Hace muchos años tomé un curso de escritura con Antonio García Ángel en la Madriguera del Conejo. Los días de la clase, llegaba una o dos horas antes al sector y me metía en un café a leer, algo que siempre trato de hacer cuando tomo cursos de escritura.
Decidí tomar el taller cuando supe que él lo iba a dictar, porque hacía poco había leído Animales Domésticos, su libro de cuentos, y me había desternillado al leer un cuento que trata sobre un hombre que trabaja de Papá Noel, en un centro comercial, y que termina involucrado con una banda de atracadores que llevan el mismo disfraz.
En ese entonces mi postura hacia la escritura era muy diferente, y creía que por el simple hecho de leer y escribir, uno era una mejor persona; estupideces que uno piensa, o bien, pajazos mentales , en fin. Era, más bien, como imbécil en ese entonces.
En la primera sesión, cuando llegó el momento de presentarnos, que consistía en decir por qué estábamos ahí y qué estábamos leyendo, a mí se me ocurrió mencionar, luego de decir mi nombre, que un día en el que no leyera o escribiera algo lo consideraba como desperdiciado.
Recuerdo muy clara su respuesta con acento caleño: “Ve, entonces yo he desperdiciado muchos días de mi vida”, dijo al tiempo que sonreía. En otro momento recuerdo que le pregunté, entusiasmado, sobre su experiencia bajo la tutoría de Vargas Llosa, y que no quiso hablar mucho del tema.
Algo que me gustó mucho de su taller, fue que para cada sesión nos dejaba ejercicios de escritura pero, en medio de mi taradez, siempre traté de lucirme con mis textos y no de escribir piezas sinceras, por lo que el resultado siempre fue malo.
De los asistentes a ese taller, recuerdo que había un hombre que destacaba con su escritura. Era una persona callada, que siempre llevaba una prenda negra, y sus escritos siempre tenían tintes oscuros y melancólicos. También había un señor que debía tener alrededor de 60 años, y que estaba ahí porque sus amigos siempre le habían dicho que tenía que comenzar a escribir las historias que contaba. De él, recuerdo que quería escribir una novela policiaca, de la que ya tenía el nombre del protagonista: Gumersindo Danger.