En el sueño, al parecer, hago parte de un comando secreto.
Aterrizó en globo en el techo de una construcción que tiene pinta de monasterio. Digamos que está ubicado en Nepal. Es un aterrizaje perfecto porque la canastilla queda incrustada en un cuadrado de cemento en el que apenas cabe. Soy bueno para manejar globos en un sueño, pero creo que habría sido más sencillo llegar en paracaídas.
No sé como bajo de ahí. El director loco de mis sueños decide que eso no es importante, así que corta esa escena y en la próxima estoy buscando cómo ingresar a un cuarto. De alguna manera, que tampoco queda clara (disculpen ustedes los huecos narrativos de mi sueño), logró entrar al lugar. En él hay unas pedestales con unas urnas que guardan los tesoros, documentos, lo que sea, imagino, que estoy buscando.
Saco una llave de mi bolsillo e intentó abrir una. No funciona, así que cambio de urna, pero justo en ese momento escucho el motor de un carro que se parquea justo al frente. Me acerco a la puerta y miro por una rendija. Veo a una mujer rubia y otra adolescente que bajan de él. ¿Qué hago?, se pregunta mi yo del sueño y cuando decido buscar en donde esconderme, las mujeres se suben de nuevo al carro.
Respiro tranquilo y vuelvo a sacar la llave para seguir probándola en las otras urnas. En ese momento escucho voces de nuevo. Se acercan a la puerta y van a entrar, doy media vuelta y me escondo detrás de la urna que se encuentra al fondo del cuarto.
Por fin logran abrir la puerta y entran al cuarto un señor calvo debigote canoso y la misma adolescente de antes. Comienzan a revisar las urnas una por una hasta que llegan a la que me cubre. Tardan unos segundos en darse cuenta de que estoy escondido. Cuando hago contacto visual con la adolescente, me pongo de pie como un resorte e intento actuar como si fuera alguien más del lugar. El hombre del bigote abre los ojos y me mira con asombro. Ahí se acaba el sueño.
Queda claro que fallé en la misión que me asignaron.