miércoles, 17 de abril de 2019

Huecos en la trama

Hoy tenía pensado escribir toda la tarde. Quería editar el cuento del francotirador que ya no se llama Radiša Dobrilo, sino Nikolče Drangov, pues emigró con su madre de Macedonia a Zagreb.   ¿Por qué le cambié el nombre?, porque en aquella época de la guerra de Yugoslavia, bajo el manto podrido de la limpieza étnica, los nombres eran muy importantes, ya que por el apellido de una persona se podía determinar si era amiga o enemiga, al igual que por la manera en que las personas se saludaban, el número de besos que se daban y esas cosas, se sabía que religión practicaban o de qué región eran, que locura , ¿cierto? 

Les decía que quería escribir o bien reescribir, pero finalmente eso no sucedió. La culpa la tuvo Black Summer, una serie de Netflix que trata, al parecer, sobre una epidemia zombi, pero que en mi humilde opinión tiene la trama llena de huecos. 

A continuación, voy a hablar específicamente de un capítulo, así que si usted, estimado lector, piensa verla, lo mejor es que deje de leer este post, si es de ese tipo de personas que por nada del mundo se pueden enterar de lo que va a ocurrir en una serie. 

El punto es que todo se fue al traste, y la raza humana está amenazada, por una especie de muertos vivientes que, paradójicamente, son inmortales, es decir, puede uno descargarles un cargador entero de metralleta en el pecho, y ellos, como si nada, se vuelven a poner de pie y continúan persiguiendo a las personas. 

En el penúltimo capítulo, el grupo de sobrevivientes y protagonistas de la serie llega a una especie de base militar y cuando logran entrar de fondo se escucha música electrónica. Un militar gordo y de bigote hace entrar a una mujer y un hombre en un ascensor para llevarlos a unos niveles subterráneos. A medida que cambian las escenas la música se escucha más fuerte y, de un momento a otro, abren las puertas de  un bar de música electrónica, que está en la mitad de la nada y fuertemente custodiado por militares y, para terminar, bajo tierra.

En un momento me pregunté si me había quedado dormido, una posible razón para no entender que estaba pasando, pero estoy seguro de que no fue así. 

La verdad me pareció un poco ridículo que ante semejante amenaza: el fin de la humanidad, el Armagedón, para ponerlo en términos bíblicos. ya que estamos en semana santa, existan personas preocupadas en ir a contonear el cuerpo a un bar de música electrónica, que queda en la mitad de la nada. 

Al final todo se va al carajo, pues, no sé como, uno de los muertos vivientes inmortales aparece en el lugar, y mientras que todo el mundo corre despavorido en  todas las direcciones, los militares comienzan a darle bala a lo que se mueva. 

No sé qué pretendieron los guionistas con ese capítulo, pero es algo que no quiero que le ocurra a la historia de Nikolče Drangov, es decir, quiero que me quede compacta y redondita, sin ninguna hebra narrativa suelta por la que se pueda deshilachar.