Ayer dibujé un soldado de la segunda guerra mundial y el tiempo se me pasó volando. El hombre aparece sentado con el fusil en sus manos, y en la mano izquierda se puede ver su argolla de matrimonio. Estoy seguro que esa argolla encierra una gran historia y, varias veces, mientras dibujaba, dejé de hacerlo para hacerme preguntas sobre ese hombre: ¿Quién es o era?, ¿sobrevivió a la guerra y se volvió a reunir con su esposa y familia?, ¿tuvieron hijos?, ¿cuántos?, ¿siguen vivos? en fin, una seguidilla de preguntas que tuve que interrumpir, pues caso contrario no iba a acabar el dibujo nunca.
Por eso terminé más tarde de lo previsto, luego me preparé un té y me dediqué a elaborar todo tipo de ficciones en mi cabeza, que no vienen al caso mencionar, mientras me lo tomaba.
Fue por esa razón que ayer no escribí nada acá. Cuando eso pasa, como ustedes saben, algo ocurre en el desarrollo de los eventos. Me gustaría pensar que solo los que tienen que ver con mi vida, pero temo que, a veces, tiene efectos sobre la vida de otras personas.
Es como si nuestras vidas estuvieran regadas a lo largo de la cuerda de un instrumento musical, y que esta vibra cada vez que hacemos algo. Por eso, cada una de nuestras acciones hacen vibrar de alguna forma al resto de la humanidad.
Como ayer no escribí, el presidente de China, Xi Jinping, le pidió a las tropas de su país que se alisten para la guerra, por las frecuentes tensiones con Estados Unidos, que le quiere vender armas a Taiwán.
Ya ven, ese inconveniente se habría podido solucionar con unas cuantas palabras, les pido disculpas.