martes, 19 de enero de 2016

Cocina

Acabo de venir de la cocina.  Estaba sentado al frente del computador, y de repente me dí cuenta que erán más de las 10:00 p.m y no había comido nada.  Escribo esto mientras como papitas fritas, jamón y pan.  Lo sé es una comida poco balanceada, pero  ¿Qué se puede determinar como balanceado en el mundo, con el caos que nos acompaña a diario?  

Calculé mal porción de jamón y ahora quedó volando una rodaja de pan.  Que feo es eso de sobrar, en fin, me la comeré y engañare, al hacer pasar las papitas, de las que quedan varias, como si fueran lonjas de jamón. Lonjas,  ¿de dónde carajos me vino esa palabra a la mente? creo que es la primera vez que la utilizo en un escrito.  

Cuando fui a la cocina me acordé de Valeria, una mujer con la que salí hace un par de años. Una vez, después ir a comer, fuimos a su apartamento; era la primera vez que yo iba.  Primero me mostró su cuarto, y luego me llevó a la cocina.  No servimos algo de tomar, y me contó que, desde pequeña, la cocina era su lugar favorito en la casa, que cada vez que podía se sentaba en el mesón y se ponía a conversar con la empleada de toda la vida, a manera de   de terapia de relajación.

Si uno se fija bien, la cocina tal vez sea el lugar más cálido de la casa, y le lleva la ventaja al cuarto personal, pues es la que tiene la comida.  Es un lugar que siempre presenta un buen clima, y al que las malas energías, parece, no pueden penetrar. 

De los sectores de un apartamento, la cocina es la casa de la casa, valga la redundancia.  Los cuartos con sus computadores, televisores, armarios y muebles nunca alcanzarán la paz que presenta la cocina, y ni hablar del pasillo o hall, lugar tenebroso, sobre todo a oscuras, en el que uno nunca sabe con qué se va a encontrar a medida que lo recorre.