miércoles, 17 de abril de 2024

Doing is the game

Hoy me acordé de una frase que escuché en una charla de Creative Mornings: Ideas are nothing, doing is everything.

Tiempo después leí Zen in the art of writing de Ray Bradbury, y parece que el escritor pensaba lo mismo. Bradbury cuenta lo siguiente :“Hacer es ser. Haber hecho no es suficiente; llenarse de hacer, ese es el juego."

El escritor cuenta que todos somos como tazas que constantemente se van llenando de forma calmada, y que el truco –de la vida, supongo–, consiste en saber en qué momento hay que inclinarse para que se derrame lo bueno que hemos almacenado.

Inclinarse o hacer, para desparramar todo lo que hemos acumulado debe ser una buena táctica para afrontar la vida, ¿acaso no?

Dice que siempre le recalcó a sus amigos que existen dos artes: el primero es realizar algo, y el segundo consiste en aprender a moldear lo que se hizo para no matarlo o lastimarlo de alguna manera.

Seguro por eso el escritor afirma que permanecía ebrio de escritura para que la realidad no lo pudiera destruir.

Ese, cuenta, fue el estilo de vida que siempre llevó: “Ebrio, y manejando una bicicleta, es decir, Ebrio de vida, sin saber a dónde dirigirse después, en un viaje mitad de terror y  mitad de entusiasmo.

Entonces ya saben. El truco está en hacer, hacer y hacer, sin importar cuál sea el producto final, mientras no lo aniquilemos de alguna manera, al momento de moldearlo.

martes, 16 de abril de 2024

Uno más

¿De qué hablo? de un nuevo libro. Uno más que quiero leer. La escritora española Marina Perezagua publicó una foto de él en su cuenta de Facebook y escribió: Bello. Brillante. literatura.

Hablo de knife, Meditations after an attempted murder, el último libro de Salman Rushdie, un memoir en el que, imagino, desmenuza el atentado que sufrió y lo lleva a un nivel literario.

De él solo he leído Joseph Anton, el memoir que escribió luego de que el Ayatolá Ruhollah Khomeini lo condenara a muerte por haber escrito los versos satánicos. En ese entonces, ese viejito con mirada de loco y barba poblada le envió un mensaje a todos los musulmanes en el que les indicaba que lo mataran en cualquier lugar en el que se encontraran.

Me siento cercano a Rushdie por ese relato y porque me firmó el libro en una charla que dio en el Hay Festival. Fue una de las mejores charlas de esa edición y me pareció tremendo cómo narra todas las experiencias por las que tuvo que atravesar.

También me gusto que se narró en tercera persona, pues cuando comenzó a escribir el libro en la primera, no le gusto y le pareció un ejercicio algo narciso, además de que no deja de existir cierta distancia antre él y joseph Anton. 

El título de ese libro lo seleccionó por el aprecio que siente hacia los escritores Joseph Conrad y Antón Chejov. Al primero por sus novelas de espías, pues de un momento a otro se vio envuelto en ese mundo, necesitó de un fuerte esquema de seguridad y no dormía más de dos noches en un mismo lugar, y el segundo, pues considera que el escritor ruso sabía retratar la soledad y en esos años de su vida se sintió muy solo.

Me entero que en Knife aparte de narrar en detalle el ataque que sufrió, también es un tributo a su esposa quien lo acompañó durante toda su recuperación.

El título, cuenta Rushdie, es una alegoría al lenguaje, pues este también puede ser un cuchillo que corta hasta llegar a la verdad. “Quería utilizar el poder de la literatura, en general, para responder a este ataque".

Uno más, les digo, uno más para celebrar que Rushdie sigue vivo.

lunes, 15 de abril de 2024

"Me pareces interesante"

“A mí la verdad me parece interesante”.

Fernando supo que había perdido el tiempo con Laura cuando la escuchó decir esa frase:

Se habían conocido en el cumpleaños de un amigo en común y desde el instante en que la vio se convenció de que ella era la mujer de sus sueños hecha realidad: alta, pelinegra y de ojos verdes.

Esa noche buscó la forma de interactuar con ella a solas, pero siempre había alguien rondando. Hacia el final de la reunión desistió de su idea y salió a la terraza para terminar de beber un trago de whiskey y fumarse un cigarrillo.

“Pensé que te habías ido sin despedirte”, fue la frase que lo sacó de sus pensamientos. Al dar medía vuelta, ahí estaba ella con una copa de vino en sus manos y sonriendo de forma pícara.

“Como estabas tan ocupada hablando con Morales”.

“¿Celoso o qué?”

Fernando soltó una carcajada, sacó otro cigarrillo, y ese día hablaron hasta la madrugada.En esa ocasión Fernando solo se ganó un resfriado porque no se preocupó por ponerse la chaqueta.

Salieron por un par de meses hasta que un día Fernando concluyó que se había enamorado. Decidió jugársela toda.

La citó en Grano molido, el café que tanto le gustaba a ella. Cuando la tuvo sentada enfrente, no sabe bien de dónde saco fuerzas para decirle todo lo que sentía. Su declaración de amor salía de su boca a una velocidad impresionante. No sabía que iba a hablar por tanto tiempo. Fue algo que le costó mucho porque la posibilidad de rechazo estaba latente.

¿Y si de pronto había leído mal las señales y ella solo lo consideraba un amigo? se preguntaba, pero cuando terminó de hablar, sin importar cuál fuera la respuesta que iba a escuchar, se sintió ligero.

Cuando fue el turno de ella para hablar, Laura le dio un sorbo al vaso de café que sostenía con ambas manos y dijo:

“Mira a mí, de primerazo me pareces interesante y súper pilo."

La respuesta de Laura también fue larga, pero Fernando no le prestó atención al resto de palabras, sabía que lo mejor era emprender la retirada, porque lo último que se debe perder no es la esperanza sino la dignidad.

Era un rechazo camuflado, una negativa disfrazada de palabras cordiales. Quizá desde la primera vez que alguien le dijo eso a otra persona no lo hizo con mala intención, pero Fernando hubiera preferido que Laura le dijera que era un hijo de puta o que era un mal polvo.

Al final siempre Se gana o se pierde, esa es la vida ¿acaso no?, pensó

Más allá de ponerse triste, lo que le sintió fue rabia. Había sido una salida fácil para ella. Era una frase que no compromete a quien la dice. Un sintagma, diría un lingüista, que no descalifica pero tampoco elogia.

Solo significaba una cosa: que no le había hecho sentir nada con esa declaración de amor improvisada que, cree, le había salido tan bien.

viernes, 12 de abril de 2024

Amor moderno

En uno de los capítulos de Orange is the New Black, un periodista contacta al novio de Piper, la reclusa, para que escriba una pieza para la columna Modern Love del New York Times.

Ese día recordé esa serie que me gustó mucho y pensé que lo más probable es que existiera un libro con la recopilación de las columnas.

No estaba equivocado. El libro se llama Amor moderno, historias reales de amor, pérdida y reconciliación.

Ese mismo día comencé a leerlo. Ahora voy por la mitad y me ha gustado mucho. Me parece que la selección de piezas que hizo el editor de la columna fue muy minuciosa y la calidad de los escritos es tremenda.

Hoy leí un ensayo que me removió todo. Se titula “Tal vez quieras casarte con mi marido”. En él la escritora Amy Krouse Rosenthal cuenta como una noche visita una clínica con su marido debido a un fuerte dolor abdominal que, piensan, es apendicitis, y después de muchos análisis les dan la noticia de que es un cáncer en etapa avanzada.

La columna de Amy es un perfil de su marido, en la que justifica por qué es un buen partido. En medio de lo trágico, la escritora utiliza un humor muy fino en su escrito.

Amy murió 10 días después de la publicación de su columna.

Estos últimos días he pensado mucho sobre la muerte, y cuando no pienso en ese tema, se me aparece de cualquier forma. De pronto lo mejor sea no mirarla como un evento lejano, sino hacerle creer que nos importa. De esa manera quizá nos dejé en paz y se fije en aquellos que no la determinan para nada.

“I’m facing a deadline, in this case, a pressing one.
i need to say this (and say it right) while I have (a) your attention and (b) a pulse."
- You may want to marry my husband -

jueves, 11 de abril de 2024

Soltar letras

Acá estoy, debatiéndome entre escribir algo o no escribir, e irme a ver un capítulo de Orange is the new black.

La razón es que en todo el día no me he parado del escritorio. ¿Y por qué carajos no aprovecho para escribir un post? se preguntará el querido lector y no me queda más que darle la razón.

El caso es que me dediqué a escribir otros textos, unos de trabajo y otros no tanto. Terminé de escribir, por ejemplo, una historia que trata sobre la vejez y la muerte, y que tiene que ver mucho con el post que escribí ayer. Para escribirla me basé en los diarios de Sándor Márai que, como ya he dicho antes, me encantan por su visceralidad. ¿Existe esa palabra? no sé. No quiero quedarme con la duda, así que la escribo en la barra de búsqueda de la página de la RAE y me dice que significa: que se deja llevar por reacciones viscerales.   

Así, imagino, tuvo que haber escrito sus diarios el escritor húngaro. En fin, que me repito, pero la verdad es que este ejercicio solo consiste en soltar letras sobre la pantalla a ver si de pronto agarran algo de significado. Ese, sabrán ustedes, es mi objetivo con este blog, escribir lo que sea, sin importar lo malo, bueno, regular o pésimo que resulte; no me importa, no hay tiempo para pensar en eso. Soltar las letras como vengan, casi crudas y sin la cocción de la edición, porque la muerte puede estar cerca. No se sabe, nunca sabemos nada en concreto, así que lo mejor es hacer lo que se pueda hacer hoy sin pensar en el mañana, porque como dice Manuel Vilas: El mañana es de lo muertos.

miércoles, 10 de abril de 2024

Un siglo y 5 años

105 años. A esa edad murió la abuela de la esposa de un amigo.

¿No es mucho vivir más de un siglo? A mí me parece que sí. De pronto lo mismo piensa Roger Daltrey, el cantante de The Who, cuando dice en My Generation: I Hope I die before I get old.

¿Qué puede hacer uno con 105 años,  aparte de estar sentado en un sillón con una manta sobre las piernas mirando por la ventana o viendo televisión?  Seguro hay algunas excepciones y existen ancianos llenos de vida, pero a esas alturas, creo, el cuerpo ya se debe estar muy apagado.

Claro que uno no deja de conmoverse con la noticia, y se mira con cierto respeto a la persona que alcanzó esa edad.

¿Qué pensaría ella?  ¿Todavía tenía facultades mentales, o su yo ya se había diluido en la demencia senil?, pues el alzhéimer, como otras enfermedades de gente mayor, suele aparecer a una edad en la que deberíamos estar muertos. Y es que en la vejez solo se encuentran los seres que, de acuerdo a la leyes de la naturaleza, ya estarían muertos. Esa etapa de la vida no es más que eso, una cuesta descendente hasta la muerte, pero nosotros nos hemos empeñado en alargar la vida, en fin.

No sé, todo son preguntas, por ejemplo si no se llega a viejo ¿a qué edad sería bueno morir?

Felipe, un personaje de La Buena Suerte, dice que nunca va a experimentar la indignidad de la vejez, y que para lograrlo tendría que ser capaz de matarse cuando aún estuviera bien. Por eso decide suicidarse a los 82 años, pero llegada esa edad, pasan los días y Felipe no da con el momento preciso para matarse, a veces simplemente por cansancio, otras por un resfrío y otras porque se sentía más o menos a gusto con la vida.

“Suicidarse muy vivo, un suicidio que formara parte de la vida y no de la muerte”, cuenta el personaje, pues si se esperaba hasta estar enfermo, su cuerpo tomaría el mando y las células siempre se empeñan ferozmente en vivir.

De pronto Rosa Montero se basó en el escritor Sándor Márai para crear ese personaje. El escritor húngaro cuenta en sus diarios que no quería morir, pero que había dejado el revólver en el cajón de la mesita de noche para tenerlo a mano si llegaba el momento en el que quisiera acabar con su vida. Aunque cabía la posibilidad de que el final ocurriera de otra manera. “Todo es siempre de otra manera”, concluye.

En el libro sobre la muerte de Millás y Arsuaga, el paleontólogo le plantea al escritor lo siguiente: “No deberías preguntarte, pues, por qué nos morimos, sino por qué vivimos tanto.”

Felipe, en otro aparte de la novela, dice que ya ha sido secuestrado por un anciano al que no reconoce. Porque envejecer es precisamente eso: ser ocupado por un extraño.

martes, 9 de abril de 2024

Paciente cero

Tomo un taxi.

A mitad de camino al conductor le entra una llamada, se pone unos audífonos y comienza a hablar con alguien.

“Me siento mal, ¿no le digo? Hace un rato iba en la 106 y me dio la pálida, tuve que orillarme en una bahía y descansar un rato”.

“Ni idea qué tengo. Me comenzó un dolor de cabeza y siento como si no hubiera dormido en una semana. ¿Qué qué hice? me tomé un naproxeno y descansé un rato, pero no sé que tengo. De un momento a otro me dio la pálida.

¿Y si es el paciente cero de un nuevo virus que va acabar con la raza humana?, me pregunto. Si se transmite por vía aérea probablemente ya ingresó a mi sistema. Decido no hablar para que el taxista tampoco lo haga y deje escapar una gotícula con carga viral. Abro la ventana con disimulo y siento como una corriente de aire invade el interior del carro. Espero que desaloje al virus.

“No sé hermano, Paula va a tener que venir a recoger el carro”, continúa hablando el taxista. “La verdad no sé qué hacer porque me hace falta levantar $100.000 para pagar el arriendo y con esta maluquera no puedo trabajar”.

Cuando llego a mi destino le preguntó cuánto le debo y dejó caer la plata en la palma de su mano. Miro su cara y siento algo de alivio, pues sus ojos no están inyectados con sangre y tampoco tiene espuma en la boca.

“Muchas gracias y que se mejore”, le digo. En verdad se lo deseo tanto a nivel de salud como económico, pues su voz cargaba mucha angustia.

Hasta el momento he estornudado un par de veces y nada más.

Los mantendré informados.

lunes, 8 de abril de 2024

Parábola del día

Recuerdo que todos los días en el colegio, antes de iniciar clase, leíamos un versículo de la biblia. Era una actividad aburridora a la que no le prestaba mucha atención. Solamente lo hacía en caso de que me tocara el turno de hacer la petición del día. Nunca nadie tenía idea qué pedir. Un día, a alguien se le ocurrió pedir por la paz del mundo y de ahí en adelante todos los días se pedía de forma solemne: Por la paz del mundo. En ese entonces, creo, el mundo no estaba tan jodido como ahora, lo que quiere decir que nuestra petición nunca fue escuchada.

En las últimas semanas no he leído versículos de la biblia todos los días, pero si articuentos de Millás. Si uno se fija bien, a las columnas del escritor español les aplica la definición de parábola: "Narración de un suceso fingido del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral".

El de hoy trataba de una sala de redacción de una revista en la que le encargaban al narrador, escribir un artículo sobre mujeres cojas. Este dice que prefiere escribir uno sobre mancos y cuenta que tiene un amigo en esas condiciones, que es un tenista frustrado.

Al final el jefe de redacción lo obliga a escribir sobre mujeres cojas, alegando que él y el director son quienes deciden el contenido de la revista.

Al final del día, el hombre llega a casa desilusionado y hojeando la sección de contactos sexuales ve un anuncio de una mujer que dice lo siguiente: Madurita viciosa y coja, domicilio y hotel. Llámame y voy corriendo.

Al final, cuando la mujer llega a su apartamento, le confiesa que es una coja falsa porque a los hombres les excita mucho esa minusvalía. Así que ese, cojas falsas, es el tema que escoge para su artículo.

Me ha parecido revitalizante eso de leer un Articuento cada día. Lo mejor de todo es que no tengo que pensar en ninguna petición diaria aunque a veces, en secreto, pido por la paz del mundo, a ver si se arregla un poco que es algo nos vendría bien a todos, ¿acaso no?

“Dios no debería dar la vocación de tenista a alguien manco
como no debería dar pan al que no tiene hambre”.
- El mundo es portentoso -

viernes, 5 de abril de 2024

Amigos y soledad

Después de haber dado vueltas en un supermercado por un buen rato, por fin encuentro los productos que necesito llevar: arepas de Chócolo y sal.

Cuando llego a la caja me ubico en la fila y quedo justo al lado de un estante de libros. Quien sabe desde hace cuánto venden libros en los supermercados. La mayoría son de autoayuda, pero también veo algunos de ficción.

Está, por ejemplo, el poder del ahora. Recuerdo que hace muchos años mi hermana lo compró y alguna vez intenté leerlo, pero me aburrió porque me pareció muy críptico.

También está otro que no puede faltar en cualquier lugar donde vendan libros: Cómo ganar amigos e influir sobre las personas. y justo debajo de ese está: Disfruta de tu soledad.

Imagino que alguien ubicó ambos libros de esa forma porque cree que en la vida hay dos tipos de personas. Los que quieren influir sobre los demás y ganar amigos y los que les gusta estar solos . Cada grupo se ira por uno de esos libros.

Ahora bien, supongo que ambos bandos viven intercambiando adeptos a cada rato. Imagine usted, querido lector, que alguien tiene toda la intención de ganar amigos, pero luego de leer el libro aplica mal sus enseñanzas y sigue solo, en tal caso esa persona bota el libro a la basura y compra el de la soledad para aprender a sobrellevarla, ¿acaso no?

O bien, un lobo solitario compra ese libro porque le molesta tener personas a su alrededor, pero después de un tiempo se cansa de estar solo y va a buscar el de los amigos.

El hombre que está delante mío en la fila hojea ambos, pero no lleva ninguno. De pronto ya tiene suficientes amigos o en su soledad no hay cabida para libros.

Todo son preguntas.

jueves, 4 de abril de 2024

Shit just happens

Vuelvo al mismo tema trillado de siempre cuando no tengo idea sobre qué escribir, qué precisamente en eso mismo: no saber qué escribir. ¿Pero qué se le va a hacer? uno tiene derecho a repetirse ¿acaso no?

Podría haberme sentado hace dos horas a ver qué se me ocurría, pero en vez de eso decidí zamparme dos capítulos de una serie. El tiempo nunca alcanza. Ahora escribo esto, y al tiempo estoy pensando qué voy a leer cuando me meta a la cama. De pronto no debería echarle la culpa a la falta de tiempo, sino a intentar apretujar tantas actividades cuando el día se acerca su fin, en fin.

Ahora parece que se me acabó la gasolina narrativa, porque llevo unos minutos intentando comenzar este párrafo. Para seguir de largo voy a hablar de Orange is the new black, la serie que estoy viendo. Sí, sé que es vieja y todo, pero me enganché con ella y ya está, y como ya están todas las temporadas, me la estoy inyectando, temporada tras temporada, 
directo a la vena . Esa creo, es la única opción de ver series de mil temporadas. Así hice con Breaking Bad, después de que una prima me secó con la cantaleta de que me la tenía que ver porque era la mejor serie del universo.

Hablando de Orange, hubo una escena en particular de la primera temporada que me llamó la atención. Chapman, la protagonista por si no han visto la serie, está en prisión y habla a otras reclusas sobre The road not taken, el célebre poema de Robert Frost.

 Two roads diverged in a wood and I—I took the one less
traveled by,And that has made all the difference.

Chapman opina que la frase muy bonita y todo, pero que la gente le da el significado que no es. Dice que la mayoría piensa que hace alusión a tratar de separarse de la manada, para seguir un llamado o vocación. Luego dice que si uno se fija bien los dos caminos que menciona Frost son idénticos y él selecciona uno de ellos al azar, y que luego, en una comida, le cuenta a las personas que tomó el camino menos transitado, pero que simplemente está mintiendo.

La cerebrito de Chapman o College, como le dice otra reclusa, dice que la gente piensa que el poema intenta mostrar que las decisiones tomadas tiempo atrás importaron para estar donde estamos hoy, pero que en realidad las cosas simplemente pasan, Shit just happens, concluye Chapman, es decir que las cosas pasan porque sí y no tienen un significado especial ni profundo.

Para quejas y reclamos, por favor comunicarse con los libretistas de esa serie, gracias.

miércoles, 3 de abril de 2024

La mujer de la foto

Esa noche, la segunda de nuestra luna de miel, llegamos muy cansados al hotel, después de haber caminado todo el día por la ciudad visitando sus sitios icónicos: el museo Louvre, la torre Eiffel, el Palacio de Versalles, y otro par más. La verdad, de todo el día, el lugar que más me gustó fue ese cafecito de barrio en la Rue Saint-Rustique. Muchas veces esos lugares que pasan inadvertidos para la mayoría de personas, resultan ser los mejores.

Ya en la habitación del hotel, mientras Ángela tomaba una ducha, me tumbé en la cama y me puse a revisar las fotos que habíamos tomado ese día: Ángela y yo, Angela con la torre Eiffel a sus espaldas, un par de selfies solos y otras donde salíamos los dos abrazados o besándonos. Las fotos de un viaje en pareja al final resultan zonzas y redundantes. Ahí estaba, concentrado y pulsando el botón de adelantar con mi pulgar derecho, cuando llegué a la foto donde Juliette aparecía en segundo plano. Se la había tomado a Ángela mientras alzaba los brazos en forma de V. Ahí detrás estaba ella, Julliete, con su pelo rubio largo y liso, su cara de facciones angulosas, y una minifalda roja que dejaba ver sus largas piernas. Sonreía, no sé por qué o a quién. Quedé como hipnotizado durante un par de segundos , hasta que oí a Angela salir del baño y preguntarme: “Cariño, ¿por qué tan concentrado?"

Estaba envuelta en una toalla roja, y una blanca hacía sus veces de turbante. Seguro había dejado en el baño una azul que no tenía forma de poner en su cuerpo.

Los nervios me jugaron una mala pasada y sentí como mi cara hervía. Apagué la cámara y la puse en la mesa de noche. Luego la tome de la cintura y la atraje hacía mí para estamparle un beso. En ese instante ya sabía que todo se había ido a la mierda y que no iba a descansar hasta encontrar a la mujer de la foto.

martes, 2 de abril de 2024

Escritor de mentiras

Estoy en el lanzamiento de un libro. Había quedado de asistir con un amigo, pero se le presentó un inconveniente y no pudo asistir al evento. Como ya me había programado decidí ir solo.

Apenas llego al lugar un mesero, con paso apresurado, pasa por mi lado con una bandeja repleta de copas de vino.

“Señor”, le digo. El hombre frena en seco y baja la bandeja de encima de su cabeza. No sé cómo hace para que ninguna se le derrame.

Sin mediar palabra tomo una copa. Apenas lo hago el mesero comienza a caminar con el mismo paso decidido que llevaba antes.

Decido salir a la terraza del lugar.

A los pocos minutos de estar allá una mujer bajita, de pelo negro con mechones grises, se acerca y me pregunta si tengo un encendedor. Le digo que no fumo, pero igual se queda a mi lado y comienza a hablar.

Se llama Sofía y me cuenta que es escritora. Le pregunto sobre qué escribe y me dice que le gusta la fantasía. Le cuento que a mi también me gusta escribir y me dice: “Veo, ¿y a qué edad empezaste a escribir de verdad?"

No sé qué gesto hago o cuál es la lectura que ella hace de mi lenguaje corporal, porque al instante concluye: “quiero decir, ¿a qué edad publicaste tu primer libro?”

Como no he publicado ninguno no sé qué responderle. imagino que decir “soy escritor(a)” es fácil, pues no hay forma de negar esa afirmación. Cada quién va por la vida diciendo qué es o cree ser y ya está, ¿acaso no?

En medio de mis pensamientos Sofía vuelve a quebrar el silencio: “Yo comencé a los 23 cuando publiqué mi primer libro".

Tal vez lo que sucede con la escritura es que muchas personas que la practican no se preocupan por perfeccionar su arte, sino que simplemente quieren ser escritores.

Sonrió para ganar tiempo e inventar cualquier respuesta, pero como ninguna llega a mi cabeza, le doy un sorbo a la copa de vino y permanezco callado. Luego bajó la mirada y me pongo a mirar sus zapatos, unas botas rojas, y los míos. Algo me dice que lo mejor es permanecer callado y por eso debo evitar el contacto visual. Cuando ya me resulta imposible hacerlo, porque sé que Sofía espera que le diga algo, subo la mirada y sonrió de nuevo. La sonrisa como escudo.

Justo cuando voy a abrir la boca para decir quién sabe qué, Sofía se da cuenta de que alguien acaba de llegar y se excusa conmigo para ir a saludar al recién llegado.

Ahí, solo de nuevo, me pongo a repasar la breve conversación que tuve con Sofía. Imagino que el concepto Escribir de verdad, está ligado a publicar un libro. Si a alguien le gusta escribir, como es mi caso, pero no ha publicado ninguno, ya sea de autoayuda, ficción, ensayo o incluso un libro de cocina ¿Cómo se atreve a llamarse escritor?

En ese orden de ideas, Existen dos tipos de escritores: los de verdad y los de mentiras. Sofía y quienes hayan publicado un libro, pertenecen a los del primer grupo, y quienes no hayan publicado ninguno al segundo.

Probablemente Sofía se fue a conversar con un escritor verdadero, porque ¿quién querría perder tiempo con uno de mentiras?

lunes, 1 de abril de 2024

Pensamientos en la madrugada

Lunes, 1 de la mañana.

Se acabó la semana santa y en menos de 4 horas debo despertarme para volver a la ciudad. Apagó la lámpara, acomodo las almohadas, me arropo con las cobijas y cierro los ojos.

Después de un par de minutos me doy cuenta de que no tengo sueño, pero no me queda más que cerrar los ojos e intentar dormir. Cuando veo que no llega, volteo el cuerpo para un lado y luego para el otro a ver si su ausencia tiene que ver con la posición de mi cuerpo, pero nada, sigo en las mismas. Escucho los ladridos lejanos de un perro que, asumo, no puede dormir, o alerta a sus dueños sobre un peligro. De un momento a otro ya no escucho nada y me pregunto si me imaginé ese sonido. En la madrugada la cabeza inventa mucho ruidos o amplifica algunos.

Envidio a mis hermanos que apenas ponen la cabeza en la almohada caen en un sueño profundo. Yo siempre pienso en cualquier tema, no necesariamente trascendental, pero siempre me distraigo con cualquier pensamiento.

No sé cuánto tiempo pasa, estimo que unos 40 minutos y ahí sigo dando vueltas sin lograr dormir. La cabeza, mi consciencia o bien las dos, me plantean una pregunta abierta sobre el futuro: ¿cómo será? Les respondo que ahorita no quiero pensar en eso, que debo dormir porque tengo pocas horas de sueño.

insisten, así que me distraigo con la pregunta, ¿Cómo será? ¿Qué vendrá a mi vida en un futuro cercano o lejano? Como no logro responder las preguntas siento un poco de angustia, así que decido concentrarme en mi respiración a ver si dejo de pensar pendejadas en la madrugada.

Al poco rato, eso creo, suena la alarma y siento que no dormí más de quince minutos. Recuerdo la pregunta: ¿qué vendrá?, pero no le pongo atención, y cuando entro a la ducha el agua termina de llevársela.

lunes, 25 de marzo de 2024

El corazón del tártaro

Camino por entre los toldos de un mercado callejero. Lo hago de forma distraída hasta que veo uno de libros de segunda y freno en seco. Parece que tiene miles de ejemplares apeñuscados. ¿Cómo desperdiciar una oportunidad de hojear libros? Recuerdo que una vez en ese mercado, me llevé una novela que contaba una historia de amor, que ya ni recuerdo como se llama. Saludo a la mujer rolliza que atiende el puesto de libros. Tiene los pómulos colorados como si acabara de hacer un gran esfuerzo.

Comienzo a mirar los libros con un método que un escritor nos contó en un curso y que, según él, algunos editores aplican: lo levanto, lo peso en la mano, leo el párrafo inicial y si conecta conmigo lo abro hacía la mitad y leo otro párrafo cualquiera. Si también hago feeling con ese, abro el libro hacia el final y leo un último párrafo. Ese va a definir si lo llevo o no. Lo de levantarlo y sostenerlo en la mano, no creo que lo hagan los editores. Digamos que esos son pasos que yo le añadí al ritual.

Estoy en esas con un libro cuando veo uno al fondo del stand que tiene una portada con mucho color rojo. Lo primero que leo es el apellido de su autora: Montero. luego el nombre: Rosa y por último el título: El corazón del tártaro.

Dejo el libro que estoy mirando y le dijo a la mujer que me alcance ese. Está en muy buen estado, como si nadie lo hubiera leído nunca. Le pregunto cuanto cuesta y la mujer dice que el precio lo tiene escrito en las primeras hojas. Le digo que no y entonces le manda un audio de WhatsApp al dueño de los libros.  Vale 45 me dice al instante, y casi como un acto reflejo llevo mi mano hacia la billetera. Pero en ese momento, ese otro  que vive dentro de mí y con el que a veces entablo conversación me dice: “usted ya leyó esa novela”. No recuerdo haberlo hecho. Si lo hice, la trama, como la de muchas otras novelas, se me esfumó por completo de mi cabeza. Entro a Goodreads y el otro tenía razón. La aplicación me dice que lo leí en el 2021.

Se lo devuelvo a la señora del stand y le cuento que no me acordaba que ya lo había leído. Por un momento pensé que había dado con una ganga. Cuando voy a dejar el lugar, la mujer me dice: “¿Ya miró los de la parte de atrás? De pronto hay alguno que le interesa”. Tiene razón de pronto en esos libros que no he mirado está ese libro que de forma inconsciente he buscado toda mi vida, ese libro que fue escrito únicamente para mí.

Me dirijo hacia ese lugar, pero ninguno de los que examino me llama la atención. 

 "A Zarza le gustaba que su mundo fuera así, impreciso, elemental, 
carente de memoria, porque hay recuerdos que hieren como la bala 
de un suicida."
- El corazón del tártaro -

jueves, 21 de marzo de 2024

Letras sin rumbo alguno y con los pies fríos

Escribo esto con los pies helados. Cuento eso para ver qué otras palabras llegan a mi cabeza y, parece, es un sintagma, signifique lo que eso signifique, que no evoca nada. Se queda en eso, en tener los pies fríos y ya está.

Utilizo la palabra sintagma en vez de frase, porque he visto que Millás a veces la utiliza en sus escritos. Uno siempre va por ahí imitando a sus escritores favoritos, ¿acaso no? Quizá sea para ver si a uno le pega algo de su estilo de escritura. Un imposible, claro está, pero cada quien con sus fantasías.

A veces, creo, a uno se le pega el estilo de un escritor porque acaba de leer una de sus obras. Recuerdo que una vez escribí un cuento después de leer Rayuela y al escribir intenté imitar el estilo de Cortázar. No fue algo deliberado, sino que el tono del cuento salió como si nada y caí en cuenta de ello luego de escribirlo, aunque puede que no sea así y simplemente me creí esa mentira y ya está. Sea como sea o fuese como fuese, el cuento, Almuerzo con la Muerte, me gustó.

¿Qué más les puedo contar? Ahora resulta que el frío se me está subiendo por las pantorrillas. Ya que este breve escrito sin rumbo llegó a este punto, hablemos de las pantorrillas, un territorio extraño del cuerpo, porque hace parte de la pierna, pero no es imprescindible como, digamos, la rodilla. Está ahí, sin to ni son, como la frase Escribo esto con los pies helados, quizá son parientes cercanas (no sé si referirme a ellas en plural o singular) de la espalda, otra sección huerfana del cuerpo, a la que solo le comenzamos a prestar atención cuando envejecemos porque empieza a doler.

No me queda más que decirles que escribo esta frase/sintagma de cierre con los pies helados.

martes, 19 de marzo de 2024

Cómo saber si una novela es buena

Debo dejar claro que es solo mi punto de vista y quizá solo aplique para mí.

Considero que una novela es buena, qué digo, buenísima, cuando la leo de un soplo, es decir, cuando parece que me la inyecto directo a la vena, si me permiten esa imagen que quizá no sea del todo precisa.

Cuando eso pasa, me doy cuenta de que a los pocos días de haberla comenzado ya la llevo por más la mitad y la historia se me cruza por la cabeza en varios momentos del día.

Un día del año pasado, en uno de mis planes de visitar librerías le eché un vistazo a Partes de Guerra de Jorge Volpi. Ese día leí el inicio de la novela:

El corazón, quién lo diría. Siempre desdeñé este músculo tenaz, cómo me irrita 
su estirpe de manzana, su estampa en cuadernos y playeras, su martilleo
quejumbroso, quién preferiría el golpeteo de este molusco al magnetismo 
del cerebro.

Me dije: mi mismo, aquí hay mucha clase. Pero más que eso hay entrañas, es decir de esas vísceras que un autor deja en el texto porque un tema no lo deja tranquilo.

Quizá debí comprarlo ese día, pero lo único que hice fue anotarla en mi celular, y tomó un puesto en la fila de “libros por leer” que tengo en algún compartimiento de mi cabeza.

Este año L, una gran amiga, me lo regalo de cumpleaños (por favor atesoren a esos amigos que regalan libros), y de las novelas que me ha regalado, esta ha sido una de las que más me ha gustado.

En estos días espero con ansias a que llegue la noche para leerlo (considero que la mejor hora para hacerlo es las 11p.m.) para saber qué va a pasar con sus personajes.

Grande Volpi, grande L, grande la lectura.

lunes, 18 de marzo de 2024

Los lentes

Los ojos me arden.

Ya sonó la alarma del celular que indica que cumplí el tiempo con ellos puestos, pero no había escrito el post de hoy así que aún no me los quito, solo porque cuando utilizo gafas mi visión disminuye drásticamente.

Dar con un par de lentes que funcionen bien es tan complicado como dar con una buena optómetra que los recete. Yo di con una con la que llevo varios años y me ha funcionado de maravilla.

Siempre que voy a consulta me asombra ver como anota, de forma apeñuscada y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, los datos de las mediciones que toma. ¿Cómo hará para no confundirse? Si yo tuviera su trabajo llevaría todas las notas en un archivo de computador, porque sería un desastre anotándolas a mano, pero bueno, de ahí que ella se dedique a eso y trabaje como le dé la gana y yo a otra cosa, ¿acaso no?

Creo que el truco para que los lentes no me molesten después de un buen tiempo, es que ya no me rasco los ojos de forma desesperada y uso gota humectantes a cada rato. En la universidad era un desastre con su cuidado e imité una conducta de mi hermana totalmente antihigiénica. Consistía en quitarse el lente que molestara y meterlo en la boca para, dizque, limpiarlo con la lengua.

La dichosa técnica me funcionó hasta que en medio de un parcial la apliqué, y sentí como el lente se quebró en mi lengua. Desde ahí nunca la volví a ejecutar y recuerdo que sufrí mucho para terminar el parcial porque tenía que pegarme la hoja a la cara para leer y escribir.

Los dejo porque debo quitarme los lentes. Luego de que se cumple el tiempo establecido tengo un colchón de una hora para tenerlos puestos. Después de ese tiempo las alarmas comienzan a sonar.

viernes, 15 de marzo de 2024

Letras de canciones

Llegan a mi cabeza las letras de un par de canciones. Algunas solo vienen en forma de frase y otras van acompañadas de la melodía.

"Dog eat dog sly smile"

Esa viene sin sonsonete alguno. ¿Por qué aparece en mi cabeza? ¿Es un proceso inconsciente o simplemente un recuerdo que se activó por algo que vi o escuché? imposible saberlo.

Le doy vueltas y vueltas a la frase hasta que ubico la canción. Es Nightrain, de Guns and Roses

"I got one chance left
In a nine live cat
I got a dog eat dog sly smile"

Me entero que la expresión "Perro come perro" hace referencia a la dura competencia en el entorno empresarial. y en la letra de la canción  viene acompañado de una sonrisa astuta.

"She motioned to me. That she wanted to leave"

Esa sí viene acompañada por el sonido de unas escobillas sobre un redoblante y al instante aparece la voz de Chris Cornell. Es All night thing del Temple of the Dog

"She motioned to me
That she wanted to leave
And go somewhere warm
Where we'd be alone"

Esa estrofa me recuerda una vez que salí con una Andrea y cuando llegamos a un bar me dijo: “Mejor vamos a otro lado. Aquí hay mucha luz”. Esa vez me creí de buenas  y al final de la noche no pasó nada, no fuimos a un lugar más cálido como menciona la canción ni cojones.

To the Young R to the E, the B to the E, the L Never give up, just live up

Esta entra rapeando en mi cabeza y también la identificó de inmediato. Es Mic Check de Rage agains the machine.

Me gusta esa intro, pero tampoco tengo idea por qué la recordé y si tiene alguna importancia haberlo hecho.

Si con esas letras debía descifrar un mensaje secreto, o venían en forma de eso que algunos llaman señales, fracasé. Seguro algo pasó y no me di por enterado.

jueves, 14 de marzo de 2024

Mezcolanza

Son las 10:03 p.m y estoy aquí, sentado en mi escritorio intentando escribir algo. Podría dejar de hacerlo. ¿Qué sentido tiene publicar los 5 días a la semana en Almojábana Con Tinto? Puede que ninguno, o puede que sí. Mejor dicho ¿Para qué escribir? ¿qué utilidad tiene aparte de que a uno le guste hacerlo? Quizá son preguntas sin respuesta y lo mejor es hacerle caso a Marguerite Duras, que decía: nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe.

El caso, el punto, la cuestión, lo que sea, es que no me siento inspirado. Estoy seco de palabras.  Eso quizá se debe a que hace unos minutos le puse el punto final a otro escrito que drenó mis energías escrituristicas, si me permiten utilizar tal palabreja.

Eso del punto final es una vil mentira, pues todo texto se puede editar hasta el fin de los tiempos. Las palabras, me inclino a pensar, son como seres vivos y cambian y se reordenan por sí solos después de dar guardar y cerrar el documento donde se escribieron, de ahí que cuando se vuelven a leer, tenemos la tentación de volver a puntuarlas y agregar nuevas.

Puede ser que esté diciendo barbaridades porque estoy cansado y mis dedos escupen sobre el teclado lo primero que se me ocurre: una mezcolanza de temas.

En un momento de la tarde que estaba dele y que dele al texto del que les hablé, me sentí cansado y decidi irme a leer un café. La lectura que escogí fue El día del perro, un libro con varios puntos de vista de personas que vieron a un perro corriendo por una autopista.

Me gustó mucho como cada personaje relacionaba ese simple incidente con cosas muy íntimas de su vida. Esa lectura me recargo las energías que me había quitado el otro texto.

Leer como antídoto.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Parálisis de opción

Han sido días largos en los que tengo que mirar unas grabaciones para escribir un texto. Escucho, devuelvo el video, vuelvo a escuchar. Leo lo que he escrito, edito un poco, y así hasta que terminó las dos horas de video para tratar de convertir lo que escuché en una narrativa digerible.

Ayer acabé en la noche y me dije: mí mismo vamos a ver algo en Netflix, Star o en la plataforma que sea.

Me eché en el sofá con toda la actitud del caso: cobija en mano y algo de tomar y comencé a buscar qué ver. En esas duré un buen rato, pero no logré decidirme por ninguna serie, documental o película, pues nada terminaba de llamarme la atención.

De pronto soy muy quisquilloso al momento de seleccionar qué ver porque sólo en películas hay más de 12000 títulos si se suman las de todas las plataformas. O puede que haya experimentado  parálisis de opción, un término que me acabo de inventar y que no tiene mucho sentido, pero fue lo que me salió.  La parálisis de opción, dicen los expertos (yo), hace referencia a que ante múltiples opciones, el cerebro humano se funde y determina que lo mejor es seguir igual: no hacer nada ni escoger nada, como dejar que la vida se le estampe a uno en la cara como le dé la regalada gana.

Recuerdo que apenas lanzaron Netflix veía series como si no fuera a haber un mañana, pedía recomendaciones, miraba las que estaban de moda o si no leía las sinopsis, y si me llamaban la atención me las empacaba capítulo tras capítulo como si nada. De esa forma me vi unos huezasos tremendos, solo por terminarlas.

Quizá ocurre, como escribí hace un tiempo, que a medida que uno envejece va perdiendo la paciencia. No sé.


Todo son preguntas.

martes, 12 de marzo de 2024

En un café

El lugar lo están remodelando y me siento como un tarado porque no encuentro la barra para hacer el pedido. Veo a un mesero y le pregunto dónde queda. Apenas comienza a hablar para darme las indicaciones arranca a caminar para mostrarme en dónde está. Me siento aún más tarado porque es como si hubiera pensado: Este tipo no va a poder encontrar la barra por sí solo.

Luego de hacer mi pedido, veo a dos hombres (uno viejo y el otro joven) conversando animadamente al final de la barra. Deben ser nieto y abuelo, pienso, pero el menor, apenas está listo su pedido lo toma y se despide del anciano que lleva sombrero y bastón. Todo parece indicar, que alguno de los dos comenzó a hablar y el otro le siguió la conversación. Imagino que el viejito fue el que comenzó a hablar.

Apenas llego al final de la barra para esperar mi pedido, le entregan el suyo al anciano. Minutos más tarde ya tengo mi café y voy a buscar mesa, pero como el lugar lo están remodelando se redujeron las mesas disponibles.

Mientras camino, esquivando sillas y buscando donde sentarme, me cruzo con el viejito del sombrero que está solo en una mesa. Me hace gestos para que lo acompañe, pero rechazo su amable invitación, porque quiero leer y seguro él quiere conversar con extraños como yo. El caso es que quiero dedicar el tiempo que tengo disponible a meterme en el mundo de la novela de turno y que nadie me fastidie.

“Tranquilo, muchas gracias”, le digo al anciano del sombrero, que ahora revisa su celular. Seguro está tranquilo, no sé por qué se me ocurrió responderle semejante estupidez, en fin.

Ahí me quedo un par de minutos con el café en la mano y dando vueltas, hasta que por fin se desocupa una mesa. Me lanzo a caminar hacia ella como si mi vida dependiera de ello. Es una conducta exagerada porque nadie más busca mesa en ese momento, pero ¿qué le vamos a hacer? En la vida se tiene derecho a actuar de forma maniaca de vez en cuando.

Apenas me siento y comienzo a leer, soy consciente del ruidajero del lugar. ¿Por qué no se callan todos?, pienso, e imagino que me responden ¿gran pendejo, por qué no se va a leer a su casa? No continúo con esa conversación mental, porque tengo todas las de perder.

En una mesa de al lado un hombre teletrabaja y da la hora de una reunión para Guatemala y Honduras, “Es a las tres de la tarde hora colombia”, concluye. Hay varias personas en ese mismo plan. Una mujer, por ejemplo, optimiza el espacio de la pequeña mesa muy bien, y aparte del portátil, también tiene encima de ella un vaso de café, un mouse, y una libreta. Se le ve algo rígida porque sus movimientos deben ser precisos para no tumbar nada mientras teclea, habla y levanta el vaso de café para darle sorbos.

A mí derecha, un hombre está encorvado sobre su portátil y tiene unos audífonos de diadema que, pienso, deben cancelar el ruido del entorno. Me solidarizo con él, pues seguro no quiere que nadie lo moleste durante el tiempo que va a pasar en ese lugar. Al rato un hombre le toca el hombro y lo saca de su burbuja. “hola fulanito, ¿cómo estás?” “bien gracias”, responde el hombre con un dejo de fastidio en su voz”. “El otro día estuve con tu papá yo no sé donde”...el hombre, que ahora tiene los audífonos colgando del cuello, no responde nada, y pone una cara de nada de: ¿y a mí qué? Al final el viejo parece entender su lenguaje corporal y se despide. El hombre vuelve a ponerse los audífonos y fija de nuevo su mirada en la pantalla del portátil.

Una mujer menuda que lleva pantalones anchos y el pelo recogido en una cola, se sienta en otra mesa y en vez de poner el portátil sobre ella, cruza las piernas como una contorsionista –como solo las mujeres lo saben hacer– y lo ubica sobre ellas.

En medio de ese ajetreo de personas, charlas portátiles, termino un capitulo, miro la hora y me doy cuenta de que debo abandonar el café para no llegar tarde a una cita.

El viejito del sombrero conversa ahora con dos personas que lo acompañan en su mesa. No sabemos si son viejos conocidos o extraños que acaba de conocer en ese lugar.

lunes, 11 de marzo de 2024

Escribir sobre la peste

Veo La primera ola, un documental sobre el Covid que se filmó en Nueva York durante los primeros meses de la pandemia. Se centra sobre un par de pacientes que lograron sobrevivir al virus y el equipo médico que los atendía.

Se puede ver la angustia e incertidumbre que, supongo, experimentamos todos en esos días. Una doctora decía algo del siguiente estilo: Cuando una persona sufre un infarto, tú sabes que medicamentos darle para que se mejore, pero ahora no tenemos manual para lo que  está ocurriendo.

Recuerdo que en esos primeros meses tuve, de un día para otro, un dolor en la palma de las manos. Al poco tiempo caí en cuenta de qué lo había causado: Me las estaba lavando con tanto esmero que me estaba lastimando.

Mientras veía esas escenas tan lejanas y cercanas a la vez, pensé que en esos días no escribí mucho sobre la pandemia, o era un tema que tocaba de forma muy distante en lo que escribía.

}Recuerdo que narré el día que fui a hacer mercado cuando decretaron la cuarentena por primera vez y cómo las personas cogían lo que podían de los estantes como si estuviéramos en medio de una guerra. Creo que ese día me estrene en el uso de tapabocas y me puse unos guantes de plástico baratos, de esos que entregan para comer pollo.

Tal vez me habría venido bien eso de la escritura terapéutica, tan común en estos días, en ese entonces. aunque es, creo, un término redundante, pues la escritura siempre será terapéutica, a
 menos de que uno escriba manuales para electrodomésticos.  ¿acaso no?. en fin.

 Bien lo sentencio Rosa Montero: La escritura es un esqueleto exógeno que te permite mantenerte de pie.

viernes, 8 de marzo de 2024

A medias

En cualquier momento me recogen para salir de viaje y este escrito puede quedar a medias. De pronto nunca será publicado y entonces viene la pregunta: ¿Para qué tomarse la molestia de comenzarlo?

Y también viene la respuesta: Porque sí, por dejar registro de algo, aunque no sea nada del otro mundo y nadie lo lea nunca. También porque así, imagino, ¿cómo? al escribir con angustia quiero decir, sin saber en qué momento lo vamos a dejar de hacer, obliga a arrumar unas cuantas letras sí o sí.

En parte, esa necesidad de contar lo que ocurre,fue fue lo que llevó a Dimitri Kolesnikov Romanovich, un marinero ruso, a escribir lo siguiente: El agua nos llega ahora por los tobillos. Nos queda aire para unas pocas horas. Se acaba de apagar la luz. Escribo a ciegas”.

Son escenarios distintos claro está, Kolesnikov al borde de la muerte y yo acá sentado en mi escritorio listo para irme de viaje, pero la necesidad de contar lo que pasa, aunque tengan  detonantes diferentes, comparten terreno en común.

No sé si me estoy explicando bien. Si no, es porque estás palabras salen a punta de tropiezos por mis dedos, por ese afán, repito, de contar lo que sea, así tenga o no mucho sentido.

Esa Ansía por decir qué ocurre también la experimentó Leola, la protagonista del Rey Transparente, la novela de Rosa Montero. Ella abre la novela diciendo lo siguiente:

La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta, un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen a por nosotras. Las buenas mujeres rezan. Yo escribo.

Es mi mayor victoria, mi conquista el don del que  me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma.

Quizás escribir, sin importar el escenario, no sea otra cosa que una manera de enfrentarse a la muerte, de ahí la angustia que produce dejar un texto a medias.

jueves, 7 de marzo de 2024

Leer en desorden

Pico algo de lectura de un libro un día, al siguiente de otro, de repente recuerdo uno que empecé a leer y leo unas cuantas páginas, y así va creciendo el número de libros que leo y no crece el de los leídos. Ni hablar de los libros que comienzo a leer y que abandono después de unas cuantas páginas, en fin.

Antes, en esa época que me obligaba a terminar un libro si lo comenzaba, era muy psicorígido y no concebía leer más de un libro al mismo tiempo. El otro día vi un video de un tipo en Instagram que decía que solo se debe leer un libro a la vez si se le quiere sacar todo el provecho posible, y daba un par de razones para sustentar su teoría. Que aburrición tan gigante leer de esa manera.

La escritora Margarita García Robayo escribía una columna (nunca la he vuelto a encontrar) preciosísima, a manera de diario, para un periódico argentino. Cada día de la semana era un pequeño párrafo en el que narraba algo que había hecho o le había pasado. Una vez contó que cuando estaba en la casa, oía a sus hijos reír y les preguntaba en voz alta qué estaban haciendo. Al caer la noche, se enteraba de que sus hijos habían estado en su cuarto y habían tumbado la torre de libros que tenía en su mesa de noche. Luego de reír, la acomodaban como mejor podían y salían de la habitación. Antes de dormir, la escritora tomaba el libro que estaba encima de la torre, pero rara vez era el que había leído la noche anterior porque sus hijos la tumbaban con frecuencia. De todas formas leía un par de páginas antes de dormir.

Leer sin seguir un orden preestablecido, sino lo que caiga en nuestras manos, que buena manera de aproximarse a la lectura.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Trizas

Después de preparar un café, Ramón se da cuenta de que el escurridor de platos está hasta el tope de loza. Siente un arrebato de imponer orden y toma el limpión, que esta colgado de un gancho en la pared, para secarla y guardarla en los gabinetes de la cocina.

Cada vez que toma un plato o taza evalúa si necesita pasarle el trapo. Ahí está, con el trozo de tela en una mano y una una pieza de loza en la otra. Después de limpiar una taza y acomodarla boca abajo, la forma en que le gusta a Miranda, su esposa, Su mirada se posa sobre un plato pequeño, el favorito de su hijo.

Cuando comienza a acercarlo hacia su cuerpo, el objeto parece cobrar vida y se le escure de las manos. Como suele ocurrir en situaciones de ese tipo, el tiempo adopta la modalidad de cámara lenta y Ramón ve cómo el plato se dirige hacia el piso sin poder hacer nada. 

Sin tiempo de poder reaccionarr, solo piensa: ojalá rebote y no se rompa. En un principio pensó en estirar la pierna para amortiguar su caída con el zapato, pero no tuvo tiempo de hacer nada. Además, el plato, el piso o ambos parecían estar atentos a sus pensamientos y eso apresuró más su caída. Apenas entró en contacto  contra una de las baldosas de la cocina, se pulverizó en mil pedazos que salieron disparados en todas las direcciones.

 Después de un par de madrazos y recoger el reguero que causó el accidente, o bien su torpeza, Ramón piensa que la acción de romper no puede ser de otra manera, ni a medias. Un objeto, o bien situación, no se puede romper en solo dos o tres partes, sino que debe hacerse trizas. De ahí que desconfíe de la frase Romper solo en caso de emergencia, porque romper está por encima de las emergencias, ocurre y ya está. Es, cree, como una forma de olvidar el pasado y comenzar desde cero.

martes, 5 de marzo de 2024

Llorar

Hoy lloré. 

Es algo que no hago con frecuencia. Imagino que llorar, en medio de lo trágico que puede ser, tiene sus beneficios. ¿Cómo cuáles? No sé bien. Escribí eso de los beneficios porque fue la frase que justo me salió en ese momento. ¿Qué decir? pienso, qué sé yo, que llorar consiste en convertir la tristeza en pequeñas gotas salinas que se expulsan por los ojos.

El caso es que no lloré de tristeza, sino al picar una cebolla, Hacia rato que no me ocurría eso. Ahí estaba en la cocina, listo para preparar mi plato estrella: pescado en salsa con vino blanco, y luego de alistar la tabla para picar, me encontré un pedazo de cebolla blanca. La piqué y me di cuenta de que no me iba a alcanzar, así que busqué una roja, le quité la cáscara y también la piqué finamente. Ahí empecé a llorar.

Me entero de que al picar cebolla se produce una rotura celular en la verdura. Eso hace que libere sustancias químicas como los sulfuros. Es, parece ser, la única forma de defensa que tiene la cebolla, que pensara algo del siguiente estilo: Ahh, pues si me viene a joder tome sus sulfuros. Cuando los receptores del ojo captan esas sustancias, producen las lágrimas a modo de defensa. La cebolla de la que les hablo debía ser rica en sulfuros.

Los de la RAE dicen que llorar consiste en derramar lágrimas y si uno sigue escarbando sobre el concepto, como para llegar a su raíz, se entera que las las lágrimas son cada una de las gotas que segrega la glándula lagrimal, aunque todos sabemos que llorar, y todo lo que implica, es una acción que no se puede definir en una frase y que es mucho más que eso.

Todo, como siempre he pensado, parece tener relación: Uno llora bien sea al producir roturas celulares en una cebolla o porque alguien o algo nos provocó una rotura en los sentimientos.

lunes, 4 de marzo de 2024

El amor

El otro día escuché que cada generación tiene una película que define una era, sobre todo aquellas que tienen que ver con relaciones amorosas, y que todas las personas que uno conoce la ha visto.

Me pregunto cuál o cuáles corresponden a la mía. Se me viene a la cabeza 500 days of Summer, que refleja lo retorcidas que pueden llegar a ser las relaciones, las expectativas que se tenga de ellas o bien de alguien. En últimas lo complicado que es el amor, si es que realmente existe.

Hace poco mi hermana me dijo que viéramos una película, y cuando estábamos buscando cual, se cruzó esa. Como no la había visto, le dije que no tenía problema en repetirla.

Esta vez le preste especial atención a la escena en la que Summer, Tom y su amigo McKenzie están en el bar de karaoke. MacKenzie, ya toteado, charla con Summer y Tom llega a la mesa con dos botellas de cerveza y un shot en las manos. Entonces el primero le pregunta a Summer si tiene novio. Ella dice que no, porque no quiere tener uno. Mackenzie en medio de su borrachera la mira con cara de “Vieja loca”. Summer le pregunta que por qué le asombra su independencia. ¿”Eres lesbiana?”, remata Mackenzie, y Summer responde que no, que lo único que pasa es que no se siente bien siendo algo de alguien.

Concluye que las relaciones siempre se complican y ¿para qué ese desgaste? Mejor pasarla bien y ya está. Una postura de :Diversión hasta que llegue lo serio. Mackenzie le dice a media lengua que es un hombre y se toma un shot.

Tom, profundamente enamorado, le pregunta qué pasaría si se llega a enamorar. “¿No creerás en eso o sí? –contesta Summer riendo– Yo he tenido novios y jamás he estado enamorada”.

la postura de Summer es que el amor no existe y solo es una fantasía. A mí también me ha pasado lo mismo, he tenido novias y no me he sentido profundamente enamorado, pero 
¿Qué carajos es el amor?

viernes, 1 de marzo de 2024

Vestigio

Muchas veces meto servilletas, kleenex, paquetes desocupados de papas o galletas en los bolsillos de mis chaquetas. Sería una mejor conducta guardar billetes, para después tener la grata sensación que da encontrarse con uno de forma inesperada.

Los eruditos de la RAE, esos viejos de barbas blancas largas, pobladas y que llevan una túnica que arrastran por el piso cuando caminan –así me los imagino–, le dan la siguiente definición a la palabra vestigio: Ruina, señal o resto que queda de algo material o inmaterial.

Hablo de esto porque hace poco metí la mano en un bolsillo de una chaqueta que no me ponía hace rato y lo que encontré fue un tapabocas, ese pedazo de tela que, de cierta forma, se convirtió en otra prenda de vestir por un par de años.

Recuerdo que en la cuarentena una vez hablé con un amigo y me decía que si uno lo tocaba con las manos después de ponérselo ya no servía, y yo le respondí “Pues claro”, como dándole a entender que era obvio y que ya lo sabía, mientras pensaba: jodida vida, ninguno de los que me he puesto me han servido porque siempre los infecto con mis manos.

También se me viene a la mente las dos primeras semanas de pandemia en las que me dediqué a hacer nada, convencido, como dicen los mexicanos, de que ya no íbamos a valer madre. luego de ver esas escenas apocalípticas de Wuhan, cuando hombres con trajes de astronauta, sacaban cuerpos de apartamentos en capsulas herméticas.

Pero ya ven, ahí ya estamos de nuevo inmersos en esa "normalidad" que tanto añoramos hace tan solo un par de años.

Quién sabe hace cuanto tiempo llevaba metido en el bolsillo el vestigio de la pandemia del que les hablo, pues se había convertido en en toda una ruina. Al final lo volví a guardar en el mismo lugar, porque ¿cómo saber si no lo voy a necesitar en un futuro cercano? Ya esta claro que el curso de la vida se puede despiporrar en un parpadeo, en fin. Quizá lo mejor que podría hacer es enmarcarlo y colgarlo en alguna pared como símbolo de algo, iba a decir resistencia, pero suena muy cliché.

jueves, 29 de febrero de 2024

¡Aghhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

Es un grito de impotencia ante mi gran incapacidad de escribir algo.

Lo pego en este momento, minutos después de abrir un documento, y luego, sin ningún remordimiento, me puse a mirar twitter. Redes sociales del demonio que nos absorben como un ajugero negro.

Imagino que eso hacen los agujeros negros, no? absorber cosas del espacio. No sé. En momentos como estos que no se me ocurre qué escribir siento que no sé nada. Alguna vez escribí sobre agujeros negros, es decir, sobre un concepto de los agujeros negros que se llama Horizonte de sucesos. En ese entonces leí un artículo sobre ese tema, el término me evocó un par de imágenes y pude escribir algo; no como hoy que las palabras caen en la pantalla a punta de tropiezos.

Ese horizonte de sucesos que bien podía se el panorama que se tiene de la vida a futuro, hace referencia a la velocidad de escape de un objeto, es decir, la velocidad que una persona, hipotéticamente claro está, tendría que superar para escapar de la atracción gravitacional de un agujero negro, que son capaces hasta de tragarse la la luz. Es probable que en mi cabeza exista una especie de agujero negro, y apenas aparezca la mínima chispa de escritura dentro de ella, se la trage por completo.

Al finalizar el anterior párrafo llevaba 218 palabras, y si usted, querido lector, es fiel seguidor de este blog, sabrá que mi meta es escribir como mínimo 300. Entonces este viene a ser lo que bien podría llamarse un párrafo de relleno, uno en el que no concluyo nada. Dizque me gusta escribir y estoy sudando por terminar de sacar un puñado de palabras de ese agujero negro que tengo como cabeza, hágame el berraco favor. Que cosa extraña este impulso de escribir algo, lo que sea.

miércoles, 28 de febrero de 2024

Tantos libros, poco tiempo

Esa es la mítica frase del músico Frank Zappa: So Many books, so little time.

Para tratar de ganarle la batalla al tiempo, la actividad de la lectura se convierte en un vicio, una costumbre tan placentera y adictiva como comer chocolate. Una vez se cae en ella, es muy difícil abandonarla. Leer como droga.

De ahí que siempre trate de leer más de un libro, porque, ya lo dijo Zappa no hay tiempo, no queda más que atragantarse de lecturas.

Ayer, por alguna razón, me acordé de la escritora Leila Guerriero. Como cronista me parece tremenda, al igual que para perfilar personas. Entonces le dije a mí mismo: mí mismo, hace tiempo que la tengo en mi radar de lectura y nada que leo uno de sus libros. Así que decidí leer Frutos Extraños, una recopilación de sus crónicas y perfiles. Me parece sana esa forma aleatoria de escoger los libros como por un capricho pasajero.

Hoy almorcé con M. Me contó que estaba contento porque había terminado de leer un libro. Hace poco el virus de la lectura le cayó encima y presenta esos síntomas de querer leer a cada rato.

¿Vamos a mirar libritos o qué? me dijo M. Después de nuestro consabido ritual de cafecito post-almuerzo. ¿Cómo negarme a ese pequeño placer? Ya en la librería me dijo que le recomendara libros. Siempre que alguien me dice eso, quedo en blanco. Es extraño pues es como si de un momento a otro se esfumara de mi cabeza la infomación que guardo de los libros que he leído.. M me dice que no quiere leer algo que lo ponga melancólico, sino que lo divierta. Esculco mi cabeza hasta que doy con un título: Memoria por Correspondencia de Emma Reyes. Ese libro me encantó y me sacó varias sonrisas.

Luego le mencioné otro par y abandonamos la librería porque M. tenía que regresar a la oficina.

–Juanma, le propongo un business, me dijo después de dar unos cuantos pasos.

–Cuente, le respondí.

–¿Qué dice si compramos un libro entre los dos, uno lo lee y la próxima vez que nos veamos para almorzar, se lo lleva el otro?

–Hágale, ¿cuando empezamos?

–Hoy mismo.

Al poco tiempo estábamos de vuelta en la librería mirando qué libro íbamos a llevarnos. En uno de los estantes estaba Solo un poco aquí de María Opsina Pizano. Se lo muestro a M. para que lea la contraportada. Está del putas, dice.

Luego el ve Antes de que se enfríe el café. ¿Cuál llevamos?, me pregunta. Algo nos dice que elúltimo..Y pues nada, ahora tengo otro libro por leer, ¿qué se le va a hacer?.

martes, 27 de febrero de 2024

Entrar a una iglesia

El sábado pasado pasé caminando por enfrente de una iglesia. Al fondo se veía un altar imponente con mucho dorado y figuras celestiales.

Ahí, justo en ese momento, se me ocurrió escribir sobre algo, pero le confié la idea a mi memoria y ahora no recuerdo nada. Voy a seguir escribiendo sobre el tema a ver si de pronto ocurre una sinapsis a modo de big bang a escala que va a lograr reproducir la idea que quería tratar en un principio.

Escribo esta línea luego de un minuto en el que no ocurrió nada. Es difícil precisar quién está más dormido, si yo o mis neuronas.

Les decía que pase por la entrada de la iglesia. Entonces me pregunté: ¿Será que entro? y una segunda voz respondió: ¿A qué?, Pues a rezar y esas cosas, acotó la primera. Y en medio de esa discusión pasé la puerta de entrada de largo.

Mi madre siempre que tiene la oportunidad entra a una iglesia. Reza un par de oraciones y ya está. Eso, parece, es algo que la hace sentir bien.

Hay otras personas que tienen otros rituales cuando pasan por enfrente de una. Christian, un amigo de la universidad, siempre se echaba la bendición cuando pasábamos por enfrente de una capilla entre clase y clase, Dejémoslo ahí porque echarse la bendición da para otros post.

Eso era todo lo que quería contar. Sigo sin recordar qué fue eso que pensé apenas vi el altar iluminado al fondo. Algo me dice que quizá tenía que ver con el par de personas que estaban esparcidas en unos bancos de la iglesia. Supongo que por un segundo traté de colocarme en sus zapatos por medio de unas preguntas: ¿Quiénes son? ¿qué hacen ahí? ¿Por qué rezan a esta hora de la tarde cuando otras personas se están divirtiendo?

Puede ser que en ese instante me haya contado una breve historia sobre alguno de ellos, pero, vuelvo y repito, ya la olvidé.

lunes, 26 de febrero de 2024

Una conversación

A la salida del evento me encuentro con Catalina. Hace tiempo, desde épocas pre-Covid que no nos veíamos.

Catalina, que siempre habla arrastrando las palabras, como si acabara de fumarse un porro, me saluda: “qué más, todo bien?”. Le cuento que sí, y no sé en qué momento nos da por hablar sobre el estado del mundo que, parece, lleva ya varios años en picada. Catalina me cuenta que ha estado estudiando numerología y Tarot y que eso era de ahí. Que sus investigaciones, justo antes del Covid, le habían mostrado que estábamos a punto de vivir una pandemia., y luego como de la nada dice: “Es que esos rusos son unas ratas, eso ya se sabía”.

No digo nada, solo escucho, a ver en qué momento decido meter la cucharada. Ahí estoy yo escuchando hablar a Catalina, que no para de hacerlo, cuando aparece Daniel y se une a nuestra conversación. Le pregunto que cómo ha estado. “Bien, recuperándome”, responde. “Es que somos unos guerreros”, comenta Catalina, y luego intercambian un par de frases entre ellos.

Me entero, entre líneas, que Daniel tuvo cáncer hace un par de años, al igual que Catalina. Es un punto en común que los une, se entienden, saben de lo que hablan. Catalina se da cuenta de que no estoy participando activamente y dice: “bueno y tú también”, haciendo referencia al accidente que me dejó el amable recordatorio. No respondo, solo sonrío dándole a entender que estoy agradecido de que me haya incluido en ese grupo de “guerreros”.

La conversación cae en un silencio incómodo, hasta que Catalina la rescata repitiendo algún tema de los que hemos tocado. Luego Daniel comienza a hablar de miles de proyectos que ha hecho y otros que tiene entre manos y se apodera de la palabra. Se aferra a ella con todas sus fuerzas y cuando Catalina o yo la intentamos llevar a otros terrenos, busca la manera de seguir hablando de él y de todo lo que ha hecho o tiene pensado hacer.

La conversación me está asfixiando y por una alineación de planetas o una súplica subconsciente al dios del silencio, nuevamente caemos en otro. Debo aprovechar esta ventana de oportunidad, así que antes de que alguno de mis interlocutore avive las brasas de la palabra, aprovecho para decir: "Bueeeeno, yo los dejo que voy a ir a la librería".

Nos despedimos y veo como Catalina y Daniel se alejan conversando animadamente.

jueves, 22 de febrero de 2024

300 palabras

¿Qué son 300 palabras?

Nada, poco menos de una hoja o una parrafada de una novela de Saramago con sus cambios de narrador omnisciente a diálogos sin la puntuación convencional. Esa que tantos lectores aborrecen.

Sea lo que sea es el número de palabras que trato de escribir como mínimo en este espacio cada vez que me siento en mi escritorio. A veces las entradas me llegan de forma clara a la cabeza y no veo el momento de sentarme a escribirlas para que no se pierdan en los abismos de la memoria.

Otras veces, la mayoría diría yo, como hoy, solo me siento y miro a ver qué carajos me sale. Entonces se convierte en un ejercicio de escritura libre sin dirección alguna a ver si el subconsciente tiene algo por contar. El mío, al parecer, es muy aburrido, porque los temas con los que salgo no me parecen nada del otro mundo. No sé, imagino que habrán subconscientes de subconscientes y que unos son más creativos, o bien están más torcidos que  otros. En fin.

“Nada dura, ¿qué puede ser eterno? La roca se corroe, los ríos se congelan, la fruta se pudre. ¿Quién está más solo? ¿El halcón o la lombriz?”

María Gainza,por ejemplo, cuenta en su Nervio Óptico que eso era lo que se preguntaba Truman Capote, a la edad de doce años, sentado a las orillas de un río pantanoso en Alabama.

No sé bien porque subrayé eso. En su momento me pareció interesante, pero es más bien un pensamiento oscuro, el subconsciente del escritor trabajando a mil. De pronto, si somos de esos que pensamos que todo está conectado, me fije en ese aparte porque hoy iba a escribir esto.

En fin, mejor dejémonos, de misticismos. Aun me quedan por escribir 4 palabras, ahora dos.

Ya cumplí con mi meta del día, así que está frase podría considerarse relleno, o bien todo el post. Sea como sea, no importa, yo solo cumplo con escribir, como mínimo, 300 palabras.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Mi tinto y yo conectados con el universo

¿Cómo no olvidar algo, lo que sea, con todas las distracciones que tenemos a la mano? Repetimos y repetimos esas consignas místicas de vivir en el presente, conectados con el ahora, pero casi siempre nuestra cabeza nos lleva a otras partes.

Si hablo sobre olvidar es por culpa de la taza con tinto que tengo encima del escritorio. Alcancé a preparar la bebida justo antes de entrar a una reunión. En las reuniones me gusta estar callado y solo hablar si me preguntan algo, además tenía ganas de tomar tinto y nada mejor que hacerlo cuando la bebida todavía está caliente.

La mujer con la que me reuní de forma virtual hablaba y hablaba sobre la sesión de trabajo que tenemos mañana. Yo solo escuchaba y le daba sorbos a la bebida. Si de estar presente se trata, creo que en ese momento yo y mi tinto estábamos conectados con el universo, Dios, La Pacha Mama, en fin, todos los dioses de las culturas del planeta.

“¿Y tú qué piensas?”, me pregunto la mujer cuando ya no tenía más que decir. Entonces me tocó dejar de darle sorbos al tinto y dar mi punto de vista sobre lo que había expuesto.

Cuando se acabó la reunión me quedaba menos de medio pocillo. Le di un sorbo y torcí la cara porque ya estaba frío, pero la cantidad que quedaba ameritaba calentarla en vez de vaciarla en el lavaplatos, así que fui s ls cocina y metí la taza en el microondas por 20 segundos, ni uno más ni uno menos. Está claro que al recalentarlo baja de categoría, pero tomarlo frío, creo, es un sinsentido.

Después, cuando me senté de nuevo en el escritorio, ocupé mi cabeza con otros temas y hace unos minutos, cuando comencé a escribir estas palabras, vi la tasa, lo probé  y torcí la cara de nuevo.

Debería ser una obligación no olvidar tomarse todo el tinto antes de que se enfríe.

martes, 20 de febrero de 2024

Mirar la aguja

Me refiero a la de la jeringa que saca sangre; una experiencia que siempre me desestabiliza.

Quizá todo está conectado con algo que me ocurrió siendo niño. Debía tener unos 6 o 7 años y como era regordete, el enfermero que me iba a sacar la sangre no encontró ninguna vena en los brazos, así que al sádico se le ocurrió la brillante idea de pincharme el cuello.

Me di cuenta de que las cosas estaban mal cuando vi que entraron otros cuatro enfermeros al lugar. Apenas me recostaron en una camilla, los refuerzos se concentraron en sujetarme las piernas y brazos, mientras el otro buscaba una vena del cuello. Yo me retorcía como un caimán amarrado, y gritaba con todas mis fuerzas, pero mi esfuerzo y las lágrimas que derramé no sirvieron de nada. Es una imagen que nunca se me va a borrar de la cabeza.

Ahora cuando me sacan sangre siempre muestro el brazo izquierdo, porque en el derecho nunca hay una vena a la vista. Luego me amarran un caucho (algunos utilizan un guante) alrededor del brazo para que la vena se pronuncie más y piden que apriete la mano.

Como toda la experiencia me da malestar, tanto físico como moral, procuro pensar en cualquier cosa y nunca mirar la aguja. Solo una vez, no sé por qué, me propuse mirar como la sangre llenaba el tubo donde la recolectan.

Ese día, en un cubículo cercano, le estaban sacando sangre a un niño pequeño y gritaba como loco llamando a su mamá. No sé si sus gritos revivieron mi trágico recuerdo de infancia, pero me fui del mundo por unos segundos. Cuando volví a tomar conciencia después del desmayo, un enfermero me tenía agarrado de las axilas para evitar que me cayera al suelo.

Desde ese día me prometí no volver a mirar la aguja.

lunes, 19 de febrero de 2024

Síndrome del lunes

Siento un malestar general, liderado por un ligero dolor de cabeza. No tengo ganas de hacer nada, ¿Será el síndrome del lunes? me pregunto. No lo sé, es un término que me acabo de inventar.

Me siento a escribir. Escribir como receta para todo mal. Estoy seco de palabras así que intento con un disparador de escritura. Nada. Cero. Mi cabeza está completamente en blanco ¿Qué hacer?

Dormir, el Ctrl-Alt-Supr de la vida cuando los engranajes de la realidad se traban y esta se nos estampa en la cara. Nada que una siesta no solucione, pienso. Así que me echo en la cama sin ningún tipo de remordimiento.

Tiempo después, ¿cuánto?, ¿20 minutos, una hora, dos?, me despierto algo aturdido, como desubicado. La realidad y su solidez intentan entablar contacto conmigo, pero no logramos comunicarnos de forma adecuada. No llegamos a ningún acuerdo.

Veo sobre mi escritorio los Articuentos Completos y decido zamparme un par a ver si me sacuden. Los que leo no son tan buenos, entonces no tienen mayor efecto en mi estado.

¿Acaso no me queda más que soportar mi estado letárgico hasta que se esfume por sí solo? Me rehuso a aceptarlo, así que acudo a otro de esos remedios universales: una taza de café, ¿cómo no había pensado en ello antes?

Eso hago, prepararme una taza de café oscuro y bien caliente, para asegurarme de que si el fuerte sabor de la bebida no me despierta del todo, quizá lo haga su temperatura al quemarme la lengua.

¿Con qué más puedo combatir este estado?, me pregunto. Con algo dulce, responde una voz en mi interior que soy y no soy yo, ya saben, ese otro que nos habita. Le hago caso y me sirvo una bola de helado. Tinto y helado, uno de los pequeños placeres de la vida.

Y aquí estoy escribiendo esto, dándole sorbos al café y cucharadas al helado. ¿Qué si ya estoy conectado con la realidad? Creo que no del todo. Tal vez lo mejor sea actuar como Vicente Holgado, un personaje de Millás, que soportaba bastante bien las humillaciones de la existencia, porque no pasaba en la realidad más tiempo del estrictamente necesario.

viernes, 16 de febrero de 2024

Hacerse preguntas

A veces me pregunto: ¿Qué tal que esta noche en medio del sueño me de un infarto? En otras ocasiones, por ejemplo, voy caminando por un andén y veo un bus que viene a lo lejos. Entonces pienso: ¿Qué tal que tenga una falla mecánica, qué sé yo, que se le desajuste un tornillo importante del motor, que el conductor pierda el control y me arrolle?

Se podría decir que pienso en la muerte de forma recurrente. Si lo hago es solo a modo de estrategia para tratar de engañarla. Solo tratar porque la condenada es muy astuta y ya sabemos como termina la partida todas las veces. Pero me inclino a pensar que la muerte prefiere llevarse así, de imprevisto, de buenas a primeras, a aquellos que no piensan mucho en ella o que la ven como un evento lejano, es decir, aquellos que la menosprecian. De ahí que me aventure a imaginarme tales escenarios.

Una vez, estoy seguro, la vi en una cafetería a la hora del almuerzo. En esa ocasión tomó la apariencia humana de un rabino. Era un hombre de semblante pálido y su blancura contrastaba de forma violenta con su traje y sombrero negros. Hacía mucho calor, pero el hombre, es decir la muerte, iba tranquila por el frío que siempre la acompaña.

Ese día la muerte, que comía una lasaña y tomaba jugo de naranja, estudiaba con la mirada a las personas que estábamos en ese lugar, la mayoría preocupadas por nimiedades de estudio o trabajo. En un momento se dio cuenta de que la estaba observando y fijamos nuestras miradas por un breve instante. Cuando eso ocurrió pensé que me iba a atorar con un trozo de la mantecada que estaba comiendo.  Imaginé mi fin tan intensamente que comencé a toser. La muerte que, claro, lee los pensamientos se dio cuenta de que estaba pensando en ella y por eso decidió dejarme en paz.

En el último libro que escribieron Arsuaga y Millás, el paleontólogo le cuenta al escritor español que el infarto es el modo de ejecución preferido de los dioses y que por eso las personas utilizan tanto las muletillas “Si Dios quiere” o “Dios mediante”, ya que lo dioses no soportan que no los tengan en cuenta a la hora de hacer un proyecto.

Muerte, dioses, qué complicado es todo.

miércoles, 14 de febrero de 2024

En cualquier momento

¿Qué?

En cualquier momento llega mi hermana a recogerme. Entonces escribo esto con la angustia de dejarlo a medias, de que no diga nada, de que solo sea un arrume de palabras sin ningún sentido, pues vuelve y juega: tengo ganas de escribir algo y no sé qué tema tocar.

¿Y qué importa? La escritura no puede ser tan ordenada. Recuerdo que una vez conocí a una escritora que planeaba meticulosamente las historias que escribía. Es una técnica que puede funcionar, pero creo que al final los escritos quedan planos, o más bien faltos de sinceridad, de entraña, de esas vísceras que tiene todos los textos que remueven algo por dentro.

Tal vez eso tiene que ver con los libros que no son libres de los que habla Marguerite Duras en Escribir. La escritora dice que es fácil ver que son fabricados, organizados y reglamentados, en últimas que son libros conformes. Libros que deben ser como se supone es un libro. Un despropósito total, porque la escritura no puede tener ningún tipo de regla o límite.

Duras, que tenía millones de toneladas de precisión, creía que la escritura es sinónimo de desconocido, y que antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir.

Otros escritores como Rosa Montero, Anaïs Nin, Isabel Allende o Cornac MacCarthy parecen pensar de forma similar, ya que creen que el subconsciente es el que manda la parada al momento de escribir, y que ello no son más que médiums que reciben a dictado las historias.

Montero dice que las novelas vienen del mismo lugar de donde provienen los sueños y Allende cuenta en su libro Paula que, fiel a su ritual de escribir la primera línea de su novela cada 8 de enero, intenta estar sola y en silencio por largas horas, pues necesita mucho tiempo para sacarse el ruido de la calle y limpiar su memoria del desorden de la vida.

Ray Bradbury salda todo diciendo lo siguiente: “la autoconciencia es el enemigo de todo arte, ya sea actuar, escribir, pintar o vivir, que es el arte más grande de todos.”

martes, 13 de febrero de 2024

El incidente del perro a mediodía

Es sábado y hace sol. La gente se ve feliz, libre de preocupaciones. Todos parecemos estar lejos de esa nostalgia del domingo a las 6 de la tarde, que ataca sin darnos tregua.

Quizá algunos aparentan estar felices, pero en realidad llevan pensamientos asesinos en su cabeza. Tal es el caso de un señor que conduce un coche de bebé y que pasa por el lado de otro hombre que está sentado en una mesa. A este último lo compaña su perro, negro y gigante, que está echado debajo de una silla.

Debido a su gran tamaño, las patas le quedan por fuera y ocupan un espacio mínimo del lugar por donde las personas caminan, o bien llevan coches de bebé.

A ratos los perros de otras personas comienzan a ladrar de forma exagerada cuando ven al perro negro. La mayoría son de esos perros chiquitos que hacen bulla por nada y que sí ayudan a generar pensamientos asesinos, en fin. El perro gigante, en cambio, es indiferente a la algarabía de otros perros y sigue echado como si nada con la cabeza encima de sus patas, en una actitud Zen.

La calma de la escena se quiebra cuando el señor que lleva el coche pasa por el lado del señor del perro negro y las ruedas del coche rozan las patas de la mascota. Discuten un poco: Que se corra para allá, que ahí cabe”, que cómo se le ocurre traer semejante animal tan grande. El señor del coche sigue su camino, el perro continúa echado, y su dueño sentado.

Al poco rato el señor del coche, que no sabemos qué piensa, vuelve a pasar por el mismo lugar y esta vez, parece que a propósito,  pasa las ruedas del coche sobre las patas del perro. El dueño de la mascota toma una de las manijas del coche para levantarlo y ahí el otro comienza a gritar: “¡No me toque el coche señor!”, “pero no ve que está pisando al perro, ahí tiene suficiente espacio”. “Que no me toque el coche, le vuelvo a decir”.

El  rifirrafe verbal dura un corto tiempo, pero no pasa a mayores.

Si hay que rescatar algo de esta escena es la actitud Zen del perro, que no se inmutó para nada.

lunes, 12 de febrero de 2024

Mensajes

Voy a conocer el almacén de IKEA

Es mi primera vez en uno de los almacenes de la cadena Sueca y pues esperaba algo más, no sé. Por alguna razón, mi expectativa era alta. Estoy con mi hermana y aprovechamos para hacer una serie de sketchs bobos en el que uno de los dos es un comprador y el otro el vendedor.

Estamos en la zona de habitaciones, donde todo está arreglado condenadamente bien, y mi hermana eleva su bobada al máximo y dice cosas del siguiente estilo: "Como puede ver, pasamos de la cocina al baño en un abrir y cerrar de ojos, y si da otros pasos más está en la sala". Nos reímos de nuestras pendejadas y otros compradores nos miran raro. No puedo evitar acordarme de la escena de viviendo en Ikea de 500 days with Summer.

Muchos de los objetos que me llaman la atención no están a la venta, sino que hacen parte de la decoración. En particular, me gustan unas libretas de tapa dura que están en la mayoría de los escritorios y muebles.

Decido abrir una y en sus primeras páginas me encuentro con un dibujo garabateado, al parecer de una niña, y en la parte superior está firmado: Antonella Gómez Marulanda. 2023.

Paso unas páginas y me encuentro con otro mensaje. Es como si la libreta hubiera sido el libro  de visitas de quién sabe qué IKEA. Este lleva un usuario de Instagram y al lado dice: “Text me ‘Hi Cat' if you read this”.

Pienso en anotar algo en otra hoja, ¿qué? lo que sea, como para continuar con la tradición, pero hay mucho personal del almacén rondando y al final decido no hacerlo.

Será enviar el Hi Cat a esa cuenta a ver qué me responden.

viernes, 9 de febrero de 2024

Una mujer y un hombre

El hombre, de contextura gruesa, bigote poblado y poco pelo en su cabeza, se sienta en la terraza de un café con su pedido: un tinto. Apenas lo hace, estira las piernas. No le importa que su camisa se le levante y parte de su barriga quede expuesta. Cruza las manos detrás de la cabeza y las extiende haciendo que los dedos le traqueen. Luego le da un sorbo largo a su bebida sin importar lo caliente que esté, pues se puede ver el vaho que desprende la superficie del líquido.

Luego, como si el espacio le perteneciera, saca su celular y empieza a ver videos a todo volumen. el ruido cambia a cada segundo porque el hombre no se detiene en ninguno en específico y mueve su pulgar hacia arriba, a una velocidad descabellada, para ver el siguiente.

El hombre no sabe que a pocas mesas una mujer rubia lo fulmina con su mirada. Ella muy producida, digamos, con el pelo liso y los labios pintados de rojo sangre, teclea con furia sobre un portátil. Cada vez que lo hace, sus uñas largas y rojas suenan contra el teclado y el tintineo de sus pulseras, (perecen cientos) se esparce por la terraza. Parece que entabla una especie de batalla contra el hombre, e intenta opacar el ruido de sus videos con el de sus pulseras y el tecleo desesperado. No deja de mirarlo mal, pero el hombre no se ha dado cuenta y sigue viendo sus videos como si nada. La mujer se detiene y se agarra la cabeza con ambas manos y murmura algo (probablemente una maldición), pero su intención no es suficiente para obligar al hombre a marcharse del lugar. Ahí sigue él dándole sorbitos a su tinto y viendo videos como si de eso se tratara la vida.

El hombre, entre sorbo y sorbo, a veces ríe con lo que le ve en la pantalla. La mujer piensa que es un desadaptado, un subnormal como dirían los españoles, y que debería ponerse audífonos para no fastidiar a las demás personas que ocupan el mismo espacio. De pronto, cree la mujer, solo bastaría con decirle que le baje al volumen a su celular, pero no piensa hablar con un panzudo falto de modales.

Vuelve a mirar su pantalla de su portátil y las pulseras comienzan a sonar de nuevo. Cualquier maldición en contra del hombre, ahora la pronuncia mentalmente.

jueves, 8 de febrero de 2024

Los Articuentos

No soy fan de releer libros, pero hace unos días caí en ese hábito. ¿Es bueno o malo?, no sé. El caso es que estoy releyendo un libro, ¿cuál?: Los Articuentos Completos de Juan José Millás, mi escritor favorito.

Fue por ese libro que lo conocí. Hace años estaba caminando de forma distraída en la feria del libro y en un stand de Planeta, si no estoy mal, fue donde lo vi. Algo me obligó a tomarlo y abrirlo en cualquier página. El párrafo que leí me hizo reír, luego busqué otro y otro más y me hicieron sentir bien, así que me lo llevé sin dudarlo.

Recuerdo que una vez tomé un curso con Antonio García Ángel y en la primera sesión nos preguntó qué autores nos gustaban. Cuando le dije que Millás, me dijo que había leído su novela Laura y Julio, pero no le había gustado mucho, pero que en cambio sus Articuentos le parecían demasiado precisos.

Entonces releo ese libro porque uno debe estar donde se siente bien, ¿acaso no? Además, porque ya he leído el resto de obras de Millás y quién sabe cuando desaparezca él o yo de esta tierra. Puede darme un paro fulminante al corazón mientras escribo esta frase y hasta aquí llegué…acá sigo, afortunadamente.

Por otro lado cuenta Millás en La muerte contada por un Sapiens a un Neandertal, el libro que escribió con Arsuaga, que el Paleontólogo le preguntó si le gustaría saber los años que le quedaban de vida. El escritor le dijo que bueno y entonces Arsuaga sacó el móvil y luego de introducir cuatro o cinco datos en una aplicación, le contó que le quedaban doce años y tres meses de vida, que bien podrían ser menos o más. Ante el dato Millás concluye que le queda el tiempo justo para escribir un par de novelas.

Entonces en parte por eso releo los Articuentos porque no sé en qué momento él o yo vamos a estirar la pata. Ahora bien, va a ser una relectura de a sorbitos, es decir, tengo el libro a mi vista sobre el escritorio y en cualquier momento lo tomo y leo un articuento o dos, como máximo, y lo vuelvo a soltar. Hay libros, como los diarios por ejemplo, a los que les aplica ese tipo de lectura. Además no quiero atragantarme con sus más de 900 páginas de un solo trancazo, algo que ya hice en su momento; pues bien anota Millás en el prólogo: “Ha quedado un volumen algo incómodo para leer en la cama, aunque apto para ser utilizado como almohada”.

miércoles, 7 de febrero de 2024

Metas de lectura

Almuerzo con I. Hacía bastante tiempo que no nos veíamos, pero no tardamos en encontrar la camaradería que siempre ha caracterizado a nuestra amistad. Pienso en lo que dice Ribeyro sobre ella, que es superior al amor, pues es más generosa, desinteresada y también nos acerca a la felicidad. El escritor peruano concluye: “una persona sin amigos corre el riesgo de nunca llegar a conocerse. Cada amigo es un espejo que nos refracta desde un ángulo distinto”.

Por eso la importancia de conservarlos, pues a medida que uno crece es más fácil perderlos que encontrar nuevos.

I. me cuenta que ha fallado en todos sus propósitos de lectura de años anteriores. que en 2020 se fijó la meta de leer 12 libros y al final no leyó ninguno. Que al año siguiente pensó: “Van a ser 10”, pues según él hay dos meses muertos en el año (ya no recuerdo cuáles) y al final fue lo mismo: no logró terminar ni uno. Y al siguiente dijo: “pues me voy a leer 8” y la cifra final fue 0.

Así que en 2023 no se concentró en ningún número de libros como meta de lectura, sino en mirar qué libro leer a ver si lo terminaba. Se encarriló en la lectura del Código de Da Vinci, y me cuenta que le había gustado bastante, que ya iba como por el 70% de la lectura, pero que llegó a un capítulo en el que cuestionan la figura de la Virgen María, y como I. es muy católico, eso le dio mal genio y mandó esa lectura a la porra. Le pregunto que por qué, si a veces es bueno que los libros antagonicen nuestras posturas, aunque también pienso que uno puede abandonar una lectura por la razón que sea.

I. También me cuenta que quiere cambiar sus hábitos de lectura, porque tiende a leer cosas tristes, es decir, temas de actualidad y política que, creo, solo generan ansiedad.

I es muy metódico, y un día se dedicó a investigar sobre libros de creatividad hasta que dio con uno que le llamó la atención, y se trazó todo un plan de lectura para acabarlo sea como sea. Dice que ya va por el 80% del libro y que ha logrado leer por varios días seguidos.

Creo que lo mejor es no fijarse metas de lectura y leer al ritmo que a uno le plazca, sintiéndose a gusto y con la libertad de abandonar una lectura en el momento en que resulte insoportable.

lunes, 5 de febrero de 2024

Algo en especial

“Buenos días, ¿busca algo en especial?”, me pregunta uno de los libreros. “Gracias, solo estoy mirando”, le respondo. Pienso en su pregunta, ¿Estoy buscando algo en especial? ¿A que entré a la librería? Ya sé que voy a hojear libros, pero ¿por qué?. Es decir, me refiero a si hay algún proceso subconsciente corriendo en mi cerebro que me llevó a ese lugar.

Casi siempre, por no decir todas las veces, que entro en una librería no busco nada en especial, voy sin ningún título en mente a ver de qué me antojo. A veces juzgo los libros por la portada y si me atraen los agarro, los abro en cualquier página y leo un par de párrafos a ver si tengo feeling con la obra. Otras veces el título es el que me causa curiosidad y entonces aplico el mismo método. Así me pasó en una feria del libro con los Articuentos completos de Millás y después caí redondito en toda su obra. Fue una especie de flechazo literario.

De pronto las personas a las que nos gusta leer somos como el personaje de La Biblioteca de Babel, el cuento de Borges, que en toda su vida no ha parado de buscar ese gran libro que contiene a todos los demás. Una especie de libro Dios que alberga todo el conocimiento universal. Puede que siempre estemos tras la búsqueda de ese libro único, o quizá lo mejor sea no ponerse tan romántico con el tema. Los lectores no somos especiales, solo nos gusta leer y ya está.

Empiezo a caminar por los pasillos de la librería, aplicando los métodos antes mencionados y me pierdo en esa tarea, hasta que escucho que alguien grita “¡Juan!”. Es mi hermana, que me mira con cara de impaciencia y señala su muñeca para decirme que se nos está haciendo tarde para ir al cine.

El algo o el nada en especial de esta ocasión fue el libro Leer Mata de Luna Miguel.

jueves, 1 de febrero de 2024

La teoría de la pistola debajo de la almohada

Una vez leí una columna de Millás en la que decía que siempre es bueno dormir con una pistola debajo de la almohada, dado el caso que no soportemos más la vida y decidamos volarnos la tapa de los sesos.

El escritor español hacía referencia al escritor húngaro Sándor Márai, que ya con más de 80 años, con su salud deteriorada y sin la compañía de su esposa, su querida Lola, con quién había convivido por más de 50 años, contemplaba la idea de acabar con su vida.

En una entrada de sus diarios Márai cuenta que un día fue a comprarse una pistola, pero como faltaba un formulario de la policía no se la pudo llevar. Pasado un tiempo, cuando vuelve al lugar, el vendedor le entrega la pistola empaquetada con esmero junto con 50 balas. Márai le dice que no es necesaria tanta munición y el hombre solo se encoge de hombros y le responde que eso nunca se sabe.

Luego en una temporada fuera de la ciudad, cuenta que que le reconforta pensar que en San Diego tiene un revólver en la mesita de noche y que no es la desesperanza lo que lo lleva a tener esos pensamientos, sino la idea de que es la única salida de una situación vergonzosa: la vida, está ilusión grotesca, concluye el escritor. Luego se pregunta: Si el deterioro de mi ojo avanza a este ritmo, ¿seré capaz de encontrar la pistola en el cajón?

Quizá en ese mismo cajón  guardaba el manuscrito de una novela policiaca  la última en la que estuvo trabajando, pero a veces pasaba varias semanas sin sacarlo, pues ya no confiaba ni el mismo ni en el texto. Tampoco en la finalidad de la literatura ni en su legitimidad. Ya no se sentía especialmente inclinado a volver a escribir, sino más bien como un viejo payaso que ensaya un nuevo número y aparenta ser joven.

Sería más decente callarme para siempre, pero callarse es tan aburrido…

Márai estaba devastado por la enfermedad de Lola, quien pasó sus últimos días en el hospital y pensaba que sin ella a su lado ya nada tendría sentido.

Durante sesenta y dos años todo se lo he leído primero a ella, todos los escritos.
Ya no tengo a quién hacerlo. La expresión escrita ha perdido todo atractivo para mí.
Si ella se va, debo seguirla sin algaradas, sin hacer ruido.

¿La echo de menos? Tanto como echaría de menos el aire. 
Me la evocan las palabras, los objetos, todo. Incluso al aire le falta algo.

Vida, personas, trabajo, literatura, todo se ha acabado. Hastío y vergüenza, si pienso 
en la escritura. Escribía para L., todo era por ella. Ya no tengo a quien escribir. Me cuesta creerlo.

En la Buena suerte, la novela de Rosa Montero, hay un personaje que se llama Felipe, un anciano que cree que debe ser capaz de matarse cuando aún se encuentre bien. Suicidarse muy vivo, un suicidio que formara parte de la vida y no de la muerte, cuenta el narrador, porque si esperaba a estar enfermo, su cuerpo tomaría el mando, pues las células de este siempre se empeñan ferozmente en vivir.

Felipe cuenta con un plan y es suicidarse a los 82 años, pero cuando llega a esa edad no encuentra el momento adecuado para acabar con su vida, bien sea por cansancio, por un resfrío o porque se sentía a gusto con ella. Envejecer es ser ocupado por un extraño, concluye el narrador.

Al final Felipe se da cuenta de que no es capaz de matarse, una lástima, porque lo consideraba un plan fabuloso.

De pronto lo que le hizo falta fue una pistola debajo de su almohada.