viernes, 1 de mayo de 2020

El día y las ganas

Dicen, algunos, que la primera persona  no es el punto de vista más recomendado y que es mejor optar por la tercera. 

Quién sabe si tengan razón o no, pues tener la última palabra sobre cualquier tema es algo muy complicado. Puede que sí tengan la razón, pero que esta dependa de las circunstancias y el tipo de texto, tema, ritmo y demás componentes de un escrito. Se me ocurre decir que es posible que la primera persona, a veces, suene algo pedante, mientras que la tercera es más respetuosa, pero está claro que no necesitamos textos respetuosos, sino aquellos que nos descolocan, nos vuelven pedazos y nos dejan llenos de dudas, en fin. 

Los anteriores párrafos solo fueron para justificar el uso de la primera persona. De todas maneras, gracias por haber leído hasta acá estimado lector. 

Hoy, antes del mediodía, tenía ganas de hacer mil cosas al mismo tiempo: leer, escribir, ver televisión, dibujar, comer; bueno, como ven, solo fueron 6 pero las ganas que tenía hacían que parecieran mil. 

Duré un rato en decidir qué hacer, pues cuando creía haberme decidido por una actividad, pensaba que no iba acorde con las ganas que tenía. Digamos que optaba por escribir, por ejemplo, pero pensaba que en realidad las ganas que tenía eran de leer, y concluía que iba a desperdiciar las ganas. 

Al final, como buen animal lector, decidí tumbarme en la cama a leer. Luego de, más o menos, una hora de lectura, mis ojos se me comenzaron a cerrar, pero me dio remordimiento de conciencia dormir, pues ¿cómo iba a desperdiciar todas las ganas que tenía? 

Cerré los ojos para descansar y no sé si llegué a quedarme dormido, pero en un arrebato de respeto, digamos, hacía esas ganas que ya no eran tan latentes, pero que, supuse, seguían en aquel lugar donde se almacenan las ganas en el cuerpo, me puse de pie y fui a echarme agua en la cara. 

El sueño que había estado compitiendo con las ganas se esfumó pero, al parecer, abandonó mi cuerpo junto con ellas. 

Más tarde me puse a pensar en pendejadas y una bola de ansiedad bajó hacía mí estomago y se acomodó en algún lugar de mi paquete intestinal. Me gusta ese término, lo leí hace poco en un cuento y se quedó clavado en ese lugar donde se almacena la información que, por alguna razón, nos resulta interesante. 

Logré despojarme de esa sensación y las ganas habían mutado a cocinar, así que hice una torta de manzana. Luego me preparé un café , que acompañé con una porción de la torta, y recordé cuando íbamos a Prólogo con L. a hojear libros y comer torta de manzana con capuchino. Pocos planes le ganan a ese. 

Todo esto para decirles que no dejen escapar las ganas.