Una vez en la universidad tomé una electiva de Alemán. El curso era pequeño y eramos estudiantes de diferentes facultades. Desde la primera clase Marcela, una mujer de pelo largo negro y rasgos finos, me llamo mucho la atención.
En clase me gustaba hacer ejercicios con ella porque tenía un ligero conocimiento del idioma. Me fascinaba cuando le tocaba leer, porque su pronunciación era buena. Pocas fueron las veces que conversé con ella temas no relacionados con la clase, y las veces que traté de abordarla luego de que la clase se terminara fueron en vano, pues ella salía del salón a paso rápido, casi trotando, como si no pudiera desperdiciar un minuto de su vida.
Un día le conté a una amiga que estaba tomando esa electiva con Marcela, pues sabía que eran de la misma facultad. Mi amiga se sorprendió y me preguntó que si yo sabía quien era ella. Le dije que no. Mi amiga me contó que la habían secuestrado. Mi amiga no sabía gran cosa acerca de ella, así que en eso quedo la conversación. Lo último que me dijo fue: "Fíjate que ella tiene una manilla. Fue su compañía durante su cautiverio".
La próxima vez que vi a Marcela después de la conversación con mi amiga, no pude evitar mirar su muñeca derecha. Ahí estaba la manilla. Era burda, fea, más bien unos hilos de tela entrelazados y atados de alguna manera.
Ese día me senté atrás de ella, y en medio de varios: "Ja, richtig, jawohl, wie geth, kannst du bitte vorlesen", vi como acariciaba constantemente su manilla.
Varios años después me la econtré. Luego de saludarla ella sonrió y me contesto: "Herr Rodríguez, wie geth es dir? (Señor Rodríguez, cómo está?). Ese día no miré su muñeca, me imagino que si los hilos son resistentes todavía la lleva con ella, a manera de un amuleto que le da fuerza.