Imagino que han oído hablar de él, ¿no? Ese poeta borrachín que decía tantas verdades en pocas líneas, para levantar el pesado manto de la realidad, y mostrar que las cosas no son como parecen ser, y que es necesario cuestionar las que si son de determinada manera.
Quería escribir algo sobre él, y esa fue la frase que se me apareció en la cabeza.
Dicen que el escritor se quedaba metido en la cama hasta el mediodía.
Si usted, estimado lector, hiciera lo mismo. Imagino que el sentimiento de culpa no lo dejaría tranquilo por el resto del día, por el afán que tenemos de ser productivos, que va muy ligado al de tener que ser alguien, en fin.
A mí me pasaría lo mismo.
El caso es que ni usted ni yo somos Bukowski, y por eso nos levantamos antes del mediodía, quizá porque madrugar está bien visto y levantarse tarde no, o por frases hechas como: “Al que madruga dios le ayuda” y otras pendejadas de ese estilo, o simplemente porque toca ir a trabajar y ya está. Ser como Bukowski es complicado.
Y si usted, por alguna razón, se levanta bien entrada la mañana, igual no importa.
Cada cual con sus rutinas y venenos. Todo se resume a encontrar el método que sea mejor para trabajar y vivir.
Tal vez, si Bukowski hubiera madrugado y sido abstemio, no habría sido capaz de producir tan buenos poemas, sino puros textos blandengues, llenos de tópicos y lugares comunes.
De pronto, en algún rincón del planeta hay una persona que le sigue los pasos y que al igual que él, se levanta tarde y bebe, luego escribe, o escribe y luego bebe, y en eso gasta las horas que permanece despierta.
Todo es posible.
Lamento informar que no soy yo.