Tengo una cita médica. De camino al consultorio, salto de un pensamiento a otro sin prestarle mucha atención a ninguno. Estoy y no estoy, si me permiten la contradicción.
El carro en el que voy toma una carrera y sigo en la misma tónica de pensamiento, hasta que paso por enfrente de un edificio de color verde y vidrios oscuros.
Recuerdo que una vez, presenté una entrevista de trabajo ahí. Quién sabe qué habré dicho en esa ocasión, y cómo traté de mostrarme como el candidato perfecto, intentando responder de forma sensata a las preguntas que me hacían.
Imagino que uno, por más que trate, no se muestra tal como es en una entrevista de trabajo. No faltará el que diga: “No, yo me muestro tal cual como soy y digo lo que pienso”, pero tal vez la personalidad se vea afectada de forma inconsciente, al querer dar una buena impresión; no sé, solo digo.
Al año de presentar la entrevista, volví a ese edificio para reclamar la liquidación, porque renuncié a ese trabajo.
Juego con ese recuerdo varias cuadras, hasta que comienzo, como lo venia haciendo antes, a saltar de una idea a otra sin ningún propósito.
Cuando el carro toma una calle, llega otro recuerdo: María Angélica. Esa era la calle para llegar a su casa. La conocí en el matrimonio de un amigo, salimos por 4 meses, pero la relación no funcionó y dejamos de vernos.
La última conversación que tuvimos frente a frente fue un poco dramática, y fue el fin de semana en el que se celebraba amor y amistad.
Ahora prefiero no hacer nada en esa fecha, porque siempre me pasa algo cuando intento celebrarla; en otra ocasión una exnovia me terminó ese día. Hay fechas “especiales” que lo mejor que se puede hacer con ellas es dejarlas ser.
A pocas cuadras de mi destino, salto a otro pensamiento y los recuerdos se entierran en alguna región de mi cerebro.