jueves, 4 de julio de 2019

Diez de la mañana

Hace mucho que no me levanto pasadas las diez de la mañana. Cuando madrugo, apenas suena el despertador, a veces pienso en eso, en lo mucho que me gustaría seguir durmiendo, pero, a veces, cuando tengo la oportunidad de hacerlo, y sin tener programado el despertador, como en los fines de semana, me despierto de forma natural. Supongo que despertarse de esa manera, sin ayuda de una alarma, es otro de los síntomas del envejecimiento. 

Hace unos días me desperté en la franja de la hora del diablo, a las 3:23 a.m exactamente. No quería mirar el reloj, pues dicen que si uno hace eso, después cuesta mucho trabajo volverse a dormir,pero las ganas de saber cuántas horas de sueño me quedaban me ganaron, y por eso lo hice. Luego di media vuelta, no le preste atención a la actividad paranormal presente, si es que la había, y me dormí, creo yo, de inmediato. 

Si la memoria no me falla, alguna vez leí que Bukowski decía que uno nunca debería levantarse antes de las 10 de la mañana. Ahora no encuentro esa afirmación por ningún lado, pero si doy con parte de una pregunta que se hacía el escritor: ¿Como diablos puede un ser humano disfrutar que un reloj alarma lo despierte a las 5:30 a.m. para brincar de la cama? 

Un ser humano nunca disfruta eso, pues como ya lo he escrito varias veces, uno de los actos más violentos de nuestra existencia es la transición del sueño a la vigilia, momento en el que uno a veces no sabe quién es o dónde carajos se encuentra;  es como si nos despojáramos de nuestra identidad por un momento y nos convirtieramos en un simple bulto de carne repleto de vísceras. 

Sueña uno entonces con levantarse después de las 10 de la mañana, pero uno no la tiene, o se niega a tenerla tan clara como Bukowski, y mucho menos escribe como él.

La última vez que me desperté pasada esa hora fue luego de un episodio de migraña, en el que logré dormir 12 horas seguidas.