viernes, 24 de abril de 2020

De ventanas y nubes

A Hernández le gusta echarse boca arriba en el pasto y mirar las nubes. Sin importar si hace sol o es un día gris, siempre destina 10 minutos de su tiempo para hacer eso. Como los niños, a veces les busca forma de animales; en otras ocasiones solo observa esos cuerpos sin atribuirles ningún significado y se concentra en su movimiento, en ese desplazamiento desinteresado, perezoso, como si nada les importara. “Que bueno sería ser una nube”, piensa. 

Hernández, a diferencia de otras personas que no se dan tales licencias, se tropieza con uno de sus pensamientos, que son como pozos sin fondo, y cae de lleno en ellos. Ahí se queda por un buen rato hasta que algún evento de eso que llamamos realidad: el timbre del teléfono, el bocinazo de un carro, una alarma, logra rescatarlo de los abismos de su cerebro. 

Hoy hace un buen día y los trinos de los pájaros, contentos suponemos, refuerzan su estado contemplativo. Se pregunta si las nubes son seres conscientes y si tienen algún tipo de identidad. Considera bueno eso de flotar, de andar de un lado a otro sin tener que justificarse, de poder traspasar límites y fronteras cuando a uno le plazca. 

Anuda un pensamiento con otro y llega a la conclusión de que todo ese rollo de la identidad, a la larga, consiste en eso, es decir, en ponerse límites: Yo soy este(a) en la medida que no cruce cierta raya, pues al otro lado ya sería otro(a). 

Ahora, por alguna razón, en ese pozo en el que se encuentra pasa flotando la imagen de una ventana, una de su niñez, esa por la que solía mirar hacia la calle cuando era pequeño y se preguntaba qué era todo eso que había afuera. A medida que la observa y que el recuerdo se desvanece, concluye que definitivamente no le gustaría ser una ventana, porque esos objetos si que la deben tener difícil en la vida, pues siempre están en el filo de ese límite que divide lo de adentro y lo de afuera, pero nunca corresponden a ningún territorio del todo. “Las ventanas sí deben tener serios problemas de identidad”, concluye, mientras se levanta para devolverse a la oficina. La realidad, al final, siempre gana y lo trae de vuelta.