Lunes, 1 de la mañana.
Se acabó la semana santa y en menos de 4 horas debo despertarme para volver a la ciudad. Apagó la lámpara, acomodo las almohadas, me arropo con las cobijas y cierro los ojos.
Después de un par de minutos me doy cuenta de que no tengo sueño, pero no me queda más que cerrar los ojos e intentar dormir. Cuando veo que no llega, volteo el cuerpo para un lado y luego para el otro a ver si su ausencia tiene que ver con la posición de mi cuerpo, pero nada, sigo en las mismas. Escucho los ladridos lejanos de un perro que, asumo, no puede dormir, o alerta a sus dueños sobre un peligro. De un momento a otro ya no escucho nada y me pregunto si me imaginé ese sonido. En la madrugada la cabeza inventa mucho ruidos o amplifica algunos.
Envidio a mis hermanos que apenas ponen la cabeza en la almohada caen en un sueño profundo. Yo siempre pienso en cualquier tema, no necesariamente trascendental, pero siempre me distraigo con cualquier pensamiento.
No sé cuánto tiempo pasa, estimo que unos 40 minutos y ahí sigo dando vueltas sin lograr dormir. La cabeza, mi consciencia o bien las dos, me plantean una pregunta abierta sobre el futuro: ¿cómo será? Les respondo que ahorita no quiero pensar en eso, que debo dormir porque tengo pocas horas de sueño.
insisten, así que me distraigo con la pregunta, ¿Cómo será? ¿Qué vendrá a mi vida en un futuro cercano o lejano? Como no logro responder las preguntas siento un poco de angustia, así que decido concentrarme en mi respiración a ver si dejo de pensar pendejadas en la madrugada.
Al poco rato, eso creo, suena la alarma y siento que no dormí más de quince minutos. Recuerdo la pregunta: ¿qué vendrá?, pero no le pongo atención, y cuando entro a la ducha el agua termina de llevársela.
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