sábado, 6 de junio de 2020

Esto

Escribir ayuda a estar equivocados, a no tener la razón de nada, y para describir tan solo estados de la verdad, pues esta siempre está en constante movimiento, en evolución perpetua. La escritura entonces, más allá de reglas gramaticales, ritmo o cadencia no es algo que esté bien ni mal. Se escribe, a la larga, para contar algo, lo que sea y ya está, pues más que inicio o desenlace es puro nudo lo que llevamos por dentro. 

Escribir, entonces, es como dejarse ir, perderse para encontrar el camino; es Luz y oscuridad atropellándose en un espacio en el que las palabras se funden unas con otras y, con algo de suerte, a veces dan forma a algo. 

Escribir, les decía, es errar y, a veces, cuando la musa está del lado de uno, los planetas se alinean o qué sé yo, se tienen aciertos. Y en ese momento se es feliz, pues nada como dar con la frase adecuada, la palabra precisa; llegar a un común acuerdo con la idea. 

Hace unas semanas escuché a Rosa Montero hablar sobre historias y decía que las que valen la pena son como sueños, propios o colectivos, y que las realmente buenas vienen del inconsciente, que el escritor nunca esta a cargo, sino que son ellas las que se apoderan de uno, las que mandan la parada.