McCarthy que se dedicó de lleno a la escritura sin importarle nada. McCarthy andaba corto de dinero, viviendo en hoteluchos o lugares modestos. Hace poco leí que un día no tenía crema de dientes y salió a mirar su buzón de correo y se encontró con una muestra gratis de pasta dental. El escritor dice que no se preocupaba mucho, y que esa actitud hacía que las cosas se solucionaran por sí solas.

A Murakami una vez le paso algo similar con su esposa. Les faltaba dinero para pagar la cuota de un préstamo mensual, y se encontraron un fajo de billetes en la calle con la cantidad exacta que les hacía falta.

Pero mejor sigamos hablando de McCarthy. En ese entonces le ofrecían dinero para que dictara conferencias sobre su trabajo como escritor, pero las rechazaba y decía “todo lo que tengo por decir ya está en la hoja”.

Y así, como esos dos escritores, imagino que existirán miles de ejemplos de grandes novelistas que, sin importarles nada, se clavaron como kamikazes en la escritura. De pronto si uno escribiera así, sin ese miedo al futuro o la muerte, el resultado final sería mucho mejor.