miércoles, 16 de febrero de 2022

Juan

Disfruto de uno de los momentos más agradables, tal vez el mejor: tomarme el primer café del día.

Lo hago en el comedor de la sala, mientras observo uno árboles en el edificio de parqueaderos que colinda con mi edificio.

Pienso que la persona que los sembró en una pequeña terraza tuvo un gran acierto. Ver como sus ramas y hojas se mueven con el viento, como si pensaran: “ni mil toneladas de cemento pueden acabar con la naturaleza”, me tranquiliza.

Ahí estoy, disfrutando de cada sorbo de la bebida mientras mi mente salta de un pensamiento a otro, pero sin rastros de ansiedad o angustia.

En medio de ese trance llega a mis oídos el ruido de unas llaves que se estrellan unas con otras, como cuando alguien las busca en sus bolsillos para abrir una puerta.

Para darle sentido al sonido me invento una pequeña historia: A pesar de ser un día entre semana, aquella persona se fue de juerga con sus amigos de oficina, para celebrar el cierre de un negocio.

Imagino a un hombre con el nudo de la corbata desanudado, una barba rala que no afeita hace dos días y con el pelo ensortijado. Sonrío: me agradan esas personas que desafían preceptos de conducta, como irse de fiesta solo los viernes o fines de semana.

Las llaves dejan de sonar por un momento. Le doy otro sorbo al café y justo ahí siento como alguien intenta abrir la puerta del apartamento, pero las llaves no le funcionan.

Alcanzo a escuchar como maldice. “Pobre borrachin”, pienso.

Me acerco a la puerta y pregunto en un tono firme, que, supongo, transfiere autoridad y valentía: “¿Quién anda ahí?”

“Juan”, responde el hombre.

Y más alterado contra pregunta: “¿Usted quién es?”

“Juan”, le digo.

“Déjese de juegos. Necesito entrar a mí casa”, dice ahora el hombre

Me retiro de la puerta, mientras ese Juan continúa insertando las llaves en la chapa sin éxito alguno. Ya en la cocina llamo por citófono al vigilante del edificio”.

“Porteríiiia”, contesta Simón, con un tono cansado”

“Simón, hay un hombre que está intentando abrir la puerta de mi apartamento, ¿usted sabe quién es?”

“Desde que usted subió hace un momento, nadie más ha entrado al edificio señor Juan”

Cuelgo el citófono sin responder nada.

“¡Si no me abre voy venir con Simón y vamos a forzar la chapa!”, dice ahora Juan.

Tampoco le respondo. A veces el silencio es la mejor defensa.

Al final ese Juan nunca volvió.

Ahora, de noche, Le eché seguro a la puerta de mi habitación y tengo listo un bate de aluminio al lado de la cama por si vuelve a aparecer, aunque lo más probable es que no me sirva de nada. Seguro ese Juan es de otro plano de la existencia.