lunes, 30 de agosto de 2021

99 emails

Llevo media hora mirando la pantalla, y no se me ocurre nada. Dicho estado, al parecer, convierte mi cabeza en un territorio minado por la duda, en un remolino de autorreproches y preguntas existenciales que no tienen respuesta alguna.

Busco refugio en la carpeta de spam de mi email. Tiene 99 mensajes.

A veces ingreso esa carpeta, porque fantaseo con la idea de que si no la reviso, me voy a perder un mail que me va a cambiar la vida. Qué se yo, un productor de cine se topó con uno de mis cuentos y lo quiere hacer una adaptación para llevarlo a la pantalla grande.

Esos números que están como al filo del abismo de la siguiente escala numérica causan intriga. Imagino que esa es una de las razones por las que algo que cuesta 9,99 dólares nos llama la atención, en fin.

Mi fantasía me hace entrar en esa carpeta, para ver si, en efecto, por fin me voy a encontrar ese mensaje que llevo esperando desde hace tiempo, ese mensaje que me va a cambiar la vida; porque uno siempre quiere ser otro o que la buena suerte, en cualquiera de sus presentaciones: fama, billete o fortuna, lo encuentre  porque sí, solo por el mero hecho de creer ser buena persona, de existir.

Ya en la carpeta comienzo a darle scroll down como si mi vida dependiera de ello. Y cuando llego al final del down, le doy scroll up. Repito la operación un par de veces.

Cuando estoy a punto de abandonar la carpeta, el asunto de Un email capta mi atención. Morgan, me pregunta: Can I tell you a secret, Juan?

No veo la necesidad para tanto secretismo si se trata de anunciar la buena fortuna, además que solo me pertenece a mí.

Me reclino en la silla y pongo las manos detrás de la cabeza, mientras me imagino en un evento en el que doy entrevistas cada dos pasos, mientras los flashes de las cámaras alumbran mi cara.

A veces sonrío y otras decido adoptar una expresión seria, como para que las personas se pregunten: “En qué estará pensando?”.

Abro el email que me va a llevar a la cima del mundo.

Me llevo una gran decepción porque Morgan, como muchos otros en internet no me quiere dar ninguna sorpresa, ni transformar mi vida de la noche a la mañana, sino que quiere venderme una formación para diseñar cursos digitales.

Tanto misterio para nada.

Me devuelvo. Borro todos los mensajes de la bandeja de spam y me río de mi estúpida fantasía, pero sé que en el fondo sigo esperando ese mensaje que lo va a cambiar todo.