“Que concepto tan complicado” piensa Camila, Camila Linares de Stein. ¿Es ella real sólo con su nombre o también necesita de sus apellidos, el propio y el posesivo de casada, para serlo?, pero ¿qué carajos significa ser real?, ¿Quién posee la verdad absoluta para determinarlo? Jodida cabeza que, de un momento a otro, la asalta con esos líos existenciales. “Suficiente tengo con intentar sobrevivir en esta jungla capitalina repleta de envidia y soberbia como para ponerme a pensar en callejones sin salida”.
“Ese es el problema” …piensa Camila, dándole cuerda al tema de la realidad, mientras sus ojos se acostumbran a la oscuridad de un cuarto que no es el suyo. “¿Qué hora es?”. Unas manos invisibles le oprimen su cabeza al tiempo que le clavan pequeños puñales. La boca pastosa y unas ganas increíbles de no hacer nada, no ser persona, de no ser real, confirman su realidad: Ayer se fue de fiesta y se pasó de copas, pero, de su sopa de recuerdos, no logra pescar las imágenes de lo ocurrido, “¿Ayer, hoy?”.
Inhala y exhala profundo un par de veces; respirar de esa manera, según la sabiduría popular, parece ser tan curativo como tomarse un vaso de agua después de una fuerte sacudida emocional.
Se calma y apropia de sus sentidos. Su temperatura corporal le da una sensación de placidez. Nota que su muslo está más caliente que el resto de su cuerpo. Una mano descansa sobre él, una mano suave, que no es la del Sr. Stein.
Voltea la cabeza y ve su celular sobre una mesa de noche, al lado de un reloj despertador, una lámpara y una foto. Quiere alcanzarlo, pero sin despertar al sujeto que duerme a su lado. Prefiere continuar como una piedra por un rato. Imagina que se evapora, escapa de ese lugar sin nombre y se solidifica en la habitación de su casa. Abre los ojos y sigue ahí, real pero como muerta. Mira de reojo al hombre que duerme a su lado y considera que tiene un buen perfil, por lo menos el trago no la traiciono y se acostó con alguien que cumple con sus estándares de belleza.
Rebobina lo que pensó y lo vuelve a reproducir con mayor fidelidad: “Ese es el problema, que los límites del significado de realidad son tan borrosos y se mezclan con otros temas igual de complejos como ser alguien y la verdad”.
Deja de ser una estatua y lentamente extiende una mano para Agarrar el celular, espicha una tecla. 8:17 a.m. La luz de la pantalla la ciega por unos segundos. Si no sabe dónde está, también tiene problemas para recordar qué día es. Espera que sea sábado o domingo, caso contrario debería dejar de disertar sobre la realidad y comenzar a elaborar una mentira creíble para su jefe, un viejo amigo que la rescató de un mar de desempleo y la llevó a trabajar como consultora externa a su empresa.
Sus ojos vuelven a posarse sobre la foto, conoce a las personas que salen en ella. ¿Dónde dejó las gafas? No las ve por ningún lado, estira nuevamente el brazo y pone la foto a una distancia en la que logra enfocar sin ayudas visuales. Ahí están sonrientes y, al parecer, felices Cecilia, su mejor amiga, con su esposo, que es su jefe, su amigo, su amante, un desconocido entre sábanas, prefiere pensar.
Todo parece real, pero Camila desea hacer parte de una de esas películas en la que la vida de las personas transcurre en una maqueta que maneja otra persona, un ser superior que los mueve, como fichas, a su antojo.