Alguna vez, hace mucho, en este o en otro blog, escribí que nunca iba a hacer posts tipo diario, es decir, contando lo que me había ocurrido en el día y como me había sentido.
Era una época en que escribía como con rabia, no sé por qué. Imagino que todos tenemos esos momentos en la vida en los que creemos que tenemos la razón y que los que piensan distinto son unos completos idiotas.
Eran escritos cargados de opiniones en los que, imagino, intentaba mostrarme inteligente o salir con posturas que consideraba brillantes.
Ayer, por un taller al que asistí, la mujer que lo dictó hablo acerca de la importancia de escribir todo lo que se hizo en el día, pero sin juzgarlo; simplemente sentarse a escribir por un espacio de 10 minutos o un poco más, para contar en detalle qué hizo uno desde el momento en que se levantó hasta ese momento en el que uno se sienta a narrarlo.
Me quede pensando en el tema y no entiendo por qué antes despotricaba de los escritos tipo diario. Puede que parezcan insulsos, pero lo valioso es que están completamente a favor de contar cosas, lo que sea.
Y es que contar sin dar opiniones resulta bien jodido, porque las condenadas siempre están buscando la manera de colarse en una narración.
De mí día les voy a contar algunos momentos relacionados con comida: En la mañana salí justo sobre el tiempo, pasé por un Tostao y compré un blondie. Cuando llegué a la oficina me serví un tinto y lo calenté más en el microondas, una manía que tengo, pues puede que esté muy caliente pero igual siempre lo termino calentando más, y luego me lo comí junto con una tajada de queso que había llevado.
Al almuerzo pedí pollo a la plancha con salsa de champiñones, ensalada tropical y yuca frita, y hoy, por fin, tenían de nuevo limonada como opción de bebida, porque desde hacía rato solo tenían te de durazno y jugos que no me gustan.