martes, 26 de junio de 2018

Debería escribir una novela

A veces, cuando me siento a escribir, imagino que soy un gran novelista y entonces busco el archivo de la nueva obra que estoy escribiendo y no lo encuentro, pues está claro que solo es una fantasía, un tobogán de placer efímero por el que mi yo escritor se desliza por unos segundos. 

Luego pienso: "Debería escribir una novela", pero me molesta el supuesto de tener que escribir una solo porque sí; de arrancar a teclear a la wachapanda (palabra no palabra que utilizo como sinónimo de “a la maldita sea”) cualquier cantidad de palabras inconexas, solo por el hecho de que en esta vida debemos sembrar un árbol, tener un hijo o escribir un libro.

Una vez, en una rueda de prensa de James Rhodes, conocí a un periodista de un portal de noticias. Luego del saludo, la conversación tomo rumbo hacia los mares de la literatura y la escritura. El hombre me contó que había estudiado Ciencias Políticas, pero que solo lo había hecho por complacer a su familia. En algún momento, luego de haberse graduado, tomó un taller de escritura de Idartes y se dio cuenta que le gustaba mucho escribir y que no lo hacia mal. Por medio de un conocido, le pasó la hoja de vida a la directora del portal de noticias, quien lo entrevistó y lo contrató. 

Ya en el clímax de la conversación, le pregunte: “¿Ha escrito novelas?” 
“Si, dos hasta el momento. La primera es muy mala, y la segunda es novela erótica, pero parece que fuera una película porno”, me dijo mientras reía. Luego me hablo de que le gustan los principios fuertes y desconcertantes en un libro. “Vea, como el principio de Instrumental de James Rhodes”, concluyó mientras me pasaba ese libro. Lo abrí para leerlo: “La música clásica me la pone dura.”

Tiene razón ese escritor-periodista-politólogo, ¿quién no va a querer saber por qué la música clásica se la pone dura a alguien?

En otro momento de la conversación, me contó que, en algún punto de su proceso de escritura, decidió estudiar música, pues para él la estructura de una historia es similar a la de una pieza musical con sentido, que entra por los ojos de una persona y lo arrulla.

El escritor-periodista-músico-politólogo prueba mi punto de que escribir una novela no se trata solo de escribir por la mera vanidad de poder decir que se publicó una novela, sino por un deseo y urgencia muy fuertes, difíciles de explicar. 

“Debería escribir una novela”, me digo, e inmediatamente pienso en el tema, sobre qué va a tratar, ¿cuál va a ser ese mensaje, escondido detrás de las palabras y los hechos que voy a narrar y qué le quiero dejar al lector? Eso, creo, es una de las piezas más importante al momento de entregarse a esa tarea, para que todo el cuento de escribir funcione mejor.

Una que empecé hace mucho tenía como protagonista a Heinz, un hombre al que le molestaba compartir nombre con una salsa de tomate. Heinz, tenía la facultad de ser alguien distinto en cada situación de su vida, es decir, cambiaba de personalidad en cada interacción con otra persona. Este es un aparte de un capítulo titulado: María Camila

—¿Tú ya hiciste la primera comunión? 

A Heinz no le gustaban mucho las preguntas, no porque no supiera las respuestas, sino porque estas siempre le resultaban ofensivas o desconcertantes. Prefería simplemente estar, pero ¿qué es estar?, tan solo bastaba que algo, un gesto, una acción, una mirada, etc. detonara su ‘estado’, como él solía llamarlo. 

—No, me la hicieron, que es algo muy distinto. ¿Alguien te pregunto si querías hacer la primera comunión? 

- —No, pero hoy me dieron helado –respondió María Camila.

Luego de un par de hojas, la abandoné porque no sabía para donde iba. Heinz se me perdió entre las palabras escritas, en conclusión, me aburrí. 

Luego comencé otra que se llamaba Inferno, cabe anotar que el título se me ocurrió mucho antes que Dan Brown sacara su novela. En la mía, Inferno era un bar dirigido por un tarado de apellido Martínez. Con esta me paso lo mismo que con la de Heinz, no sabía para donde iba el escrito. Supongo que todo se relaciona con la ausencia de tema. 

Revisando ahora la carpeta “Novela” me encuentro con una, sin título, que empecé a escribir en el 2012, y que tiene 25 páginas; por el comienzo supongo que trata acerca de un escritor:

El archivo que había guardado la noche anterior había desaparecido. Eso no le importo en lo más mínimo. Hacía un mes que no tocaba ese texto y los párrafos que había escrito parecían pertenecer a otra historia. Incluso le dio mal genio porque una de las ideas que se le ocurrieron contradecía lo escrito tiempo atrás. 

También está “250”, una de capítulos de exactamente 250 palabras.

“El Contador”, la última que se me ocurrió me gusta porque parece que finalmente tengo, junto con un personaje, un tema sólido sobre el cuál trabajar. Si no la he vuelto a tocar, es porque estoy esperando a que los eventos se me conecten y organicen mejor en la cabeza y/o que me encuentre con un libro o un artículo que debo leer antes de continuarla.

Otros intentos de novela los he convertido en cuentos cortos.

Debería escribir una novela.